“Seamos compañeros de Jesús en su dolor”
Hoy domingo de ramos, inicia la semana santa, y ya va un año que estamos en cuarentena debido a la pandemia. A pesar del tiempo, parece que las situaciones no han mejorado, al contrario, tenemos la sensación de que las cosas se están empeorando aún a pesar de la noticia de la llegada de las vacunas anti Covid-19. Muchos ya hemos sufrido todo tipo de situaciones: desde las ideas contrapuestas sobre la pandemia hasta el dolor, la necesidad, la impotencia, la pérdida de seres queridos, las incomprensiones, corrupciones, injusticias, paros, manifestaciones, y la lista podría seguir. Todas estas situaciones punzantes, las podemos ver con la luz de la fe como algo que nos asocia a los sufrimientos de Cristo en la cruz.
Durante varias semanas nos hemos preparado para celebrar el hecho más significativo de la historia de la humanidad: el Hijo eterno del Padre, que se ha hecho hombre por amor a nosotros, muere crucificado para que nuestros pecados sean perdonados. Su muerte en la cruz no pone punto final a su testimonio de entrega; el Padre lo resucita de entre los muertos y lo proclama Señor del universo.
Estos acontecimientos son motivo de escándalo para muchos. A la luz de la sola lógica humana todo esto era un absurdo impensable; sin embargo, el amor infinito de Dios hizo que sucediera lo inimaginable. Dispongámonos ahora para contemplar el misterio del Domingo de Ramos.
La primera lectura que es del libro del profeta Isaías (Is. 50, 4-7) nos presenta en forma muy clara la manera cómo el Mesías será ultrajado y maltratado: “ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas a los que me arrancaban la barba, no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían”.
El salmo (Sal 21, 8…) es una profunda queja desde la soledad: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” El salmista manifiesta que se siente abandonado. Es la prefiguración de Jesús clavado en la Cruz llamando al Padre.
La Segunda lectura de la carta de Pablo a Filipenses (Flp 2, 6- 11) nos describe a un Jesús obediente y sufriente hasta el fin: “se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor… se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte en cruz”.
El evangelio de san Marcos (Mc 14, 1—15, 47) nos presenta todo el relato de la pasión de nuestro Señor Jesucristo. Aparecen diversos personajes y situaciones y un tribunal que sentencia a muerte al inocente Jesús de Nazaret.
1- El significado del domingo de Ramos
Estamos en la puerta de la semana más sagrada para todos los católicos del mundo; son días marcados por una profunda fe que se expresa en la liturgia, las oraciones, los canticos y el ambiente caracterizada por la actitud de recogimiento y reflexión ante el misterio tan grande de nuestra redención.
Una semana que invita a entrar en sintonía con la infinita misericordia de Dios manifestada en el cruento sacrificio de Cristo en la cruz. El Domingo de Ramos nos recuerda esa doble dimensión de la vida de Jesús: su muerte y su resurrección, su sufrimiento y su victoria, el fracaso temporal y la victoria final. El mal ha sido vencido por el bien, el odio fue derrumbado por el amor, la muerte fue vencida por la vida, la injusticia fue suplantada para siempre por la justicia divina.
Debemos celebrar este día con humildad, contemplando el relato de la pasión de Jesús donde revivimos aquel proceso que desembocó en un juicio injusto realizado contra un inocente.
Así seremos parte de esta celebración con la que comienza una semana de gran intensidad religiosa. Hay suficientes motivos para buscar a ser espectadores cercanos de algo que nos supera; estamos ante la más horrenda tempestad de odio que se haya desatado contra aquel inocente en el que estaba escondido el mismo Dios, sin embargo, esta vez el inocente y bueno salió victorioso.
2- La actitud durante la semana santa
Iniciemos esta semana santa procurando adentrarnos en lo más profundo de los sentimientos del corazón de Cristo. Cuando Él se acerca a Jerusalén, sabe lo que le espera. Sus enemigos han llegado a la conclusión de que deben eliminarlo, y lo acechan buscando la ocasión propicia. “Jesús, conocedor de lo que le espera, siente miedo”. Pero no vacila en su total obediencia a la misión que le ha asignado el Padre, llegará hasta el final.
Sus discípulos están muy preocupados, porque han llegado hasta ellos los rumores de la conspiración que se ha puesto en movimiento contra su Maestro. Ellos, que lo han oído predicar y han sido testigos de sus milagros en favor de los que sufren, están aterrados. En consecuencia, Jesús encuentra poco apoyo en sus discípulos; Él, la víctima, debe consolarlos y animarlos.
Les invito que en esta semana santa nos dejemos sorprender por los acontecimientos que conmemoramos a través de la liturgia:
- El Jueves Santo apreciemos la humildad de Jesús que lava los pies de sus discípulos e instituye el sacramento de la Eucaristía, que es el regalo más maravilloso que podemos recibir. Sus palabras nos llenan de esperanza: “El que come de este pan vivirá para siempre”. Que este sea uno de los momentos fuertes del Año de la Eucaristía.
- El Viernes Santo acompañemos al Señor por la Vía Dolorosa. La brutalidad humana se ensaña contra este hombre cuyas manos no hicieron otra cosa que bendecir y ayudar. Las últimas palabras que pronunció desde la Cruz son un inolvidable testamento espiritual.
- El sábado de gloria y el domingo de Pascua cuando parecía que todos los sueños de unos cielos nuevos y de una tierra nueva habían sido sepultados bajo la piedra del sepulcro, al amanecer del domingo los primeros testigos descubren la tumba vacía y escuchan el mensaje de los ángeles que anunciaban que el Señor estaba vivo.
- Recibamos con alegría este anuncio: ¡El Señor vive! ¡Ha triunfado sobre la muerte! ¡Su triunfo es nuestro triunfo y es fuente de esperanza sin fin!
Hoy domingo de Ramos empezamos a celebrar estos acontecimientos que cambiaron el curso de la humanidad.
Conclusión
Entremos también nosotros con Jesús en la Jerusalén eclesial: la Jerusalén del hogar, la comunidad, la parroquia, la capilla, celebrando con fe estos días santos. «Llevar la propia cruz equivale, en cierto modo, a dominar la propia mortalidad» (San Agustín). Con espíritu de oración por el fin de la pandemia, y toda injusticia, unámonos a Cristo en su sufrimiento para unirnos con él en su gloriosa resurrección.
Vivamos, pues, estos días santos con recogimiento. Desde el lugar donde estemos, acompañemos al Señor en el cumplimiento de su misión. Y agradezcamos su inmensa generosidad al dar su vida por nosotros.