Homilía: “No tardes en convertirte al Señor” (San Agustín)

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO C

 Introducción

Algo bueno y alentador se vive ahora al iniciarse el Año del Laicado. Su lema es: “Al instante se pusieron en camino para anunciar a Cristo” y, con el inicio de la novena en honor a nuestra madre María Santísima de Caacupé, muchos se disponen a caminar o hacer una peregrinación espiritual. Se siente un ambiente religioso muy intenso en nuestro país, y se ve a muchos peregrinos llegando diariamente hasta la Villa Serrana para las celebraciones presididas por los obispos.

Sin embargo, no todo lo que sucede en el país se puede considerar bueno; en el transcurso de esta semana un grupo de familias indígenas de Cerrito del distrito de Minga Porã fueron desalojados de sus tierras ancestrales. Como si se tratara de una lucha contra una organización criminal se vio la presencia de muchos agentes policiales, subordinados que cumplen órdenes que vienen de arriba. Duele ver esta realidad de los pobres indígenas que son expulsados de sus propias tierras donde ya vivían mucho antes del descubrimiento de América. ¿Dónde queda el derecho de estas familias? ¿Dónde están las autoridades que deben defenderles con la aplicación justa de la ley? ¿Dónde está la justicia para estos hermanos nuestros? Ante este atropello, la Conferencia Episcopal Paraguaya emitió un comunicado pidiendo el respeto al derecho y la dignidad de los hermanos indígenas.

Estamos en el segundo domingo de Adviento preparándonos a celebrar la Natividad de Jesús el Hijo de Dios. A través de las lecturas “la Iglesia nos invita a tener más confianza y al mismo tiempo llama al compromiso: confianza porque Dios promete abundancia de gracias, promete la venida de su propio Hijo, y al compromiso, porque es preciso preparar esta venida” .

 La primera lectura es del libro del profeta Baruc (Bar 5, 1-9); presenta una invitación a la confianza. Profetiza las maravillas que Dios quiere realizar en su pueblo que está de luto por el exilio que sufre. Con todas las circunstancias adversas que representa estar exiliado, el profeta invita a despojarse del “vestido de luto y aflicción” y a vestirse con “las galas de la gloria perpetua”.

 La segunda lectura, de la carta de san Pablo a los Filipenses (Filp 4, 4-7), es una invitación a la confianza. Después de elogiar a los Filipenses por su espíritu de cooperación en la difusión del evangelio San Pablo afirma: “estoy firmemente convencido que Aquel que comenzó en ustedes la buen obra la irá completando hasta el día de Cristo Jesús”.

 El evangelio de san Lucas (Lc 3, 1-6), consta de dos secciones diferenciadas: en la primera, escuchamos de la actividad profética de Juan Bautista dentro de la historia política y religiosa de su país. Se señala el tiempo preciso del cumplimiento de la promesa de Dios de una manera solemne: “el año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio…”, es decir hacia el año 28 después de Cristo. En la segunda sección, encontramos la predicación de Juan: “una voz grita en el desierto. Preparen el camino del señor, allanen sus senderos”.

 1- El profeta

En el evangelio vemos reflejado cómo estaba constituido el poder político en torno al año 28 después de Cristo (siglo I).

En la cumbre del poder está el emperador Tiberio, en el año decimoquinto de su reinado; debajo de él se encuentra Poncio Pilato, gobernador de Judea como representante del poder romano; y más abajo aparecen tres figuras locales, que detentaban pequeñas cuotas de poder: Herodes, Filipo y Lisanio. Este es el esquema del poder político de turno en esa región.

“El evangelio también identifica el poder religioso de ese momento: se refiere a Caifás, quien era el sumo sacerdote ese año, el cual era un títere de Anás”.

Al identificar a estos personajes, el evangelio está haciendo resaltar que la salvación que se hace presente en el Hijo de Dios no fue algo casual, sino que tuvo lugar en un momento preciso de la historia. “Entendida desde la fe en un Dios providente y misericordioso, la historia no es un acontecimiento al azar de acaecimientos casuales. Los que tenemos fe, vemos en la historia el lugar de encuentro entre Dios y la humanidad. De ahí que cada acontecimiento tiene un sentido profundo, espiritual, que no siempre es percibido por la gente que va por la vida de manera distraída” .

