La vida de aquellos que fueron testigos de la resurrección de Jesús ya no volvió a ser la misma, por lo tanto ese testimonio también debe servirnos a los cristianos para “vivir una vida nueva”, nos dice Mons. Guillermo Steckling en su homilía durante la Vigilia Pascual.
Este Sábado Santo a las 19: 00 horas se realizó la solemne Vigilia Pascual desde la Catedral de Ciudad del Este. La Eucaristía fue presidida por Mons. Guillermo Steckling, obispo de la diócesis y concelebrada por Mons. Alessandro Ruffinoni, vicario general, P. Ernesto Zacarías, cura párroco, P. Pedro Pablo Brítez, P. Damas Douze y el diácono Blás Cardozo.
A continuación la homilía completa del obispo de Ciudad del Este:
Queridos hermanos y hermanas, querido Mons Alejandro, todos los presentes, y todos los que nos siguen por los medios: ¡felices pascuas a todos ustedes!
En nuestro último encuentro aquí celebramos el Viernes Santo. El día de la muerte de Jesús se revela su entrega sin límites por nosotros. El Señor pasa por la cruz revelándonos que su amor es invencible. Por otro lado, el Viernes Santo es también el recuerdo de nuestro fracaso más grande como seres humanos. Dios “vino a su casa y los suyos no lo recibieron”, dice San Juan.
Y entre la entrega de Jesús y nuestro fracaso, ¿en qué quedamos finalmente? Quién gana la batalla, ¿el amor totalmente entregado de Jesús – o la ingratitud, la violencia y la cobardía?
Tal vez somos como cualquiera de los cercanos a Jesús el día después de su muerte, en aquel sábado santo. La mayoría de sus apóstoles se han escondido por completo, tienen miedo a lo que puede venir todavía. De dos de ellos sabemos que ya caminan hacia su casa, tomaron la ruta de Emaús.
Ojalá que seamos como las mujeres. Mateo menciona hoy a dos: María Magdalena y otra María. Ayer nos dijo que muchas mujeres habían estado cerca de la cruz: “Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: eran las mismas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo”. Las dos de hoy habían quedado hasta el entierro de Jesús, por eso sabían exactamente dónde debía estar el cuerpo.
Lo que sucede el domingo de madrugada es algo totalmente inesperado. Dios elige a unas pocas mujeres para que sean las primeras en saber la novedad y para darnos por medio de ellas una gran noticia. Un ángel se dirige a ellos: “No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho”. Ellas quedan asustadas, aunque también llenas de alegría.
Que aquí no se sigue el curso normal de las cosas lo indica el terremoto que sucede en estos momentos. Se trata de una intervención de Dios. Se trata de una nueva creación. Esta nueva creación se dará a conocer de manera más profunda no en la capital Jerusalén sino en la campaña de Galilea. El nuevo vino requiere nuevos odres. Jesús encarga lo siguiente a las mujeres: Vayan en seguida a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán». A pesar de esto, Jesús se manifiesta ya de inmediato. “Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense.» Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.”
¡Cristo ha resucitado! Es verdad, ahora salimos de la duda: Dios no quería que nuestro fracaso del viernes santo tenga la última palabra. ¡Cristo ha resucitado! Repitamos la noticia con palabras, pero sobre todo con el testimonio de nuestra vida.
La vida de los primeros testigos de las que nos habla el Evangelio no fue la misma después del encuentro con Cristo Resucitado. Y la vida de los otros discípulos se va a transformar también. Ahora toca vivir bajo el régimen de la resurrección. Así lo expresa San Pablo: “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva”. ¡Toca vivir una vida nueva!
Amén.
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