DOMINGO XXIV ORDINARIO CICLO A

“Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos…”

Este domingo la Palabra de Dios nos presenta una profunda enseñanza sobre el perdón como actitud necesaria del discípulo y misionero de Jesús. “¿Cuántas veces tengo que perdonar?” pregunta Pedro; “hasta setenta veces siete” le responde Jesús, es decir, siempre.

Para plantear el tema del perdón, les invito a considerar como un ejemplo radical la agresión contra la mujer, el feminicidio. En nuestro país viene sucediendo algo verdaderamente doloroso y difícil de digerir, como si fuera poco el flagelo de una justicia lenta y corrupta; estamos ante hechos que nos conmueve profundamente, acontecimientos relacionados con el asesinato frecuentes de mujeres víctimas de feminicidio. Habrá miles de cuestionamientos sueltos y sin respuestas en torno el hecho mismo de las víctimas y los victimarios. Sin embargo, a la luz de la palabra de Dios nos hacemos las siguientes preguntas: de parte de los familiares de las víctimas directas de estos hechos violentos y delictivos, ¿cómo plantear el perdón que Dios nos enseña hoy a través de su palabra? ¿Es correcto y posible perdonar a los responsables de un delito de tamaña magnitud? ¿Quiénes deberían intervenir en el caso para buscar caminos de solución ante tan grave y delicada situación? ¿Cuál será el desenlace de esta situación? ¿Cuál es la causa que nos lleva a una situación tan desagradable de esta naturaleza? ¿A quién le echamos la responsabilidad? Estos y muchos otros interrogantes podemos plantearnos.

 En la primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico (Eclo 27,33–28,9), leemos: “Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor?”

 La segunda lectura de la carta del apóstol san Pablo a los romanos (Rom 14,7-9) nos dice: “En la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos.”

 En el evangelio según san Mateo (Mt 18,21-35), Pedro le pregunta a Jesús: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?”

 1- El perdón divino

Hay que reconocer que, para el ser humano herido por el pecado, la práctica del perdón es un tema difícil debido al hecho que sus exigencias afectan a veces hasta la misma reputación. Jesús, para facilitarnos el perdón de Dios, parece poner en riesgo la fe de sus seguidores, los apóstoles, a quienes se les hacía más difícil creer en él como Hijo de Dios; para los contemporáneos era inconcebible que el Mesías muera crucificado y perdonando este crimen. El mismo bloqueo mental sigue latente hasta hoy día para muchos seres humanos que no admiten el camino que Dios ha elegido para salvarnos de las garras del pecado; Él se ha dejado libremente crucificar muriendo como un criminal colgado de una cruz entre dos malhechores. Justamente este gesto generoso de Nuestro Señor Jesucristo nos ha abierto la puerta del perdón de Dios a favor de toda la humanidad. Por tanto, de parte de Dios nunca habrá dificultad para perdonarnos dado que Jesús de una vez para siempre con su muerte en la cruz nos ha dado todos los medios para recibir la gracia del perdón.

En este sentido la segunda lectura, de la carta de Pablo a los cristianos de Roma nos recuerda: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos” (Rm 14,7-9). Jesús, al morir y resucitar nos ganó el perdón y la libertad. En Cristo todo se perdona, sin Cristo nada tiene perdón.

 2- El perdón humano

De parte Dios quien actúa como aquel rey del evangelio de hoy que condonó todo a uno de sus empleados, no habrá nunca dificultad en perdonarnos, y lo hará siempre y cuando nosotros estemos disponibles a perdonar a los que nos ofenden y en hacerlo siempre, “no te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete…”, o sea siempre.

Los seres humanos, en cambio, tenemos dificultades para pasar por alto las faltas de los otros. El orgullo es el principal inconveniente para perdonar, pues nos impide dar el primer paso: exigimos muchas veces que sea la otra persona quien dé el primer paso y que nos pida disculpas. El orgullo nos impide aceptar nuestra parte del compromiso de Dios. En medio de tantos problemas o conflictos nos sentimos inocentes y nos da la impresión de que la otra persona es culpable en todo y de todo. El orgullo nos hace creer que tenemos todo el derecho, toda la razón y así exigimos que esto se reconozca, en detrimento de nuestra obligación de buscar el camino de la reconciliación.

Si fuéramos capaces de ser misericordiosos de verdad, seríamos más felices, dormiríamos mejor, eliminaríamos una de las principales causas de estrés. Dice san Agustín que “cada día hemos de pedir indulgencia, porque cada día hemos ofendido”.  Recordando las enseñanzas de Santa Teresa de Calcuta podemos decir “El perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás paz en tu alma y la tendrá el que te ofendió”. Perdonar no cambia el pasado, pero sí cambia totalmente el futuro.

El tema del perdón no solo afecta las relaciones personales entre un tú y un yo, sino que repercute también en las relaciones sociales. Por eso, este tema está en el centro del ambiente actual que estamos viviendo y que está más directamente afectando a las familias de aquellos que son víctimas de feminicidio; y que naturalmente no deja de afectar a las autoridades responsables de administrar la justicia, y a toda nuestra sociedad paraguaya. Necesitamos hacer un alto y reflexionar sobre lo que está pasando, los motivos profundos de estos hechos ofensivos que atenta la vida de los más vulnerables en este caso la mujer.

La Conferencia Episcopal Paraguay en su comunicado del 11 de setiembre de 2020, lamenta los hechos delictivos como el secuestro, el narcotráfico y el asesinato y todo tipo de violencia contra la dignidad y la integridad del ser humano; y solicita a las autoridades ejercer sus funciones con eficiencia para erradicar todo peligro que quebranta la paz en nuestro país. Sin duda una vez más estos acontecimientos, son alertas y oportunidades con mayúscula para reflexionar buscando caminos adecuados y actitudes acertadas con relación a la administración de la justicia social, el bien común, y el bienestar que favorezca a todos los paraguayos sin excepción.

El perdón no significa impunidad ante una injusticia, tampoco es una obligación que hay que cumplir; se trata más bien de una maravillosa oportunidad que respeta la justicia, pero va más allá y que se nos ofrece, permite volver a crear, unas relaciones que se han roto.

 Conclusión

Iluminados con la enseñanza de Jesús sobre la necesidad del perdón oremos a nuestro Dios, padre misericordioso que fortalezca la justicia en nuestro país, que todos tengamos la oportunidad de vivir en paz testimoniando el amor cristiano que nos identifica como discípulos y misioneros de Jesús. Pedimos también justicia y pronta solución favorable a las víctimas de las violencias. Y no olvidamos que “nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar” (San Juan Crisóstomo)

Pbro. Angel R. Collar N.

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