Homilía: «La responsabilidad como estímulo»

DOMINGO XXXIII ORDINARIO CICLO A

Introducción
Al acercarnos al final del año litúrgico, los mensajes de la Palabra de Dios van relacionados a las realidades de los últimos tiempos. Por eso hoy faltando dos semanas para el adviento, se nos propone como centro de la reflexión la responsabilidad.

Esto nos debe animar como estímulo y no deprimirnos como una carga.


La primera lectura del libro de los Proverbios (Pr 31, 10-13. 19-20. 30-31) nos presenta como modelo de mujer a una esposa que impresiona por su perfil de laboriosidad y generosidad: “Una mujer fuerte, ¿quién la hallará? Supera en valor a las perlas. Su marido se fía de ella, pues no le faltan riquezas… Abre sus manos al necesitado y tiende sus brazos al pobre…”
La segunda lectura la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (Ts 5, 1-6), es una alerta sobre la venida del Señor que llega a la hora menos esperada “Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, de forma que ese día os sorprenda como un ladrón; porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas”.


El pasaje del evangelio de san Mateo (Mt 25, 14-30), es una parábola cuyo objetivo es lograr que aprovechemos de manera operativa  los talentos que hemos recibido de Dios. Dice Jesús: “Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. “El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno fue a hacer un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor…”


1- La rendición de cuentas de nuestros actos
El Evangelio de hoy al presentar la parábola de los talentos nos invita a considerar una serie de elementos iluminadores del mensaje. Nos podemos fijar en primer lugar en el hombre que es el dueño de los talentos, en segundo lugar en los siervos que reciben los talentos, en tercer lugar en el tiempo prolongado que está a sus disposición y por último en el retorno del dueño.


Al dueño de los talentos lo podemos identificar con Jesús que vino a traer la gracia de una vida en abundancia confiando a cada ser humano la salvación y el reino de Dios cuya ley es el amor.


Los siervos somos nosotros quienes recibimos estos talentos. El talento principal es la misma vida de cada uno; la vida es un regalo, pero necesita ser trabajada, educada, moldeada según la voluntad de Dios. Otros talentos son los dones de los carismas y servicios que Dios no confía. San Pablo nos recuerda que “hay diversidad de dones,… diversidad de ministerios,… y diversidad de acciones, pero Dios es el mismo, que obra todo en todos. A cada uno se le concede la manifestación del Espíritu para provecho común…”. Todo lo que somos y tenemos tiene un propietario y un propósito; nosotros no somos sus dueños.


El tiempo del que nos habla el evangelio es la vida da cada uno que puede ser corta o larga y de la cual rendiremos cuenta de los actos realizados o descuidados. “Al cabo de mucho tiempo viene el señor de aquellos siervos y se pone a ajustar las cuentas con ellos”. Este tiempo intermedio entre el viaje y el retorno es tiempo de gracia para estar alerta y preparado, actuando responsablemente ante las exigencias de la vida cristiana.


El retorno del propietario marca el final de los tiempos que ya se está anticipando en cada encuentro con Jesús en la vida cotidiana, pero al mismo tiempo quedamos expectantes para aquel momento de la verdad cuando Dios nos llama de este mundo, y por último para el final de los tiempos donde todo será transformado para el bien definitivo. Los que aprovecharon los talentos serán reconocidos y los que descuidaron sus dones serán ignorados.


2- La responsabilidad como estímulo, no como carga
La primera lectura del libro del libro de los proverbios nos presenta un modelo de creatividad operativa: “Una mujer fuerte, ¿quién la hallará? Supera en valor a las perlas. Su marido se fía de ella, pues no le faltan riquezas”. Esa mujer debe ser la Iglesia madre y esposa, la Iglesia y sus miembros, cada bautizado que aprovecha al máximo los talentos recibidos, y el marido es Jesús. La Iglesia de Cristo “abre sus manos al necesitado y tiende sus brazos al pobre”;  ella está para servir y no para ser servido porque “el Hijo del Hombre no vino para ser servido sino a servir” (Mc 10, 45).


Al parecer todos necesitamos de estímulos para actuar, por ejemplo: en caso de un atleta, su estimulo es la medalla de oro que quiere ganar, para un alumno es la calificación más alta, para los padres de familia que sus hijos sean los mejores, para un empresario que consiga su meta anual, y un comerciante desea tener la mejor venta del mes, etc… En todos estos casos nuestros actos responden a una motivación estimulante, una recompensa que aprovechamos como beneficio personal. Yo he ganado la medalla, yo he sacado la mejor calificación, yo he tenido una buena venta, etc.


En el evangelio, a la vuelta del propietario los dos siervos después de mucho esfuerzo y trabajo logran presentar la multiplicación de los talentos. Lo entregan todo al propietario y generan en él una enorme satisfacción. Jesús en otra parte nos enseña decir: “somos siervos que hemos hecho lo que debemos…” (Lc 17, 7-10), no hemos hecho nada de extraordinario, sino, simplemente, cumplimos con nuestro deber. Sin embargo, el ultimo siervo enterró el talento y no fue capaz de hacerlo trabajar. Como consecuencia recibe lo que se merecía: pierde todo, hasta lo que cree tener.


Como discípulos y misioneros de Jesús somos miembros de la Iglesia, Pueblo de Dios peregrino en la tierra en espera de la venida del Señor. En este tiempo intermedio entre su ascensión al cielo y su definitiva vuelta, estamos invitados a descubrir la dimensión motivadora de las responsabilidades que tenemos según nuestros talentos: dones, carismas y servicios que hemos recibido.


Conclusión
La parábola de los talentos nos hace reflexionar sobre esas inmensas riquezas espirituales que Dios ha dado a su Iglesia y que ésta tiene que poner en juego para hacerlas fructificar. Cada cristiano tiene que responsabilizarse de la administración de estas riquezas que siguen siendo propiedad de su Señor y hacer productivo lo recibido.


El amo es Cristo, los siervos todos los creyentes. El amo nos encomendó sus bienes.