Homilía de Mons. Ricardo Valenzuela en el día de la Virgen de Caacupé

HOMILIA DE CAACUPE – 8 DE DICIEMBRE DE 2021

Hermanos, saludo a todos los aquí presentes expresando mi alegría y alabanza a Dios por la gracia de esta fiesta y peregrinación, ya que el año pasado no pudimos celebrar juntos. En esta santa misa traemos las oraciones y plegarias de todos al altar del Señor confiando en la intercesión materna de Nuestra Señora de Caacupé, rogando juntos con los enfermos de Covid – 19, rogando por la gracia de su pronta recuperación. Oramos juntos por los familiares en duelo que sufren la pérdida de sus seres queridos. Oramos con especial estima y gratitud por los profesionales de la salud. Por todos aquellos que atienden a los enfermos en hospitales y hogares con tanta dedicación y generosidad. Rogamos a Dios por la gracia de superar la pandemia. Reconocemos con alabanza a Dios y gratitud los pasos que se han dado, pero debemos seguir cuidando la vida y la salud con responsabilidad.

Damos gracias a Dios por esta nuestra iglesia Basílica – Santuario que durante tantos años ha sido fuente de gracia para los innumerables fieles que vienen aquí a rezar, agradecer y suplicar, buscando refugio en el corazón puro de María Inmaculada, Virgen de Caacupé.

Miles de fieles han hecho peregrinaciones, bajo la protección de la Virgen, muy unidos al querido Papa Francisco, orando por él y acogiendo sus enseñanzas para permanecer fieles a la fe en Cristo, proclamada por Pedro. El Papa Francisco ha invitado a toda la Iglesia a rezar y participar en el camino sinodal iniciado el pasado mes de octubre hacia el Sínodo de los Obispos de 2023, que es una ocasión especial para que crezcamos en la experiencia de participación, comunión y misión.

La Iglesia tiene la misión de anunciar la Palabra de Dios para salvación de todos los hombres; el cumplimiento de esta labor corresponde a todo el Pueblo de Dios: sacerdotes, religiosos y laicos. En esta ocasión, se nos invita a reflexionar sobre los laicos y su importante papel en la santificación del mundo; ellos como bautizados comparten la función sacerdotal, profética y regia de Cristo, derivada de la participación sacramental. Iniciamos el año del laico con el lema para el 2022: “Al instante se pusieron en camino a anunciar a Cristo”. Y la reflexión para el día de hoy es: María modelo de espiritualidad laical.

En los últimos años hemos sido testigos del auge de la espiritualidad en la Iglesia y el mundo. Si antes la espiritualidad parecía una escapatoria de la realidad, ahora se volvía una moda, más aún en esta pandemia. Estrellas de cine y de la música, deportistas famosos, empresarios, hombres de negocios, los peregrinos de la Virgen, empezaron a interesarse por la espiritualidad. La espiritualidad dejó de ser un lujo de unos cuantos y se convirtió en una necesidad. Pues bien, en este retorno a la espiritualidad, en esta sed de espiritualidad, María tiene algo importante que decirnos.

¿Qué es la espiritualidad mariana? Es la comunión, íntima entre el cristiano y María bajo el influjo del Espíritu. Es encontrar en María inspiración para el seguimiento de Cristo. Porque el cristianismo no consiste en fórmulas, ideología, conceptos, sino que es, ante todo, don, presencia, experiencia, vida. Y la figura de María resulta inspiración para encarnar las actitudes y valores cristianos. San Juan Pablo II lo dijo así: “El Espíritu Santo ha impulsado la fe cristiana por el camino del descubrimiento del rostro de María. Él opera maravillas en los lugares de piedad mariana. Es Él quien, estimulando el conocimiento y el amor a María, conduce a los fieles a entrar en la escuela de la Virgen del Magníficat, para aprender a leer los signos de Dios en la Historia y a adquirir la sabiduría que nace de cada hombre y cada mujer constructor de una nueva humanidad”.

¡Hoy aquí están como discípulos; aquí están como “Christifideles”! Este es el primer título de dignidad y responsabilidad con que el Concilio Vaticano II nombra a los laicos, en la comunión de todos los hermanos en la fe.

Con la presencia e inspiración del Espíritu de Dios, el Concilio Vaticano II quiso ser un eco renovado y pujante de ese llamado de Cristo para movilizar las energías cristianas de todos los bautizados, para convocarlos a la santidad de los auténticos discípulos, para enviarlos por los caminos del hombre con el ímpetu de una nueva evangelización, para animarlos en el esfuerzo de creación de formas de vida más dignas del hombre hacia el horizonte de un mundo mejor.

