“Corpus Christi: prolongación del Jueves Santo”
La solemnidad de Corpus Christi es una inmensa gracia para enriquecer la fe y el afecto a la Eucaristía y al mismo tiempo una oportunidad para examinar nuestro nivel de amor y adhesión a Cristo Eucaristía, sobre todo a la Santa Misa, en la que tienen su origen todas las devociones a la Eucaristía.
Recordemos antes que nada brevemente la raíz de donde nace la solemnidad de hoy. Esta fiesta se celebró por primera vez en la diócesis de Lieja, Bélgica, en 1246, y entró en el misal romano en el mismo siglo XIII, con el esquema litúrgico que hizo santo Tomás de Aquino. Ya en 1264 el Papa Urbano IV estableció oficialmente esta fiesta litúrgica.
La Liturgia de la Palabra nos presenta con mucha claridad un hermoso resumen de evolución histórica por la que atravesó esta celebración viéndola como sacrificio. En el Antiguo Testamento, encontramos, por una parte, los holocaustos en el que se sacrificaba animales, en los cuales la totalidad de la víctima era consumida por el fuego; por otra parte, estaban los banquetes sagrados, en el que la mitad del animal sacrificado se reservaba a Dios y al culto, la otra mitad era consumida por los convidados al banquete. Esto en el Nuevo Testamento cambió radicalmente; aparece una única víctima, Jesucristo el hijo de Dios, y él mismo instituye el Jueves Santo la Eucaristía como memorial de su entrega en la cruz. Él es sacerdote, víctima y altar al mismo tiempo.
En la primera lectura (Ex 24, 3-8) vemos cómo Moisés construye un altar, inmola novillos como sacrificio en honor del Señor, promete obedecer sus mandatos, y luego rocía la sangre de los animales sacrificados sobre el pueblo diciendo: “Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con ustedes”.
La segunda lectura (Hbr 9, 11-15) presenta a Cristo como el Sumo Sacerdote, quien lleva a cabo un sacrificio muy especial: “No llevó consigo sangre de animales, sino su propia sangre, con la cual obtuvo una redención eterna”. Más adelante el texto de la Carta explica el significado de la nueva alianza: “Cristo es el mediador de una alianza nueva. Con su muerte hizo que fueran perdonados los delitos cometidos durante la antigua alianza, para que los llamados por Dios pudieran recibir la herencia eterna que Él les había prometido”.
El evangelio (Mc 14, 12-16.22-26) nos presenta la celebración de la Última Cena, que es la institución de la eucaristía, donde el pan se convierte en el Cuerpo de Jesús y el vino en la Sangre de la alianza que se derrama por todos.
1- Un compromiso reciproco
Según la Sagrada Escritura, la Alianza implica un compromiso entre Dios y el pueblo elegido. Este pacto entre las dos partes se establece a través del culto ofrecido a Yahveh sacrificando un animal sobre el altar construido a este fin. Moisés junto con el pueblo ofrece un sacrificio como pacto con la divinidad. Todo pacto implica compromiso de ambas partes. De parte del pueblo el compromiso está en cumplir las cláusulas de los diez mandamientos, de parte de Dios está el compromiso de la protección, la bendición y la asistencia constante al pueblo en su peregrinar. Estos acontecimientos son etapas previas a lo que Jesús realizará con su muerte y resurrección. Todo el Antiguo Testamento (antigua alianza) es una larga preparación para el Nuevo Testamento (nueva alianza).
En el primer Jueves Santo de la historia, es decir, en la última cena de Jesús con sus apóstoles, se establece la última y definitiva alianza entre Dios y la humanidad.
La alianza del Sinaí es un pacto externo que no se ha establecido adecuadamente en el corazón del hombre. En cambio, el Nuevo Testamento nos hace ver que Jesús estableció la nueva alianza como algo diferente. Jesús en la celebración de la última cena reemplazó la víctima buscada en un rebaño, por su propio sufrimiento y su propia muerte, y se convirtió a sí mismo en sacrificio de alianza. “Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo. Después, tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo: Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos”.
