Homilía: Tercer Domingo de Cuaresma. Ciclo B

“Dios ausente, ídolos presentes”

Introducción

Desde hace un año la situación de la pandemia cambió el ritmo de vida en el mundo; la podemos interpretar como una  voz que llama al amor constructivo. La vida cambió en muchos aspectos, y no fue por decisión personal ni colectiva, sino más bien por la fuerza de la gravedad del efecto pandemia. De nosotros depende para que estos cambios sean para el bien.

Este hecho nos hizo pasar por diversas experiencias positivas y negativas, pero todas ellas deben ayudarnos a crecer para el bien. Entre las experiencias positivas podemos recordar las innumerables iniciativas entre vecinos para paliar las muchas necesidades de las gentes. Tal vez fue también por efecto de tantas precariedades vividas que hubo un despertar y una preocupación cada vez más pronunciada de todos y con ellos de nuestros pastores los obispos sobre el tratado del anexo C de los tratados de la Itaipú binacional. La reformulación de este anexo tendrá un impacto social, cultural, económico y ambiental en todo el país, y ojalá que sea para el bien de todos, especialmente los más necesitados.

Sin embargo, sin desmeritar el esfuerzo de los profesionales médicos, la pandemia hace que cada vez más nos encontremos ante tantas situaciones dolorosas como por ejemplo nuestra impotencia frente a las constantes pérdidas de los seres queridos, víctimas del virus. Cada vez más sentimos la frágil realidad de nuestro sistema de salud que está colapsando, y se agudiza la percepción de una economía excluyente que esclaviza a muchos en la pobreza y la indigencia favoreciendo sólo a los más fuertes. Cada vez más nos indigna la constante injusticia y corrupción. Esta semana lastimó muy fuerte los tímpanos que personas insensibles hayan prohibido hablar el dulce idioma guaraní en una estancia en Canindeyú atentando así contra nuestra identidad cultural. Otro hecho fuera de serie era que a un policía se atacó y asesinó en plena comisaría, que civiles armados desalojaron a indígenas, etc.

En resumen, cualquiera de todas estas situaciones a veces satisfactorias y otras veces penosas, nos inducen a un cambio personal y a partir de allí, nos motivan a transformar nuestra sociedad. El tiempo de cuaresma es propicio para el cambio, y el momento oportuno para replantear nuestra relación con Dios y con el prójimo, buscando el bien de todos.

La primera lectura nos presenta en el libro del Éxodo (Ex 20, 1- 17) la tentación de la idolatría y la fórmula para vencerla. En las cláusulas del decálogo encontramos el camino apropiado para un mejor relacionamiento con Dios y con los hermanos, es decir, los 10 mandamientos nos conducen con sus códigos por la mejor ruta hacia la convivencia con Dios y con el prójimo. Esta es la clave de una vida feliz: amar a Dios y al prójimo evitando toda idolatría.

En la segunda lectura san Pablo en su primera carta a los corintios (1Cor 1, 22- 25) nos muestra como camino de fortaleza y sabiduría el seguir a Cristo crucificado, “escandalo para los judíos y locura para los paganos” y sin embargo, fortaleza y sabiduría para los discípulos de Jesús.

El evangelio de san Juan (Jn 2, 13- 25) nos presenta a un Jesús celoso por la casa de su Padre: “saquen estos de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio”; no transformemos la casa de Dios en casa de ídolos. Jesús de esta manera llama el templo casa de Dios y poco después nos hace entender que su propio cuerpo es el templo más santo donde habita el Padre y Él en el Padre: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10, 30).

1- La idolatría excluye al hombre del amor

            Las lecturas de hoy nos inducen a respetar a Dios en primer lugar, estar llenos de Él con profundo respeto, reconociéndole como único Señor. De ahí se comprende que hay que rechazar todos los cultos idolátricos. Nosotros nos sometemos fácilmente a los ídolos de turno con sus falsas promesas de felicidad.

La idolatría ha existido en todas las épocas históricas. Lo que cambia es el tipo de ídolos. Actualmente ya no se adoran objetos  que representan la divinidad,  sino determinados conceptos y formas de vida con las que nos identificamos.

El dinero, en particular, puede convertirse en un ídolo que adquiere más importancia en nuestra vida que el mismo Dios y el prójimo, sobre todo en este tiempo de muchas necesidades. El dinero esconde un alto riesgo mortal dado que tan fácilmente se puede idolatrar. Itaipú como fuente de energía genera mucho dinero y habrá muchos que quieren adorar este ídolo, por tanto se necesita acierto en el tratado anexo C para que esos beneficios tengan un destino común, evitando endiosarlos y permitir que sirvan intereses mezquinos.