Ya, los padres conciliares decían, “la mies es mucha y los obreros pocos” (Lc 10,2). El campo de trabajo que se abre hoy ante los ojos del apóstol es inmenso, variado y complejo. No faltan las ciudades que, no escuchan y rechazan a los discípulos del Señor, enviados “como corderos en medio de lobos” (Ibíd. 10,3). El materialismo, el consumismo, el secularismo han endurecido el corazón de muchos hombres. Pero hay muchas casas y ciudades que viven los mandamientos del Señor, que reciben “como río la paz”, según las palabras del Profeta Isaías (Is 66,12). ¡La mies es mucha! ¡Se necesitan muchos brazos que trabajen en la construcción del reino de Dios!

Por eso el Concilio Vaticano II subrayó con claridad y fuerza, que toda vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación al apostolado (cf. Apostolicam actuositatem, 3), invitando a todos los laicos a redescubrir su dignidad bautismal de discípulos del Señor, de obreros de la mies, y a reavivar su responsabilidad apostólica ante esta gran tarea.

Por el bautismo y la confirmación, por la participación en el sacerdocio de Cristo, como miembros vivos de su Cuerpo, los laicos participan en la comunión y en la misión de la Iglesia. La Iglesia quiere y necesita laicos santos que sean discípulos y testigos de Cristo, constructores de comunidades cristianas, transformadores del mundo según los valores del Evangelio. Pues, para todos hay una tarea en la misión de anunciar que “el reino de Dios está cerca” (Lc 10,9).

El campo de trabajo del laico en la misión de la Iglesia se extiende a todos los ambientes y situaciones de la convivencia humana. Así lo afirmó el Papa Pablo VI en la Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”: “El campo propio de su actividad evangélica es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación social así como de otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y de los jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento” (EN 70).

Los laicos, fieles a su identidad secular, deben vivir en el mundo como en su propio ambiente y realizar allí una presencia activa y evangélica, dinámica y transformadora, como la levadura en medio de la masa, como la sal que da sentido cristiano a la vida del trabajo, como la luz que brilla en las tinieblas de la indiferencia, del egoísmo y del odio.

Esto significa, el compromiso y contribución de los cristianos laicos para asegurar condiciones económicas, sociales, culturales y religiosas que favorezcan la unidad y estabilidad de las familias, que refuercen el sentido de respeto a la vida, que ataquen las causas profundas de la violencia y atracos, que combatan todas las formas de corrupción del tejido social de nuestra sociedad; que lleven adelante con valentía modelos y estrategias de desarrollo capaces de ir superando situaciones de injusticia, desigualdad, marginación y pobreza; que promuevan iniciativas, la autogestión, la corresponsabilidad y participación en la vida pública; que dignifiquen el trabajo y que tengan horizontes amplios en el diálogo, solidaridad e integración de la gran familia paraguaya.

Querido Laico, ¡Cristo te llama! Cristo te espera para que colabores también tú en la construcción del reino de Dios. Hay pues, que alentar la participación de los laicos en las comunidades cristianas, en su vida litúrgica, en sus programas y consejos pastorales, en sus ministerios laicales, en la práctica y testimonio de la caridad. Hay que superar la incoherencia. La formación cristiana de los laicos requiere una pedagogía pastoral que ilumine y oriente toda su vida con la luz y la fuerza de la fe. La fe que se profesa tiene que convertirse en vida cristiana. Que siempre prevalezca la unidad y comunión eclesiales en la verdad y en la caridad, bajo la guía de los obispos, padres y maestros en la fe. En la obediencia a los Pastores y a la sana doctrina, sepan reaccionar los laicos contra todo intento o manipulación que trate de sembrar la división y la discordia. “Deseen la paz a Jerusalén”, dice en el Salmo 122; que la nueva Jerusalén, que es la Iglesia, sea “como una ciudad bien unida compacta” (Ibíd. 3) en la fraternidad y el amor.

Igualmente, quisiera dirigir una palabra de reconocimiento y homenaje a la mujer paraguaya. Bien que se ha dicho que la mujer ha desempeñado un papel providencial en la conservación de la fe de nuestro pueblo de generación en generación. Humildes y fuertes mujeres del pueblo cristiano han sido y continúan siendo como ángeles custodios del alma cristiana de nuestro país; educadoras de la fe, discretas; perseverantes y fieles, en la familia y en su comunidad.

