Homilía: Cuarto Domingo de Adviento. Ciclo C

Lecturas: (Miqueas 5, 1-4a), (Hebreos 10, 5-10), (Lucas 1, 39-45)

A pocos días de la navidad, respirando ya un ambiente de preparación con los arreglos, luces, pesebres y diversas decoraciones por las ciudades, en este ambiente festivo escuchamos la Palabra de Dios que nos invita a tomar conciencia cada vez mayor sobre la identidad de Jesús, el Hijo de Dios presente entre nosotros. La primera lectura nos recuerda la profecía sobre Jesús que nacerá en Belén; el profeta Miqueas profetizó sobre la pequeña aldea de Judá donde nació David, diciendo que justamente de esta aldea pequeña saldrá el Salvador.  La segunda lectura recuerda que el Hijo de Dios tiene una dimensión corpórea, es decir, tiene carne y hueso como nosotros, es uno de los nuestros. Jesús se entregó íntegramente en cuerpo y alma y su entrega fue superior a cualquier otra clase de sacrificio. El evangelio manifiesta la acción del Espíritu Santo en el niño que María lleva en su vientre. Ella va a la casa de Isabel llevando en su seno al Salvador. Dios mismo visita esa casa cuando María entra, y entonces todo es alegría: Juan salta de gozo, y todos los presentes está llenos del Espíritu Santo. Esta escena representa la visita que Dios hace a la humanidad.

1- La presencia del Hijo de Dios

Estamos ya en el último domingo antes de la navidad, el ambiente se ha vestido de fiesta: las tiendas están adornadas con algo típico de este tiempo, las familias se preparan para el encuentro de noche buena, las ciudades se visten de luces y símbolos navideños. En los pesebres el Niño Jesús ocupa el lugar central, rodeado de María y José, pastores y reyes y algunos animales también. Lo cierto es que el ambiente se vuelve religioso. Sin embargo, todas esta variedad de cosas pueden robarnos la atención a lo más importante de la navidad.

Ante la multiplicidad de cosas que se ven y se oyen, es necesario preguntarnos: ¿Qué lugar ocupa esta navidad en la vida de cada uno? ¿Quién es el personaje central de esta fiesta?

Todos los años nos preparamos para celebrar esa extraordinaria iniciativa del Padre, quien envía a su Hijo para que asuma nuestra condición humana. Viene a transformar la relación entre Dios y la humanidad, que se había roto por la desobediencia de Adán y Eva con una libertad mal entendida; hecho que conocemos con el nombre de pecado original. El sentimiento dominante en estas fiestas navideñas debe ser un infinito agradecimiento a Dios, que quiere sellar una alianza nueva y eterna a través de su Hijo encarnado que se hace presente entre nosotros como uno de los nuestros con el nombre de Jesús e igual a nosotros menos en el pecado.

Con la presencia del Hijo Eterno del Padre en medio de nosotros se produce la más radical de las revoluciones, pues todo lo humano queda empapado de divinidad, aun las realidades más simples de la vida diaria, como son la vida familiar, el trabajo, la convivencia con los vecinos, etc. “La encarnación del Hijo Eterno del Padre, que nace en Belén, un pueblo insignificante, cambia toda la historia humana. En Jesucristo, se encuentran Dios y la humanidad, el tiempo y la eternidad, la materia y el espíritu, la inmanencia y la trascendencia”. Aprovechemos para contemplar en silencio este gran misterio de la encarnación de Dios.

2- Un gran acontecimiento

La navidad es el gran acontecimiento que los católicos celebramos con la luz de la estrella de Belén que brilla en diciembre. Sin embargo, para muchas personas, esta fiesta es sobre todo una oportunidad comercial donde se aprovecha para lucrarse con las ventas de objetos navideños. La lectura de hoy nos recuerda que Jesús vino para cumplir la voluntad del Padre, “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”. Esta es la agenda exclusiva de Jesús y debería ser también nuestra única agenda. Como cambiaría el mundo si toda la humanidad cumpliera la voluntad de Dios; no habría injusticias, no guerras, ni conflictos que sobrepasan las fuerzas humanas; viviríamos en armonía con Dios, con los demás y con la creación.

Cada ser humano viene al mundo con esa misión de servicio, la cual se concreta teniendo en cuenta la diversidad de carismas y vocaciones. Ahora bien, cada uno debe identificar cuál es su propia misión. Esta misión no debe entenderse como una imposición que Dios nos hace, sino como un llamado a la auténtica libertad, que asumimos con alegría y creatividad. María asumió la misión de engendrar al hijo de Dios y darlo a luz, y al mismo tiempo entendió que debía ayudar a su prima Isabel que estaba embarazada ya al sexto mes.

Que cada uno asumiendo la misión encomendada por Dios, colabore con sus actos, palabras y obras, para que esta navidad tenga su brillo adecuado en la familia, en las comunidades y en todos los rincones del mundo. Que Jesús verdaderamente nos visite y que le recibamos con alegría como lo hicieron Juan el Bautista y su madre Isabel: “…el niño saltó de alegría en su vientre…” e Isabel se llenó del Espíritu Santo.

Conclusión

Apostemos por vivir la navidad con un profundo sentido espiritual y religioso aprovechando cada detalle y cada momento para profundizar nuestra fe en ese Dios que nace en Belén para compartir con nosotros nuestra propia naturaleza humana y al mismo tiempo, Él nos comparte su naturaleza divina a través de la gracia santificante.

Preparando el pesebre más hermoso, que debe ser el corazón de cada uno, contemplemos la figura de María y la de su prima Isabel, dos mujeres protagónicas de la historia de nuestra salvación a través de su maternidad, y recibamos al Rey de reyes y Señor de señores con todos los respetos que se merece. Realcemos su presencia como un acontecimiento único que Dios por su propia iniciativa quiso llevar a cabo para la salvación de toda la humanidad.

“Hagamos una pausa en estos agitados días para dejarnos sorprender por el mensaje de amor y esperanza que nos transmite el nacimiento de Jesús”.

Pbro. Ángel Collar