Homilía: «Una generosidad que enriquece»

DOMINGO XXXII ORDINARIO CICLO B

Por: Pbro. Ángel Collar

En el transcurso de esta semana hemos asistido varios hechos llamativos, entre ellos cito nada más tres acontecimientos que pueden ser de interés. El primero se relaciona con la llegada de la Reina Leticia de España a nuestro país: “Mediante las visitas, conocerá más sobre la labor que realizan las organizaciones españolas o financiadas por España en materia de empoderamiento y salud de la mujer, educación y preparación para el empleo de jóvenes y en los terrenos de recuperación y preservación del patrimonio histórico del país”. Esperamos que con el apoyo generoso de la Reina, se realicen muchos proyectos que resulten verdaderamente para el bien de las personas y las familias, y que los ejecutores de los mismos cumplan con eficiencia lo acordado.

El otro hecho consiste en el voraz incendio que arrasó con un sector del Mercado Cuatro de Asunción. Este hecho me conmueve y me provoca mucha tristeza; sabemos que este tipo de tragedias se puede evitar con un buen reordenamiento de este mercado e instalaciones eléctricas en regla. ¿Será que no podemos ejercer nuestra generosidad haciendo una gran colecta en todo el país, para saldar los daños de estos hermanos que sufrieron la pérdida de lo poco que tenían para su sustento y trabajo?

A todo esto, en tercer lugar, se suma la Asamblea de la Conferencia Episcopal Paraguay, donde nuestros pastores los obispos, siempre en comunión con el Papa se reúnen para analizar la realidad nacional y buscar caminos para la evangelización de nuestro país.

En este contexto escuchamos la palabra de Dios que ilumina la vida, la familia, la sociedad invitándonos a cultivar gestos de corresponsabilidad, generosidad y cooperación entre todos.

La primera lectura del Libro Primero de los Reyes (1 Rey 17, 8- 16) es un relato conmovedor donde aparece el profeta Elías cansado y hambriento, asistido con enorme generosidad por una pobre viuda. “Ella se fue e hizo lo que le había dicho Elías, y comieron ella, él y su hijo, durante un tiempo. El tarro de harina no se agotó, ni se vació el frasco de aceite…”

La segunda lectura de la carta a los Hebreos (Heb 9, 24-28) continúa comparando la obra de Jesús con los ritos antiguos, resaltando la entrega generosa de Cristo de una vez para siempre. Esta ofrenda al Padre nos libra del pecado y nos trae la salvación[1].

El evangelio de san Marcos (Mc 12, 38-44), presenta el pasaje relacionado a la pobre viuda que depositó en el cepillo del templo dos monedas de poco valor. “Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre”. Jesús al observar el gesto de la viuda, llama a sus discípulos y les dice: “les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros porque todos han puesto de lo que les sobraba, ella en cambio… dio todo lo que poseía para vivir”.

1- Modelo de generosidad

La liturgia de la palabra nos presenta este domingo dos modelos de generosidad, representada en dos mujeres viudas pobres.

Es admirable la gran generosidad de la viuda de Serepta. A través del profeta Elías, Dios se había mostrado exigente con ella. El profeta Elías llega a Serepta, en el desierto, porque ya no le queda nada para comer y para beber. Entra por la puerta de la ciudad y ve a esta viuda que recoge leñas, le pide agua y, animado por su disponibilidad, le pide también un pedazo de pan. La viuda le responde: “¡vive el Señor, tu Dios¡ No tengo pan; solo me queda un puñado de harina en el jarro y un poco de aceite en la aceitera. Ya ves, estaba recogiendo leñas: voy a hacer un pan para mí y para mi hijo, nos lo comeremos y luego moriremos”.

Ante la solicitud de Elías, la viuda con un gesto de confianza escucha la palabra del profeta demostrando tener toda la fe y generosidad necesarias para preparar el pan para y dárselo con el riesgo de quedarse casi sin nada.

Esta pobre mujer viuda se convierte así en un gran ejemplo de fe y generosidad. ¿Quién de nosotros sería capaz de hacer lo mismo en su lugar? Ella tuvo el valor de pensar primero en el Profeta, portavoz de Dios, y después en sí misma y en su hijo.

