III DIMINGO DE ADVIENTO CICLO B

La alegría del discípulo de Jesús

El tercer domingo de adviento, por la cercanía de  las fiestas navideñas, se caracteriza por su invitación a vivir experimentando la alegría. La alegría muchas veces se ve afectada negativamente por la tristeza que afecta nuestro estado de ánimo generando cierta angustia o melancolía en la vida. El ser humano creado por Dios varón y mujer, está siempre moviéndose en medio de un péndulo que tiene en un extremo la felicidad y al otro extremo la tristeza, de esta manera nos columpiamos entre un lado y el otro, vamos hacia la felicidad o hacia la tristeza. En este contexto la liturgia de la palabra, nos invita a inclinarnos hacia la alegría, buscar, cultivar y defender todo aquello que produce el regocijo, la felicidad, la satisfacción.

Las lecturas nos invitan a descubrir que el camino y la meta del discípulo de Jesús es la alegría sin ocaso, la meta es la eterna felicidad.

La primera lectura del profeta Isaías (Is 61, 1-2ª. 10-11) es una invitación a la alegría: “…Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios”. Recuerda que el “Mesías ha sido enviado para dar una buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad para proclamar el año de gracia del Señor”.

En la segunda lectura, Pablo se dirige a los cristianos de tesalónica exhortando a estar siempre alegre (1Tes 5, 16-24) “…Estén siempre alegres…”. No hay motivo para la tristeza desgarradora cuando la mente y el corazón se unen al de Cristo. Esta carta es una invitación a preparar la venida de Nuestro Señor Jesucristo exhortando a tener tres actitudes: la alegría constante, la oración perseverante, y la acción de gracias continua.[1]

El Evangelio nos presenta la figura de Juan El Bautista anunciando la llegada de aquel que es la fuente de toda alegría en persona: “Yo soy una voz que grita en el desierto. Allanen el camino del Señor… en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen…” Juan el Bautista con mucha humildad manifiesta que viene alguien más grande que él.

1- Invitación a la alegría

El pueblo de Israel ha esperado un largo periodo de tiempo hasta que vino el Mesías Jesús con el estandarte de la paz, la salvación y la justicia. Con la aparición del Hijo de Dios todo ha cambiado en la humanidad marcando y dividiendo la historia en un antes y un después.

La humanidad hoy día está atravesando por un túnel oscuro e incierto caracterizado por la amenaza que representa para la paz la guerra, sin embargo, la esperanza en un mundo mejor donde reine la paz, la justicia, la equidad está presente en el anhelo más profundo de cada ser humano. Todos deseamos que terminen las guerras, las injusticias, la pobreza, la brecha entre pobres y ricos, etc.

Ante esta realidad de las guerras que afectan muy de cerca a Rusia, Croacia, Israel y Palestina, a nosotros nos agobia porque las consecuencias pueden alcanzar situaciones sin precedentes y apocalípticos. Ante estos hechos estamos llamados a practicar los tres consejos de la carta a los de tesalónica: la alegría constante, la oración perseverante por la paz, la gratitud continúa por los beneficios recibidos, hay un ansia de seguir adelante hasta sobresalir de este cuadro en el que estamos.

Ante estos acontecimientos, está latente la que nos mantiene en pie y con los ánimos bien encendidos: la fe en un Dios bueno y misericordioso que quiere que el hombre tenga vida en abundancia; en este sentido estamos aproximándonos cada vez más a la fiesta cristiana de la natividad de Jesús. Las lecturas nos introyectan un mensaje de alegría y esperanza anunciando que la tribulación está por llegar a su término: Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios”, “…Estén siempre alegres…”, “…Él viene después de mi…” ya viene, ya está ahí nuestro salvador, estemos preparados.

2- El dolor que quiere robarnos la alegría

Dice el profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, y me ha enviado a curar a los de corazón quebrantado”:

Ciertamente son infinitos los rostros del dolor en la humanidad, ante la magnitud del dolor humano nos sentimos agobiados, porque las necesidades superan infinitamente los recursos disponibles.

Seguramente carecemos de los medios para atender situaciones enormemente complejas. Pero hay algo que siempre podemos hacer: acompañar. Se trata de estar junto al que sufre, de expresarle solidaridad y afecto; en estos casos, sobran las palabras; lo importante es estar ahí, apoyando con la caricia de la comprensión, la solidaridad, el servicio.

En su ministerio apostólico, Jesús atendió con solicitud a los que sufrían por los más diversos motivos: la madre desconsolada por la muerte de su hijo, los que padecían extrañas enfermedades que generaban rechazo en la sociedad, etc. Para todos tuvo expresiones de compasión.

El profeta Isaías continúa describiendo la agenda que será puesta en práctica por el Mesías, cuya realización histórica fue Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí, y me ha enviado a proclamar el perdón a los cautivos”. La proclamación del perdón es un componente transversal importantísimo de los procesos sociales pues se necesita para reconstruir las relaciones familiares, la convivencia ciudadana y la armonía entre todos los que vivimos en una sociedad.

Ahora bien, el perdón no es el resultado automático de un acto de la voluntad; no basta con decir: “yo voy a perdonar a este amigo que me engañó”. Para que los efectos permanezcan, es necesario recorrer un largo camino que permita la cicatrización de las heridas.

La Buena Noticia del Reino de Dios no podrá crecer en un terreno infectado por los odios; de ahí que la evangelización esté indisolublemente ligada a las dinámicas de reconciliación.

Finalmente, el profeta Isaías completa su cuadro sobre los rasgos del anuncio de salvación: “El Espíritu del Señor está sobre mí, y me ha enviado a proclamar la libertad a los prisioneros”. Con estas palabras, Isaías se refiere a la dinámica de libertad integral, es decir, libertad espiritual, psicológico, personal y social, superando toda esclavitud engendrado por el pecado.

Por eso es tan importante que la acción evangelizadora de la Iglesia atienda, con particular dedicación, a la familia, a los niños y a los jóvenes, pues son particularmente vulnerables a las influencias dañinas; la autonomía y la libertad responsable se construyen en las primeras etapas de la vida.

Conclusión

A pesar de los rostros de dolor humano, la Palabra de Dios nos invita a mantener firme la alegría y la oración, a pesar de las vicisitudes de la vida: “Estén alegras siempre. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión” Jesús nuestra alegría está allí cerca. La primera lectura del profeta Isaías nos presenta el memorándum de la acción evangelizadora: anunciar la Buena Nueva a los pobres, curar a los de corazón quebrantado, proclamar el perdón y la libertad integral. Esto debe impactar nuestra vida, la familia y la sociedad allanando el camino para recibir la fiesta navideña con alegría.

“Deseando todos la felicidad, muchos ignoran el modo de llegar a ella”.[2] El camino está marcado por la alegría, oración y gratitud: estas son las tres actitudes con que debemos prepararnos para la navidad. Pidamos al Señor en esta Eucaristía que abra nuestros corazones a su gracia, a fin de que podamos vivir estas tres virtudes.[3]

Por: Pbro. Ángel Collar


[1] VANHOYE, Cardenal Albert SJ. Lecturas Bíblicas de los Domingos  y Fiestas. Ciclo B. ED. Mensajero. Bilbao España, 2008. Pág. 21

[2] San Agustín. Obispo de Hipona

[3] VANHOYE, Cardenal Albert SJ. Lecturas Bíblicas de los Domingos  y Fiestas. Ciclo B. ED. Mensajero. Bilbao España, 2008. Pág. 22

Leave a Reply

Your email address will not be published.