Haciendo una pausada reflexión sobre aquellas realidades fundamentales del ser humano como su dimensión personal, social, histórica y religiosa, podemos distinguir lo siguiente. Lo personal son aquellas realidades íntimas que pertenece a cada uno en particular como la conciencia y los sentimientos, el dolor físico, psicológico y moral y la satisfacción, la alegría y la tristeza. La dimensión social comprende aquellas realidades compartidas con los demás, como son las leyes, la convivencia, la justicia social, la familia, la política,  la cultura, las instituciones, los recursos naturales. El aspecto histórico se observa en aquellos  acontecimientos que suceden en el tiempo y en el espacio, y la dimensión religiosa incluye aquellas realidades que se relacionan con lo espiritual: Dios, la Iglesia, la oración, el espacio sagrado, el credo, la moral, la liturgia. Observando esta compleja realidad del ser humano que cuyas dimensiones necesitan estar unidos armónicamente en cada ser humano, podemos caer en la cuenta que todo sucede según un designio. Esto significa también que todas estas realidades necesitan ser iluminadas y orientadas por la voluntad de Dios que ha creado todo por amor y al ser humano le ha dado esa capacidad de amar.

 2- El profeta y su acción

El evangelio de san Lucas nos habla de Juan el Bautista en el desierto, donde recibió la Palabra de Dios y recorría la comarca del río Jordán.

El mensaje de  Juan Bautista tuvo gran acogida en el corazón de muchos de sus contemporáneos incluyendo a personas de todos las capas sociales. La austeridad de su vida, el vigor de su llamado a la conversión y la coherencia entre lo que decía y hacía causaban un profundo impacto en la gente que le escuchaba.

El pasaje del profeta Isaías que aparece en el evangelio prueba la continuidad del mensaje de Juan con la tradición profética del Antiguo Testamento: «preparad el camino del Señor, allanad sus sendas».

Este llamado a preparar el camino del Señor manifiesta el sentido del tiempo litúrgico del Adviento, que es la preparación para  recibir la Palabra de Dios que se encarna en Jesús de Nazaret y se hace visible en el portal de Belén que a su vez simboliza el corazón de cada creyente.

Es oportuno este mismo mensaje en el marco de este Año del Laicado donde la tarea que nos propone representa muchos desafíos y dificultades. Muchas veces nos domina la pereza religiosa. A veces tenemos intereses netamente materiales en detrimento de lo espiritual que queda sepultado bajo las preocupaciones diarias. Cercenamos nuestra propia estructura personal fragmentándolo todo; así nos quedamos con lo puramente terrenal, olvidando lo espiritual y las otras dimensiones.

El mensaje del profeta cuestiona sobre diversos aspectos de la vida usando un lenguaje poético: «elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios».

Lo cierto y concreto es que San Juan Bautista exige a todos, sin excepción, un cambio importante en el rumbo de la vida. Invita a transformar nuestro interior, así como el exterior, pide conversión personal, social, religiosa, histórica y estructural para celebrar la primera venida del Señor y estar preparados para la venida definitiva.

 Conclusión

San Agustín de Hipona decía: “No tardes en convertirte al Señor. Estas palabras no son mías, pero son también mías; si las amo, son mías; amadlas, y serán vuestras” . Adviento es tiempo de reflexión y conversión. El mensaje de las lecturas de hoy se encuadra en este clima de preparación para celebrar las fiestas navideñas con un corazón lleno de amor donde Jesús quiere cobijarse como en su propia casa. La preparación para la venida del Señor consiste en la conversión interior, personal y exterior, en las relaciones humanas. Éstas han de pasar de la desigualdad a la igualdad, de la injusticia contra los más necesitados como los hermanos indígenas a la justicia. Después de esta conversión, no olvidemos la función profética de cada discípulo y misionero de Jesús según su responsabilidad: Obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos/as y laicos. Ya estamos en el Año del Laicado.