¡Qué gran ejemplo de generosidad nos da esta mujer! El mundo cambiaría si tuviésemos la actitud de esta mujer viuda que supo actuar con gratuidad. Practiquemos la generosidad empezando por casa: enseñemos a los niños a actuar con gratuidad, solidaridad y generosidad: a veces es importante que los niños junten todas sus cosas, ropas, juguetes, etc. que ya no usan y aprendan a donarlos a los que no tienen. Este gesto sencillo preparará el corazón del niño para un mayor desprendimiento. Otro gesto interesante sería habituar a los niños a colaborar -por ejemplo- con los que piden ayuda a costado de la calle para un familiar enfermo o hacen otra colecta, a visitar a un anciano llevando alimento etc.

2- La recompensa de la generosidad

La generosidad de la viuda recibe una buena recompensa; termina el relato diciendo: “el cántaro de harina no se vació ni la aceitera se agotó, como lo había dicho el Señor por labios del Profeta Elías”.

El evangelio de san Marcos nos presenta otra viuda muy desprendida y generosa. Ella se desprende de unas monedas dando así todo lo que posee. Como podemos ver aquí, la generosidad no guarda relación con la cantidad, porque ella depositó en el tesoro del templo solamente dos moneditas de cobre cuyo valor comercial es ínfimo.

Jesús la observa, llama a sus discípulos, y les dice: “Les aseguro que esta pobre viuda ha echado en el cepillo más que todos los otros. Todos han echado de lo que les sobra, pero ella, ha echado cuanto tenía para vivir”.

Esta palabra de Jesús es consoladora para los que se encuentran en situaciones de pobreza. Los pobres verán con alegría que el Señor no juzga según la cantidad de cosas que se ofrecen, sino en base a la generosidad del corazón. La mujer viuda del evangelio ha demostrado mucha generosidad, ha dado todo lo que tenía para vivir.

También nosotros estamos llamados a dar con generosidad, tomando parte así en la dinámica de toda donación, una dinámica que tiene su origen en Dios. Él es la fuente de todo don, como nos dice Santiago: “toda dádiva buena y todo don perfecto bajo el cielo, viene del Padre de los astros” (Sant 1, 17). Para estar unidos a Dios en este movimiento de amor, también nosotros debemos dar con generosidad.

Consideremos la generosidad de estas dos mujeres viudas en el contexto actual. Mirando a ellas, que se presentan como modelo de desprendimiento y confianza plena en la providencia de Dios, es oportuno traer a colación lo que fue la reciente asamblea de la Conferencia Episcopal Paraguaya, donde nuestros pastores presentan un mensaje claro y contundente sobre la realidad nacional. Manifiestan necesidades y inquietudes que afectan a todos. En cuanto a la realidad nacional, los obispos manifiestan la preocupación sobre la Defensoría del Pueblo, la problemática de la tierra, la inequidad social, la inseguridad que nos deja en zozobra a todos sin excepción, finalizando el mensaje recordándonos la misión de la Iglesia: Debemos priorizar la evangelización. Necesitamos dimensionar y atender lo humano en el proceso de la evangelización. Además, se ve necesario evangelizar el ámbito de la política y de los políticos, proponiendo a todos la Doctrina Social de la Iglesia, para que amemos la patria y no solo nuestros intereses.

Conclusión

Al escuchar el mensaje de nuestros obispos que llama a un cambio profundo desde la persona, la familia y la sociedad, consideramos que las dos viudas que aparecen en la liturgia de la Palabra, personifican una fuerte invitación a vivir con amor, entrega y generosidad todos los compromisos de la vida: el trabajo, la profesión y el estado de vida, la política, la evangelización, etc.

Todo esto tiene una profunda lógica desde la fe ya que “en Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17, 28). Busquemos siempre dar con desprendimiento nuestro tiempo, talento, los bienes materiales y espirituales porque «hay mayor alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35).  Caminemos en pos de una verdadera convivencia justa y fraterna como realización del Reino de Dios entre nosotros con la mirada puesta en la Jerusalén celestial.


[1] La liturgia cotidiana. El alimento de cada día. Noviembre ciclo B Nº 112- Año X. Pág 37-38.