Introducción
En la solemnidad de la Ascensión del Señor, la liturgia de la palabra nos invita a contemplar la riqueza de la espiritualidad cristiana.
La primera lectura, del libro de los Hechos de los apóstoles, nos presenta las pruebas de la resurrección de Jesús y al mismo tiempo la promesa del Espíritu Santo y la ascensión al cielo.
La segunda lectura de la carta de Pablo a los efesios confirma la resurrección de Jesús y su primacía como cabeza de la Iglesia cuyo cuerpo somos los bautizados.
El Evangelio presenta a Jesús que asciende al cielo, el mandato de anunciar la buena nueva bautizando a todos en nombre de la Trinidad y la promesa de su presencia permanente entre sus discípulos hasta el fin de los tiempos.
Riquezas de la espiritualidad
Una semana antes de Pentecostés, celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor; en este contexto, las lecturas nos dan unas claves para comprender la riqueza de la espiritualidad cristiana: la esperanza, la mirada en el encuentro definitivo con el Señor, el compromiso en la sociedad.
1. En primer lugar la esperanza: La vida de los cristianos debe estar impregnada de esperanza, ya que tenemos la certeza de que el triunfo del Señor sobre el pecado y la muerte es nuestro triunfo; sabemos que por el bautismo participamos de la Pascua del Señor y hemos nacido a una vida nueva. Así, pues, la existencia humana no es un camino hacia el abismo de la muerte, entendida como destrucción, sino que es paso hacia la plenitud del amor; para los cristianos, la muerte es un paso del tiempo a la eternidad, de las penumbras a la plenitud de la luz, de la caducidad a la incorruptibilidad. La esperanza es el alma que vivifica las acciones de todo bautizado que lo mantiene firme en la fe, perseverante en el camino, fortalecido en la lucha y gozosos practicando el amor. En este tiempo de crisis mundial es imprescindible la luz de la esperanza en la vida de cada creyente para iluminar el sendero de las familias y la sociedad hacía objetivos validos que considera siempre el bien común como la salud, el trabajo, la seguridad, etc…
2. En segundo lugar la responsabilidad personal: La fiesta de la Ascensión ilumina la manera cómo debemos asumir nuestras responsabilidades diarias; en este sentido, son muy inspiradoras las palabras de los dos personajes vestidos de blanco que aparecen en el relato de los Hechos de los Apóstoles: “Galileos, ¿qué hacen allí, mirando al cielo? Ese mismo Jesús que les ha dejado para subir a cielo, volverá como lo han visto alejarse”. Con la certeza de caminar hacia el encuentro definitivo con el Señor, debemos realizar con entusiasmo nuestras tareas diarias, de manera que contribuyamos a hacer visible el Reino de Dios en las estructuras de la sociedad. No nos olvidemos de las dimensiones de nuestra realidad que deben estar unidos de manera indisoluble, lo espiritual y lo corporal, lo personal y lo social, lo terreno y lo divino, la vida privada y la vida pública. Los discípulos de Jesús, son los enviados para transformar la vida de las personas y de la sociedad anunciando la buena nueva y bautizando en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Somos nosotros los discípulos y misioneros de Jesús, enviados en el lugar donde actuamos, vivimos, trabajamos, compartimos, etc… para hacer presente el reino de Dios y su justicia.
3. En tercer lugar el compromiso social: una auténtica espiritualidad cristiana debe comprometerse con la transformación de la sociedad. Equivocadamente, algunas comunidades cristianas asumen una actitud de total pasividad ante las realidades terrenas, y se justifican diciendo que esperan la venida del Señor. Una auténtica espiritualidad pascual integra el presente y el futuro, la transformación social y el crecimiento espiritual; todo esto hace parte de una única historia de salvación. La crisis que experimenta la humanidad nos hace tomar conciencia que todo puede y debe cambiar para bien, Manuel Castell en un artículo publicado en el diario La Vanguardia de España el 21 de marzo dice lo siguiente: “el virus corroe todo aquello que es caduco, la economía, la salud, la política, etc…” Si todas estas realidades son caducas corroídas por la crisis, entonces, es una oportunidad para transformarlas o renovarlas totalmente. Recordemos que el mundo post- covid-19 ya no será igual que antes, todo será diferente. En esta nueva situación que se viene, nuestra fe, nuestros valores deben marcar las pautas partiendo de lo personal y familiar para trascender hasta lo social en espera del encuentro definitivo con Jesús resucitado.
Conclusión
En este tiempo de pandemia caracterizada por la crisis generalizada, debemos, pues, entender la Solemnidad de la Ascensión como la iniciación de una nueva forma de la presencia del Señor resucitado en medio de la comunidad, como invitación y una oportunidad para transformar la realidad desde la fe. Esperamos también celebrar con alegría la Solemnidad de Pentecostés el domingo próximo.
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