La auto-idolatría consiste en auto ensalzarse por encima de los demás, creyéndose superior o mejor que otros olvidando que estamos en una misma barca donde tal vez momentáneamente ocupamos lugares y privilegios diferentes; podemos estar en este barco como pasajeros de primera de segunda o de tercera clase. Sin embargo, todos tenemos las mismas condiciones de seguridad o inseguridad, y si se hunde el barco nadie podrá salvarse.

El individualismo: es el ídolo más preocupante, ligado a una sociedad que exalta el individualismo y el egocentrismo y que se ha hecho cada vez más tolerante con los caprichos del Yo. Estamos en una sociedad que enaltece el culto a la personalidad y elige como ídolos a personajes populares. Con un descuido hasta los sacerdotes caemos en esta idolatría cuando nuestra propia personalidad no permite reflejar la luz de Cristo. Es necesario que Él crezca y que yo disminuya” dice Juan Bautista en el evangelio de Juan (Jn 3,28-30). Esta forma de idolatría siempre encierra injusticia; por ejemplo, se admira al sacerdote y no a Cristo, se ensalza a estrellas del deporte o del cine y se hace que sean conocidos mundialmente, mientras que grandes investigadores científicos viven casi en el anonimato. Lo más triste es que apagamos la luz que Cristo quiere reflejar en nosotros a través una vida austera, humilde, autentica y santa, ligeros para servir sin buscar ser personajes de pasarela. “No dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha” (Mt 6, 13).

La idolatría de la tecnología. Aquí endiosamos el conocimiento, la tecnología, la comunicación por teléfono móvil, las redes sociales, la televisión. Estas realidades no son malas en sí mismas, pero se convierten en ídolos cuando suscitan un apego desmedido y son vistas no como medios, sino como fines. Si vamos más allá de la simple utilidad de estos medios, pueden transformarse en ídolos muy esclavizantes para todos.

Todas las formas de idolatría tienen un rasgo en común: el amor a uno mismo ocupa el puesto más alto. Alguien hizo este análisis: “El dinero, el poder y el placer, tienden a ocupar el lugar supremo en la escala de valores de la vida de muchas personas. Parece ser que hoy se vive para ganar dinero o para ‘gozar la vida’ o para estar por encima de los demás con súper poderes. Todo el resto se subordina a estos fines”.

2- El amor como respuesta a la idolatría

El Señor nos pide que no tengamos ningún ídolo. Nos exhorta San Juan: “Hijitos míos, guardaos de los ídolos” (1Jn 5, 21), y nosotros debemos examinarnos durante la cuaresma para ver si tenemos ídolos, es decir, realidades a las que damos culto y a las que nos sometemos de una manera esclavizante. La idolatría es un mal que siempre amenaza nuestra existencia y nos impide vivir una vida bella en la justicia, en la paz y el amor.

Los primeros mandamientos del Decálogo se refieren a nuestra relación con Dios los otros a nuestra relación con el prójimo. El Decálogo expresa las condiciones indispensables para establecer una relación positiva con Dios. No es posible vivir en comunión con Él si no respetamos los derechos de nuestros hermanos: quien mata, quien comete adulterio, quien roba, quien emite un testimonio falso, quien tiene malos deseos, no puede establecer una relación buena con Dios, se ama a Dios en el prójimo y se ama al prójimo en Dios.

Nosotros estamos hechos para vivir en comunión con Dios, esto constituye la realidad fundamental para Jesús. Él vive completamente para el Padre. Por eso, en el evangelio de hoy difunde el respeto a la casa del Padre.

Debemos vivir nuestra vida no buscando nuestro interés y nuestro beneficio, sino compartiendo todo lo recibido con generosidad. Tenemos que recordar siempre las palabras de Jesús en el templo de Jerusalén para convertir nuestra propia vida en una casa donde habita Dios y no en un mercado donde impera la idolatría de lo material o lo individual. La clave del éxito en la vida es el amor autentico a Dios y al prójimo; la idolatría solo lleva a la destrucción del hombre y su entorno.

Conclusión

Jesús nos amó y se entregó a la muerte por nosotros para llevarnos a una relación cercana con Dios Padre. En la cuaresma nos preparamos a participar en su misterio pascual y llevar una vida como la suya: una vida de amor generoso, de rechazo de los ídolos, de búsqueda de la justicia y de la paz, y de crecimiento en el amor autentico. Encontraremos fuerza en su cruz, “escandalo para los judíos y locura para los paganos” sin embargo, fortaleza y sabiduría para los discípulos.

Dice el Papa Emérito Benedicto XVI: “Cuando el hombre se aparta de Dios, no es Dios quien le persigue, sino los ídolos.”. Busquemos vencer a la idolatría con un culto autentico a Dios, sirviendo con amor al prójimo que es su verdadera imagen, buscando el bien de todos mirándolos siempre con ojos de misericordia y paz.