Homilía en la Solemnidad de la Santísima Trinidad

Queridos hermanos y hermanas:

Usamos mucho la señal de la cruz. ¿Somos conscientes que este gesto contiene un resumen de toda nuestra fe de cristianos? –

Hoy, domingo de la Santísima Trinidad, es la fiesta del conjunto de nuestra fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Contemplaremos hoy el tesoro de nuestra fe todo de una vez.

Hemos escuchado La conclusión y culminación de todo el evangelio de San Mateo; el escenario es un lugar donde hay poca fe, la zona de Galilea. “Los once discípulos fueron a Galilea“. San Mateo en otra parte habla así de esta región de Tierra Santa: “Galilea de las naciones o de los paganos” (4,15)


En un ambiente así surge la pregunta: ¿Qué nos hace tan especiales entre otros que creen en Dios de otra manera, o no creen y que son la mayoría en el mundo? ¿Tenemos que ofrecer algo que otros no tienen? Podemos tener el sentimiento que Dios está, que mi fe me dice la verdad. Pero a veces no somos capaces de explicar nuestra fe, especialmente la Santísima Trinidad nos parece algo complicado, algo sólo para teólogos especialistas y, por otra parte, ¿no es que Dios es misterioso, inexplicable? Además, es más cómodo quedarse en un ambiente bien católico, no buscando contacto de la mayoría que no se acercan. Así no hace falta hablar de nuestra fe a extraños.

Sin embargo, todo nuestro credo se puede resumir en una sola palabra: “Trinidad”. La señal de la cruz y las breves oraciones nos recuerdan que nunca olvidemos lo esencial.

Este es el nombre más propio del Dios de los cristianos, pues a través del misterio de Padre, Hijo y Espíritu Santo se puede expresar sintéticamente lo que la fe cristiana tiene de nuevo y original con respecto a Dios.
Y no es tan complicado este artículo de fe. Bien podemos traducirlo en “Dios es familia”. Y esta “familia divina” no está cerrada en sí misma, sino que está abierta a nosotros. Dios es “nuestra familia divina”.

Aprendamos a convivir diariamente con las tres divinas personas tal como lo hizo la Virgen María. – Le solemos rezar así: “Te saludamos, Hija de Dios Padre. Te saludamos, Madre de Dios Hijo. Te saludamos, Esposa del Espíritu Santo. Te saludamos, morada de la santísima Trinidad.”

Veamos algunas palabras de la liturgia hoy. También nosotros somos hijos de Dios Padre. Puedes arrojarte seguro en los brazos de tu Padre divino. “Reconoce hoy y medita en tu corazón que el Señor es Dios -allá arriba, en el cielo, y aquí abajo, en la tierra- y no hay otro. “ “Él lo dijo, y el mundo existió, él dio una orden, y todo subsiste“. “Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia. “

Somos hermanos de Dios Hijo. Aunque todos se vayan Jesús estará, tal como lo prometió: «Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
Nos llena el Espíritu Santo, nuestro santificador. No podemos ponerle un rostro, pero es como el aire que respiramos. “Ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre! “ Y dice el Papa Francisco: “Cuando lo recibes, el Espíritu Santo te hace entrar cada vez más en el corazón de Cristo para que te llenes siempre más de su amor, de su luz y de su fuerza.” (Cristo Vive, 130).

Nuestro evangelio de hoy concluye con el mandato misionero. Vimos que Jesús Resucitado está con sus discípulos. “Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. “ A pesar de la duda de algunos, Jesús ya les da este mandato: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado.“ Aquí hay un imperativo: debemos hacer discípulos de Jesús a más personas en la Galilea de hoy, en medio de los incrédulos. Podemos tener duda como seres humanos, pero urge pasar el mensaje de Jesús. El Dios anunciado por Jesúcristo es una gran novedad que transformará el mundo. Se trata de llevar a otros al seguimiento de Jesús y hacerlos partícipes de la vida Trinitaria.


Después del imperativo “hagan discípulos” se nos indica de qué modo: “bautizando” y “enseñando” . A los nuevos discípulos hay que «sumergirlos» (bautizarlos) en el misterio de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y hay que enseñarles “a cumplir todo lo que yo les he mandado “, es decir, a vivir en comunión y paz con Dios y con todas las personas. Aunque haya persecución, Él estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Somos imagen de Dios Trinidad, de Dios que en su intimidad es comunión de personas. Enseñar a vivir esta comunión es nuestra misión.

Amén

Mons. Guillermo Steckling

Obispo de la Diócesis de Ciudad del Este