DOMINGO IV ORDINARIO CICLO B

“El que sana todas las dolencias”

Ante una situación difícil de impotencia, ¿qué decir, como enfrentar, de qué manera actuar…?

Las noticias de los canales de televisión al parecer se especializan para transmitir sus programas con un alto porcentaje hechos de violencias, asaltos, accidentes fatales, y muy poco emiten de noticias con tonos más positivos. Si bien es cierta las noticias alarmantes son parte de la realidad nuestra cada día, existen aquellas buenas noticias que talvez deberán ser divulgadas también. No puedo imaginar la conmoción que genera para los familiares y amigos cercanos de las víctimas de las violencias como los asaltos, el feminicidios, el sicariato, o las injusticias de diversos ámbitos. Son situaciones que entristecen a tantas personas y a varias familias. Son verdaderamente las situaciones que generan dolor en el alma.

La palabra que la liturgia nos propone este IV domingo ordinario del ciclo B, nos alienta a pesar de las tragedias de las injusticias y tantas violencias. Nos invitan a mirar siempre la vida con esperanza en un Dios cercano y misericordioso que cura todas las dolencias, las decepciones y los sin sabores de la vida.

En la primera lectura el libro del Deuteronomio (Dt 18, 15- 20), Dios promete por boca de Moisés, enviar a su pueblo un profeta semejante a Moisés: “El Señor, tu Dios, te suscitará de entre los tuyos, de entre tus hermanos, un profeta como yo. A él lo escucharéis”. Dios siempre está cerca de su pueblo, nunca le abandona. Está allí para alentar, curar las heridas, consolarnos en la tristeza, liberarnos de cualquier esclavitud.

En la segunda lectura de la carta de Pablo a los corintios (1Cor 7, 32- 35) dice que la mejor condición para una persona es la de preocuparse únicamente de las cosas del Señor. “El no casado se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor… También la mujer soltera y la virgen se preocupan de los asuntos del Señor, de ser consagrada en cuerpo y espíritu”. San Pablo quería que el ser humano se preocupara exclusivamente por el Señor. ¿Cuál es nuestra mayor preocupación? ¿Es el Señor o las cosas terrenales?

El evangelio de san Marcos (Mc 1, 21- 28) nos presenta a Jesús como profeta que enseña con autoridad y ha venido a liberar a los hombres del influjo de los espíritus malos para darle su verdadera libertad de hijos de Dios. “¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús lo increpó: ‘¡Cállate y sal de él!’. El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él”

1- El médico por excelencia

Aunque tengamos a mano los últimos logrados en tecnología médica, comunicación, sistema económico, etc… todavía tendremos muy poco para aliviar aquellas situaciones límites que superan nuestras capacidades de controlar y resolver los problemas de la vida. Estar conscientes de cuan vulnerable y limitado somos ante las adversidades del mundo, es un paso importante hacia la fe en Dios que envió su Hijo único no para condenar sino para salvar a la humanidad.

Al terminar el primer mes del año, al parecer seguimos el flagelo de los problemas respiratorios: mucha gripe que azota muchas personas, influenza, chikungunya, dengue y el covid, seguimos parece con la misma incertidumbre que agobió a la humanidad durante años pasados; no podemos bajar la guardia, procuremos cuidar la salud haciendo lo necesario para colaborar limpiando todo el predio, eliminando todos los criaderos de los mosquitos.

El Evangelio nos presenta un relato de curación de un endemoniado: Jesús grita diciendo: “Calla y sal de él…” estas palabras fueron suficientes para vencer al espíritu inmundo que sale del hombre sacudiéndoles y gritando fuerte.

¿Qué tipo de espíritu inmundo nos aqueja personalmente? Y si fuera así ¿a qué médico recurrimos? Al capricho personal para decir cada uno se vea, a los maestros esotéricos, a una fe casi mágica que hace creer que la divinidad hará todo sin necesidad de mover un dedo, o verdaderamente acudimos a ese doctor de los doctores que cura el cuerpo y el espíritu. ¿Quién es nuestro doctor ante los males del cuerpo y del alma?

2- Una fe madura

Antes que nada, es importante recordar la diferencia entre la magia y la fe: la magia sería esas prácticas rituales por el que se pretende manipular a gusto personal una fuerza sobrenatural, es decir, pretender que la divinidad haga lo que yo le mande, le pida o le ordene. En pocas palabras que Dios haga mi voluntad.

La fe en cambio, es esa virtud teologal del discípulo y misionero de Jesús que consiste en creer en la palabra de Dios y en el magisterio de la Iglesia cuya base es la Palabra de Dios..

El catecismo de la Iglesia católica dice: “Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que se revela (cf. DV 5). La sagrada Escritura llama «obediencia de la fe» a esta respuesta del hombre a Dios que revela (cf. Rm 1,5; 16,26) (CICU 143)

La fe en este Dios misericordioso médico por excelencia que cura todas las dolencias requiere también de cada uno el cuidado responsable serio y disciplinado, pues cuidándose cada uno responsablemente, es como cuidamos a todos. Que este momento de nuestra historia nos fortalezca en la fe, la caridad y la esperanza, sobre todo en la doble esperanza de vencer todos los males, de manera particular vencer a la pandemia espiritual que refleja la falta de un testimonio vivo del amor a Dios y al prójimo; enfermedad o pandemia espiritual que es el pecado de la idolatría que lleva a la muerte eterna. Confiados en Dios hagamos lo que está a nuestro alcance por nuestra salud física y espiritual, por la salud integral de cada uno.

Conclusión

Sobre la fe dice San Agustín: “El creyente debe creer lo que todavía no ve, pero esperando y amando la futura visión”. La fe es una facultad del ser humano dotado de inteligencia, voluntad y libertad, “la fe no es ciega”. Que ninguna situación difícil de la vida, ni las malas noticias disminuyan nuestra fe, sino más bien vaya en aumento y mayor madurez.

Al concluir esta meditación pidámosle al Señor que seamos fieles comunicadores de su mensaje; que cada vez que leamos sus parábolas y los relatos de sus milagros nos sorprendamos ante el horizonte nuevo que nos abren y la riqueza del mensaje que nos comunican.

Pbro. Ángel Collar

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