Homilía: Vigésimo Tercer Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B

“Effetá: ábrete”

La liturgia de la palabra de Dios en este vigésimo tercer domingo ordinario del ciclo B, nos presenta en el evangelio el episodio de la curación de un sordomudo. Este pasaje del Evangelio de Marcos está reflejado en la primera lectura del libro del profeta Isaías que avisa sobre unos prodigios que vendrán por parte de Dios.

En esta primera lectura (Is 35, 4-7a) el profeta Isaías está anunciando una inminente liberación del pueblo de su cautiverio en Babilonia. En expresiones que llenan de esperanza dice, “digan a los que están desalentados: ¡Sean fuertes, no teman: Ahí está su Dios¡. Llega la venganza, la represalia de Dios: ¡Él mismo viene a salvarlos!”

El salmo 145 es un canto al Señor por sus obras justas a favor del oprimido. “Alaba al Señor, alma mía. El Señor hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos.”

En la segunda lectura, de la carta de Santiago (Sant 2, 1-5), encontramos un llamado a tener comportamientos verdaderamente cristianos. Poniendo como ejemplo dos niveles sociales, el del pobre y el del rico, la carta nos exhorta a no hacer acepción de personas clasificando al prójimo en categorías asignando la primera a los ricos y la segunda a los pobres. “Ustedes que creen en nuestro Señor Jesucristo glorificado, no hagan acepción de personas”.

El evangelio se san Marcos (Mc 7, 31-37) habla de un sordomudo; su anomalía lo hace una persona incapaz de comunicarse, por lo tanto, excluida de la vida social. “Le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó y llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después levantando los ojos al cielo dijo: Effetá, y enseguida se abrieron sus oídos y soltó la lengua hablando normalmente”.

1. La sordera

En la sociedad existe un tipo de sordera que afecta gravemente la escucha atenta. Aunque estamos en la era moderna de las redes sociales que facilitan enormemente la comunicación, sin embargo, en la cotidianeidad de la vida, existen diversas situaciones de sordera que dificultan la escucha a Dios y sobre todo a los clamores de quienes demandan sus derechos y el bien para todos.

Hay personas sordas y mudas por barreras culturales. Puede darse el caso de sectores enteros de la población que se consideran superiores a los demás y que hacen oídos sordos a quienes necesitan ser considerados en sus derechos. Hay también personas sordas y mudas por factores generacionales, o en los casos que no se quiere escuchar a los que ya no son útiles a los ojos del mundo: los abuelos, los enfermos terminales, los niños de la calle; éstas personas no son oídas por los responsables. ¿Cuál es la fórmula para erradicar estas sorderas? Sería curarse de la enfermedad de la acepción de personas como nos recuerda la segunda lectura de la carta de Santiago “Ustedes no hagan acepción de personas”. La palabra del evangelio nos impulsa a la caridad para con todos.

Algo semejante encontramos en individuos y colectivos sociales que, por razones ideológicas, están absolutamente incomunicados. Se corta la comunicación entre los que piensan diferentes, otros no quieren dialogar porque quieren imponer sus ideas y principios como si tuvieran la plenitud de la verdad, otros se creen poseedores de una cultura superior. Sin embargo, más de un sabio nos dice que no existen culturas superiores, sino sólo culturas diferentes una de otra. El cortar la comunicación provoca un encerramiento, es como un tapón a los oídos generando la sordera que dificulta escuchar al prójimo.

Podemos considerar que toda la humanidad tiene dificultades de comunicarse y está representada en este hombre –el sordomudo- que padece limitaciones físicas para hablar y escuchar. Cuando Jesús le dice, con voz potente, ¡Effetá! ¡Ábrete!, se dirige también a todos nosotros. Nos exhorta a no encerrarnos en el estrecho mundo de nuestros intereses egoístas; nos invita a abrirnos a los demás, a ser sensibles ante las necesidades de los hermanos, a escuchar la voz de Dios que nos habla de mil maneras.

2- Effetá: durante el bautismo

El Evangelio de san Marcos con el relato de la curación del sordo mudo, nos ilumina el camino de una verdadera vida cristiana como discípulos y misioneros de Cristo. Por este motivo, la palabra que Jesús utiliza para curar al enfermo -effetá, ábrete-, se ha incorporado en la celebración del sacramento del bautismo.

Miremos una vez más este evangelio. Cuando Jesús estaba yendo hacia el mar de Galilea, le presentaron un sordo mudo a quién lo alejó de la multitud y llevándolo aparte “le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después levantando los ojos al cielo dijo: Effetá, y enseguida se abrieron sus oídos y soltó la lengua hablando normalmente”.

Con una sola palabra que sale de la boca de Jesús, se realiza el milagro de la curación. El milagro produce un efecto físico porque al sordomudo inmediatamente se le abren los oídos y se le suelta la lengua, y al mismo tiempo se da un efecto espiritual porque todos cuanto asistieron en este hecho anuncian lo que ha sucedido: “Jesús les mandó que no dijeran nada a nadie, pero cuando más insistía, ellos más lo proclamaban…”.

La Iglesia ha empleado este milagro de Jesús para explicar los efectos del Bautismo. El bautismo es curación de la sordera, es decir de la capacidad de oír la palabra de Dios, de aceptarla y de esta manera entrar en comunicación con Dios. Por otro lado, el bautismo es la medicina contra el mutismo: da la capacidad de hablar de Dios y la capacidad e dar testimonio de la propia fe. La palabra ¡Ábrete!, es una invitación para abrirse a la Palabra de Dios, a la gracia, a la oración.

Conclusión

Decía San Agustín: “Así como toda carencia es desgracia, toda desgracia es carencia”. Al terminar la reflexión de este domingo, reconociendo que fuimos curados de esa desgracia de la sordera y del mutismo con el sacramento de bautismo, es conveniente pedir al Señor la gracia de poder utilizar las capacidades que nos ha dado el sacramento de iniciación. Con frecuencia actuamos como sordos y mudos desgraciados y carentes. Nuestra vida cristiana, sin embargo, debe ser una vida de comunicación con Dios y con los hermanos, a la luz de la fe y con el esplendor de la verdad y la caridad.

Escrito por: Pbro. Ángel Collar

Oficina de Comunicación y Prensa, Diócesis de Ciudad del Este