Homilía: XII Domingo Ordinario Ciclo B

Homilía

Hace poco días atrás sucedió algo muy doloroso que nos cuestiona severamente y que por tanto no podemos ignorar; se trata de lo ocurrido con un grupo de indígenas quienes fueron desalojados de sus casitas en Itakyrý, quedándose a la suerte del abandono, al desamparo de la injusticia y peor aún sin casa sin abrigo con este frío que se viene.

Hoy al escuchar el evangelio de san Marcos donde relata la tempestad calmada ante el asombro de los apóstoles, podemos decir que: “estamos en un mismo barco” donde experimentamos al igual que los discípulos las mismas sensaciones de miedo, incertidumbre y amenaza – al igual que nuestros hermanos indígenas víctimas de desalojo. Existen realidades que ponen en riesgo la vida sin consideración de estado, clase o condición social. Tal vez como pasajeros de este barco no viajamos en la misma clase, sea común o ejecutiva; sin embargo, todos corremos el mismo riesgo, aunque seamos pasajeros de categorías diferentes, ya sea de primera, de segunda o de tercera categoría.

Con este telón de fondo, les invito a contemplar las lecturas que nos propone la liturgia de hoy para iluminar nuestra vida y llenarnos de esperanza ante las realidades que nos aquejan y quebrantan.

La primera lectura, del libro de Job (Job 38, 1.8-11), es una auto revelación de la grandiosidad de Dios que es dueño y Señor de todo lo creado. “El Señor habló a Job desde la tempestad ¿Quién encerró a dos puertas el mar…? Yo tracé límite alrededor de él.” Dios es el que puede poner en un depósito las aguas del mar, él tiene bajo su control la ley de la misma naturaleza, obra de sus manos.

El responsorio del salmo 106 es una invitación a la gratitud ante el inmenso amor de Dios: “den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor”. Aunque nos aquejan muchas cosas, a partir de nuestro bautismo ya vemos y sentimos las realidades desde Dios eternamente misericordioso.

En la segunda lectura (2 Cor 5, 14-17), san Pablo dirigiéndose a los corintios les dice que “el amor de Cristo nos apremia, al considerar que, si uno solo murió por todos, entonces todos han muerto… lo antiguo ha desaparecido, y un ser nuevo se ha hecho presente”. Para el discípulo de Jesús, todos los acontecimientos que sobrevienen, tienen carácter de oportunidades para la santificación.

El evangelio de san Marcos (Mc 4, 35-41), con el relato de la tempestad calmada nos invita a aumentar nuestra confianza en Dios; a su hijo Jesús que él nos envía hasta la naturaleza obedece. “Increpó al viento y le dijo al mar: silencio, cállate. El viento se aplacó y sobrevino una gran calma”. La barca representa la vida de cada uno, de la Iglesia, la familia o del mismo planeta, y la tempestad representa las dificultades que nos aquejan, el miedo y la inseguridad, las dudas a causa de nuestras debilidades. Jesús nos dice también a nosotros: “¿por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?” Jesús reclama a sus discípulos superación del miedo y fe en él.

1- La barca

Sin duda nos impresionó el mensaje del Papa Francisco en ocasión de aquella oración Urbi et Orbi del 27 de marzo de 2020, al comienzo de la pandemia. Era una tarde lluviosa y la Plaza de San Pedro se encontraba vacía. Sobre un pequeño estrado se destacaba la figura solitaria del Papa, una imagen de la Virgen y un Crucifijo. Millones de televidentes del mundo entero pudimos seguir esta sobria ceremonia que nos conmovió hasta derramar lágrimas.

Decía el Papa: “Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso:   se palpa en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas”.

Para muchos de nosotros, esta experiencia de la tempestad que es la pandemia ha significado un crecimiento en la vida espiritual. Hemos encontrado en la eucaristía y en la oración la fuerza para superar el estrés del miedo, y el cansancio que resultaba después de pasar muchas horas frente a una pantalla de computador en trabajo remoto. Hoy valoramos, como nunca lo habíamos hecho, las cosas simples de la vida, la cercanía de la familia y de los amigos.