Ahora bien, ¿un laico, qué puede hacer en la vida pública? Hoy en día muchas de nuestras ciudades se han convertidos en verdaderos lugares de supervivencia. Lugares donde la cultura de la eliminación parece haberse instalado y deja poco espacio para una esperanza. Ahí encontramos a nuestros hermanos, inmersos en esas luchas, con sus familias, intentando no solo sobrevivir, sino que, en medio de las contradicciones e injusticias, buscan a Dios y quieren testimoniarlo. ¿Qué significa para nosotros pastores que los laicos estén trabajando en la vida pública? Significa que debemos buscar la forma de poder alentar, acompañar y estimular todos sus esfuerzos que ya hoy se hacen por mantener viva la esperanza y la fe en una sociedad lleno de contradicciones especialmente para los más necesitados y vulnerables. Tenemos ante nuestros ojos estos desalojos forzosos y amenazas de expulsión de comunidades indígenas y campesinos en diversas zonas del país. Es de considerarse importante que se evalúe la necesidad de derogar la reciente modificación hecha al código Penal o que se la revise con mecanismo de control y diálogo.

Hermanos, tenemos un frente muy difícil: la corrupción. Debemos luchar contra la corrupción. La corrupción es una de las grandes causas del triste estado de cosas que está viviendo nuestro país. Como dice el profeta Isaias: «Cuando la corrupción toca su fondo, todo se cae». 

Lograr que el gobierno y, en general, todo el funcionariado público, la gente de bien, sea honesto, es hoy como lo fue en todos los tiempos y sobre todo en los de crisis, una misión tan imperiosa como indispensable.  Sin honestidad, no se gana nunca.

Se cuenta que, el rey Balduino de Bélgica murió en 1993 y todavía es el más popular y querido monarca que tuvo su país. Se mostró como un rey ejemplar y se volvió querido al mostrarse cercano a los pobres y víctimas de la injusticia. Pero hubo un momento en su reinado en que los ciudadanos belgas se cuestionaron su capacidad para reinar, cuando se negó a aceptar la legalización del aborto.

En el año 1990 se aprobó la ley del aborto en Bélgica, como rey y jefe del Estado debe firmar los proyectos aprobados por el parlamento para que entren en vigor. Sin embargo, la ley del aborto iba en contra de sus profundas convicciones cristianas, y dijo que “su conciencia no le permitía firmar la ley”. Nunca un rey ha rechazado ratificar las decisiones del Parlamento. 

Finalmente, el Rey Balduino delegó en el gabinete sus facultades aduciendo “la incapacidad temporal para reinar” y durante ese tiempo el Consejo de Ministros firmó la ley para que entrara en vigor. 

En su funeral, el Cardenal Daneels dijo: “Hay reyes que son más que reyes: son los pastores de su pueblo. Hacen mucho más que reinar: aman hasta dar su propia vida”. Fue un «testimonio insólito» con el que Balduino había dado a la nación «un inequívoco punto de referencia de valores». Por eso hay quienes le consideran como un futuro santo canonizado por la Iglesia católica, al estilo de San Luis de Francia o de Fernando III el Santo. 

Queridos hermanos, no tengan miedo de aceptar este desafío. No olviden que los frutos del apostolado dependen de la profundidad de la vida espiritual, de la intensidad de la oración, de una formación constante y de una lealtad sincera a las directrices de la Iglesia. Pero el Señor vence el miedo y abre las puertas. Como el día de Pentecostés, los apóstoles de la primera hora, enardecidos por el Espíritu Santo, salieron a anunciar a Jesucristo con valentía y confianza, así también nosotros, alimentados en la Mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo, nos reconocemos Pueblo de Dios “en salida”, y salimos en su nombre a proclamar con palabras y obras el Evangelio del amor y la reconciliación, la alegría y la esperanza.

San Óscar Romero dirigiéndose al Pueblo de Dios, poco antes de ser asesinado, proclamó e interpeló:

“Lo más grandioso de la Iglesia son ustedes […] ¿Qué están haciendo bautizados en los campos de la política? ¿Dónde está su bautismo? […] Dondequiera que haya un bautizado ahí hay Iglesia, ahí hay un profeta, ahí hay que decir algo en nombre de la verdad que ilumina las mentiras de la tierra. No seamos cobardes. No escondamos el talento que Dios nos ha dado desde el día de nuestro bautismo y vivamos de verdad la belleza y la responsabilidad de ser un pueblo profético”.

Finalmente, mis últimas palabras van dirigidas a impulsar a todos los cristianos a ser esos laicos comprometidos en anunciar a Cristo a todo aquel quien no lo conoce, o a quien lo ha reducido a simple personaje histórico, les insto: pónganse en marcha y se va desencadenar un potencial de fuerzas que transformará nuestra sociedad, incluso, podrán incendiar el mundo. Cuando esto suceda podemos afirmar finalmente que ha llegado: “la hora de los laicos”.

Que la Virgen María modelo de espiritualidad laical, ayude a cada cristiano a ser un ardiente testigo de Cristo. Así sea. Amén.

Fuente: Oficina de Comunicaciones, CEP