Epifanía del Señor

Homilía del Domingo

La palabra Epifanía significa manifestación. Todo el tiempo de la navidad es tiempo de manifestación: Jesús que nace en el pesebre, se manifiesta a los pastores. En este día celebramos su manifestación a los hombres sabios de oriente, que a través de su ciencia percibieron las señales de la presencia divina. En estos episodios de la infancia, Jesús comienza a manifestarse, hasta que asuma su misión pública y comience a predicar el Reino, después de su bautismo en el Jordán1.

La primera lectura (Is 60, 1-6) invita a levantarse y alegrarse porque la luz divina brilla sobre nosotros. Isaías profetiza también la figura de los reyes magos que nos introducen al misterio de la Epifanía. Jerusalén será centro de recepción de muchas personas. El texto anuncia la venida de numerosos viajeros desde Saba, trayendo incienso y oro. Llegan con una multitud de camellos, de dromedarios de Madian y de Efá.

La segunda lectura (Ef 3, 2-6) revela que Dios se manifiesta para toda la humanidad sin distinción de condición, raza, lengua o nación. “También los paganos participan de una misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo y beneficiarios de la misma promesa en Cristo Jesús”.

El evangelio (Mt 2, 1-12) relata la manifestación de Jesús a los reyes magos del oriente lejano, y que éstos, fueron guiados por la estrella de Belén. “La estrella que habían visto en Oriente los precedía hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. … luego abrieron sus cofres, le ofrecieron oro, incienso y mirra”.

1- Ponerse en camino

Los reyes de oriente, entendidos en ciencias astrológicas, al ver la estrella brillar, inmediatamente se pusieron en camino buscando llegar junto al nuevo Rey que acababa de nacer. Guiados por la estrella que apareció en el cielo, emprendieron un largo y fatigoso camino. Estos reyes magos debieron haber tomado todas las medidas de seguridad para emprender semejante viaje hacia a Belén, un lugar que seguramente ni conocían.

Ponerse en camino hacia un destino, guiado por la luz de la estrella, pero por una ruta poco conocida, implica varios peligros y muchos detalles a considerar. Significa salir del lugar de confort para enfrentarse a lo desconocido. salir a buscar lo desconocido, implica la predisposición interior para llegar a la meta sin importar el tiempo que se necesita o los desafíos que representa el camino hacia el objetivo. Moverse por una carretera desconocida requiere mucha prudencia y luego, determinación.

Salir a buscar en oriente medio, por caminos desérticos, áridos, calurosos y peligrosos, sin agua, sin protecciones, debió ser muy fatigoso para estos sabios.

El papa Francisco desde el inicio de su pontificado, nos impulsa a salirse de sí mismo, vencer el atrincheramiento, romper el muro del encerramiento, salir del despacho, de la oficina, salir en búsqueda a veces no solo de una oveja sino de 99 ovejas extraviadas. Los tres reyes magos al ser prototipos de salida y de búsqueda, al mismo tiempo son modelos de una actitud misionera. Ellos fueron hasta Jesús llevando sus regalos; nosotros deberíamos ir donde el mismo Jesús, pero que está en el hombre indigente, desprotegido, ignorado, maltratado por la vida, la enfermedad, la vejez o el abandono. El Papa Francisco propone, motiva y encamina una Iglesia en salida, en constante camino, una Iglesia sinodal, es decir, donde caminamos juntos, así como lo hicieron los tres reyes magos. Al enterarse de la estrella de Belén, salieron a caminar juntos, hicieron camino juntos de ida y de vuelta: “se pusieron en camino de inmediato, y vinieron desde oriente a Jerusalén”. Dejémonos cautivar por la epifanía, la manifestación de Dios que se nos promete cuando salimos de inmediato, invitados a ponernos en camino hacia el hermano que sufre, el campesino o el indígena que padece injusticia, en camino para soñar y hacer posible una Iglesia en constante salida, peregrina en la tierra y siempre en marcha, y con la mirada puesta en la Jerusalén celestial donde Jesús nos espera con todos los santos y ángeles del cielo.

2- La búsqueda del Señor

Los magos se pusieron en marcha, y la estrella los guiaba hacia el lugar donde se encontraba el niño. El Evangelio nos dice que cuando estuvieron cerca, “el ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría”.

La alegría es algo muy significativo cuando se trata de buscar al Señor. Cuando alguien busca verdaderamente a Dios, aunque haya dificultades, barreras, y tropiezos que deben enfrentarse, todos ellos son incentivos que nos motivan para seguir adelante con alegría y con mucho entusiasmo. Al proseguir la búsqueda a pesar de la oscuridad donde a veces aparece y otras veces desaparece el brillo de la estrella que guía, ella va a brillar nuevamente con su luz, y el corazón se llenará de alegría.

Cuantas falsas luces identificadas con las diversas idolatrías brillan ante los ojos del ser humano como un flash, pero al rato se apagan dejando los ojos lastimados y encandilados. Estos destellos pronto se apagan dejandonos en la oscuridad de una desorientación ante los desafíos de la vida.

El credo Niceno Constantinopolitano al referirse a Jesús reza: “Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz…”

¿Cuál sería la luz que nos guía en el sendero de la vida?. El Concilio Vaticano II nos presenta a la Iglesia como sacramento universal de salvación bajo el título de Lumen Gentium, luz de los pueblos. La Iglesia somos todos los bautizados, por tanto, al igual que Juan el Bautista que dio testimonio de la luz, estamos llamados a ser testigos, reflejos de esa luz divina que es Jesús el Hijo de Dios que vino para salvar al mundo. A propósito, el profeta Isaías invita a Jerusalén y le motiva “levántate y brilla, Jerusalén,

que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti”. San Pablo en la segunda lectura nos hace comprender el sentido del episodio de los magos: son un signo de que “también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y participes de la promesa de Jesucristo, por el evangelio”2. Celebremos hoy con alegría la Epifanía del Señor que se manifiesta compartiendo nuestra naturaleza humana para darnos su naturaleza divina.

Conclusión

Dice San Agustín de Hipona: “La alegría plena sólo se hallará en aquella vida donde ya nadie será siervo”. Jesús vino para que nosotros fuéramos transformados de esclavos de otros en hijos de Dios con nuestro bautismo, “ya no somos siervos, sino hijos”. Siendo hijos de Dios en el Hijo, la Epifanía del Señor debe suscitar en notros un celo misionero: contribuir en la realización del designio divino de reunir a todas las naciones en un solo cuerpo. Esta solemnidad nos traslada a un escenario espectacular donde el corazón desborda de alegría debido a gran descubrimiento de la presencia de Dios entre nosotros. Que esta solemnidad litúrgica, fortalezca nuestra adhesión al Hijo de Dios, Luz de Luz. Todos, al igual que los magos de Oriente, estemos en camino detrás de esa estrella que brilla en Belén para guiarnos en el sendero de la vida hasta que lleguemos a ser un solo pueblo ya aquí en la tierra como paso para la morada eterna.