Ya va llegando la vacuna, pero todavía tenemos la necesidad y el enorme desafío de curar las graves heridas que esta pandemia ha creado afectando la vida en lo espiritual, lo psicológico, lo social y lo económico de muchas personas. Pensemos, por ejemplo, en los millones de estudiantes entre niños, adolescentes y jóvenes que no han podido asistir a la escuela, o en los abuelos que quedado estado recluidos en soledad.

Las heridas causadas por la pobreza han significado un grave retroceso. Millones de compatriotas que habían logrado ser ya de clase media, regresaron a la temida pobreza; la pandemia arrasó los logros obtenidos tras un duro trabajo. Y miles de jóvenes ven con desesperanza el futuro.

Pensemos en nuestros hermanos indígenas quienes además del flagelo de la pobreza y la pandemia, han perdido sus casas en varios lugares y particularmente en Itakyrý a causa de la injusticia que valora más el lucro que la dignidad de la persona.

Es necesario dar a Jesús el lugar que le corresponde en nuestra vida. La barca donde nos acompaña puede ser cada persona, la familia, las instituciones gubernamentales, el país y la misma Iglesia para que todo se valore desde la fe en este Dios que nos ama infinitamente y que calma las tormentas.

2- La fe como confianza en Dios

En medio de la tempestad, los discípulos se sienten desconcertados porque al comienzo Jesús duerme: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos”. Parecería que a Jesús le tiene sin cuidado la amenaza sobre las vidas de sus seguidores. Nuestra situación ante la tormenta sanitaria se parece a la de los discípulos, estamos cada vez más aquejados por la tormenta de la muerte de muchos seres queridos, amigos, familiares, vecinos, etc y dudamos que esto le importa al Señor. Así como los discípulos se sintieron muy mal ante el aparente desinterés de Jesús, también nosotros podemos decir que estamos viviendo momentos muy duros en los que parecía que Dios está ausente o quizás demasiado ocupado como para interesarse en nuestros asuntos.

Ahora bien, si tomamos en serio la alianza o pacto de amor sellado con la sangre de Cristo en la cruz, sabemos que Dios no se ha olvidado de nosotros. ¿Será que quiere probar nuestra madurez de manera que hagamos de las crisis oportunidades de crecimiento? No puede haber duda: él está realmente presente, aunque parezca ausente.

Una vez que la tormenta ha cesado, Jesús nos llamará la atención: “¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?”

Con estas palabras de Jesús hemos llegado al centro del mensaje espiritual de este domingo, sobre la fe entendida como confianza:

Tener fe en Dios no consiste en conocer teóricamente muchas cosas sobre teología, ni haber leído muchos libros de espiritualidad, ni en conocer detalles eruditos de las distintas religiones. Tampoco, no siempre el poseer ciertos dones o carismas es signo de fe, a veces inclusive estos signos son tan contradictorios que confunden y dividen quebrando la comunión y la obediencia.

La fe es una relación particularísima entre Dios, quien nos llama a su intimidad, para estar con él en su compañía con todas las consecuencias. Los discípulos aceptaron el llamado y estuvieron con Él.

También es verdad que en la historia de este llamado se entremezclan las luces y las sombras:

Se experimenta una gran incertidumbre porque desconocemos el futuro. Todos nuestros proyectos son frágiles porque no tenemos control sobre las variables del porvenir. Qué pasará mañana? A pesar de las programaciones, casi siempre aparecen las sorpresas que a veces agradan y otras veces duelen. ¿Qué pasará con todos aquellos quienes están infectados, contagiados por la pandemia, los que están con respiradores artificiales? ¿Qué será mañana de mi familia, que se viene después de recibir la vacuna anti covid-19?

Conclusión

Al mismo tiempo que sentimos temor y sombras ante las incertidumbres del futuro, nos puede invadir una gran paz porque Jesús está con nosotros. No navegamos solos. Él es nuestro compañero de viaje, aunque algunas veces parece dormido. Con fe y esperanza reservemos a Dios ese lugar que le corresponde en nuestras vidas, para que él sea el que nos gobierna con su amor y misericordia.