La Carta a los Hebreos reconoce a este acontecimiento el significado del establecimiento de la nueva alianza. Jesús se ha convertido en mediador de una nueva alianza gracias a su sangre, gracias a su ofrenda.
2- Jesús, el pan y el vino
El evangelio de hoy dice claramente que Jesús al instituir la Eucaristía, se identifica con el pan y con el vino “esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”. San Agustín exclama: “Grandiosa es la mesa en la que los manjares son el mismo Señor de la mesa. Nadie se da a sí mismo como manjar a los invitados; esto es lo que hace Cristo el Señor; él es quien invita, él es la comida y la bebida”.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que éste santísimo sacramento en su riqueza inagotable es varias cosas a la vez: es Eucaristía porque es acción de gracias, banquete del Señor porque se trata de la cena del Señor, fracción del pan porque este rito, propio del pueblo judío, fue utilizado por Jesús al distribuir el pan como cabeza de familia, asamblea eucarística porque es celebrada estando reunidos los fieles, sacrificio porque actualiza el único sacrificio salvador e incluye la ofrenda de sí mismo de la Iglesia, santa y divina liturgia porque es el centro de todo el culto de la Iglesia, comunión porque nos une todos a Cristo y entre nosotros como el pueblo de Dios, Santa Misa – literalmente “santo envío” – porque la liturgia en la que se realiza el misterio de salvación se termina con el envío de los fieles a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana (CIC 1328-1332).
3- Aplicación pastoral
Cristo, mediante su muerte en la cruz, nos libró del pecado y de la muerte, y nos ha convertido en hijos y herederos del Padre. Cristo reemplazó la sangre de los animales sacrificados con la suya, él es el cordero pascual por excelencia, y con su sangre confirma la alianza definitiva entre Dios y la humanidad.
La sangre de Cristo es como una firma con tinta indeleble que garantiza que nada ni nadie podrán romper esta alianza nueva y definitiva; la sangre de Cristo avala la solidez de este pacto de amor.
Esta fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo es una magnífica oportunidad para revisar el sentido que le damos a la misa dominical:
1º. Para muchos católicos, la misa es una molesta obligación impuesta por las autoridades de la Iglesia que lleva a la rutina. Hagamos un alto en el camino para recuperar su sentido. Repasemos todo lo que hemos dicho más arriba, demos tiempo e importancia a nuestra fe.
2º. Cuando participamos en la misa, conmemoramos el sacrificio de la cruz , supremo gesto de amor de Cristo hacia nosotros. Agradezcamos esta generosidad del Señor que no dudó en sacrificar la propia vida para que nosotros la tuviéramos en abundancia. Busquemos manera de vivenciar nuestra fe y devoción a Cristo Eucaristía.
3º. Cuando participamos en la misa, somos invitados especialísimos a la mesa del Señor . Allí escuchamos su Palabra y nos alimentamos con el pan que satisface las necesidades más profundas de nuestro espíritu. Agradezcamos y disfrutemos al máximo esta invitación tan especial. Es el mismo Jesús que se nos da como fuente y cumbre de vida espiritual.
4º. Cuando participamos en la misa construimos comunidad. Nuestra relación con Dios no puede ser una experiencia individualista. Nuestra fe es comunitaria: juntos oramos, juntos expresamos nuestras peticiones, juntos luchamos por la equidad y la justicia. Y esta comunidad se construye alrededor de la mesa eucarística.
Conclusión
La Eucaristía es un “Sacramento hecho visible por intervención de los hombres, pero santificado por la acción invisible del Espíritu Santo” (San Agustín). Que esta fiesta de Cuerpo y Sangre de Cristo, que tiene como corazón un milagro que se realiza en cada celebración, sea ocasión para recuperar el sentido profundo de la Eucaristía como memorial del sacrificio de Cristo y como banquete al que somos invitados junto con los hermanos.