“La transfiguración de Jesús”
La liturgia nos propone en este segundo domingo de Cuaresma como punto central de la reflexión el misterio de la Transfiguración de Jesús: un misterio luminoso, reconfortante. Donde se revela la identidad de Jesús como Hijo de Dios y su glorificación.
En este contexto la primera lectura del libro del Génesis (Gn 12,1-4a), preparando el ambiente para la meditación, nos presenta a Abrahán llamado por Dios a dejar su tierra y su casa paterna para transformarse en el padre de la fe. “El Señor dijo a Abram: deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré”. Abrahán sabe en quien ha puesto su confianza, sabe que su guía es Dios.
La segunda lectura de la segunda carta de Pablo a Timoteo (2 Tim 1,8b-10), muestra que la aparición de nuestro Salvador Jesucristo revela la gracia de Dios, porque ha vencido a la muerte y ha hecho resplandecer la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio. Esto supone para nosotros la promesa de la victoria de Dios sobre el mal y sobre la muerte, la promesa de una vida nueva, que es participación de la vida filial del Resucitado[1].
El evangelio de san Mateo (Mt 17,1-9), presenta el relato de la transfiguración del Señor. Jesús sube a un monte elevado y se transfigura delante de tres discípulos: Pedro, Santiago y Juan. Dice el evangelista: “Su rostro resplandecía como el sol, sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él”. La Transfiguración es una revelación de la persona de Jesús, porque inmediatamente después aparece una nube luminosa, que anuncia la presencia de Dios, y una voz que dice: “Éste es mi Hijo amado, mi predilecto. Escuchadle”.
1- “Este es mi Hijo… escúchenlo”
La escena de la transfiguración está precedida por el primer anuncio de la pasión del Señor. Este anuncio les llevó a los apóstoles a una crisis existencial debido a la expectativa errónea que tenían sobre la identidad y la misión del mesías.
Los apóstoles y todo el pueblo hebreo, esperaban la aparición de un Mesías salvador cuyo efecto debe abarcar la victoria política sobre las injusticias impuestas por los países enemigos e invasores como Roma en aquel entonces, por lo tanto, el Mesías debía empuñar la espada enfrentando a los adversarios del pueblo elegido por Dios. La sorpresa fue muy grande cuando Jesús anuncia que debe de morir después de ser ultrajado y torturado. Esto generó en los seguidores de Jesús una profunda y decepcionante crisis existencia. Ante esta desilusión de los apóstoles, Jesús elije a Pedro, Santiago y Juan, los llevó a un monte alto y allí adelantando su gloria, se transfiguró delante de ellos cambiando el aspecto: “su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús”.
“La situación anímica que agobia a los discípulos nos permite interpretar la transfiguración como una palabra de aliento de manera que puedan afrontar con entereza la perspectiva de la pasión y muerte, habiendo experimentado un anticipo de la gloria de la resurrección. Además de ser una voz de aliento para los atribulados discípulos, la transfiguración es una confirmación de la identidad y de la misión de Jesús”[2]. Jesús es el Mesías prometido a quien Dios Padre pide que se les escuche. “Este es mi Hijo muy querido en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”.
2- Atentos a la voz del Hijo de Dios
La invitación que hace el evangelista Mateo a escuchar la voz del Hijo de Dios es un gran desafío para nuestro tiempo. “Este es mi Hijo… escúchenlo…”. Estas palabras de la transfiguración constituyen un enorme duelo para nosotros, mujeres y hombres del este tiempo que nos toca vivir. ¡Qué difícil es escuchar la voz de Dios en medio de los ruidos de nuestra sociedad de consumo, de corrupción, de preocupaciones y de ritmos vertiginosos de la vida! Además de los factores que dificultan la escucha provocados por los ruidos ¡Cuántos pseudo-profetas nos ilusionan con mil falsas ofertas de felicidad! ¡Qué confusión respecto a la ética y los valores pues se han borrado las líneas divisorias entre el bien y el mal, entre lo honesto y lo deshonesto! Cuantas confusiones generadas por el tema de moda la ideología de género o el famoso término “gender” o género.
Ante tantas situaciones desfavorables para un ambiente de silencio y de escucha, la escena de la transfiguración nos invita a construir, buscar, y crear un ambiente propicio para la escucha atenta del Hijo de Dios.
En este tiempo de cuaresma caracterizado por la penitencia y conversión podemos identificar algunos pecados contra el silencio y la oración que perturban la escucha a Dios; podemos mencionar en líneas generales a aquellos que proceden del exterior, los sonidos y los ruidos:
Los sonidos: muchos de los sonidos del día a día lo elegimos o creamos nosotros mismos. En primer lugar, están las informaciones: la cantidad de informaciones de todo tipo y género que recibimos en nuestro mundo actual nos hace llegar un volumen de contenidos imposible de digerir. Esto nos fastidia disminuyendo la capacidad de escucha; nos distraen tantas novedades sobre política, deporte, tragedias, opiniones, dramas, etc. Son sonidos perturbadores que dificultan nuestra atención a la voz que Jesús el Hijo de Dios nos dirige. Llenarnos de un exceso de informaciones – además no siempre ciertas – sería uno de los pecados contra la oración; por tanto, hay que luchar contra este ambiente de una gran polución sonora de centenares de voces. En segundo lugar, están las ofertas de entretenimiento: hoy se ponen al alcance de todos y existen los recursos para estar constantemente conectados. Se presentan ofertas audiovisuales como música, películas, series, videos, juegos, a los que dedicamos varias horas al día. Si lo exageramos, esto también empobrece la capacidad de escucha a Dios, por lo tanto, se convierte en un mal que atenta contra la gracia que Dios nos ofrece. En tercer lugar, el contacto cada vez más frecuente con cada personas; encuentros con otros que pueden ser personales o virtuales. Estos intercambios pueden ser sanos, pero el exceso llega a ser dañino para la paz e incluso la salud del hombre interior cuando es una traba para la oración y ocupa el espacio sagrado que debe ser reservado a Dios para escuchar su voz. Por otra parte, cuando logramos entrar en sintonía con Jesús, el mismo contacto con los otros se transformará en oración.
Los ruidos: un ruido puede ser un sonido que molesta aturdiendo, por ejemplo, las músicas con alto volumen en los autos, en el vecindario o en las calles que perturba el descanso y el bienestar de terceros, agitando el corazón. Creo que los ruidos que dificultan la oración son el pan nuestro de cada día: motos con roncadores, música con sonidos de alto volumen, maquinarias con motores potentes, etc.… La polución sonora innecesaria, además de ser pecado es un delito penado por la ley.
El exceso de sonidos y de ruidos nos dificulta o impiden escuchar a Jesús, el Hijo predilecto de Dios, tal como lo ordena el Padre. Jesús para escuchar la voz del Padre hacía largas oraciones nocturnas, en un silencio donde el único sonido es el de la brisa, así como lo percibimos en la escena de la transfiguración.
Jesús hoy al transfigurarse ante Pedro Santiago y Juan cambió de aspecto, busquemos también nosotros un cambio de aspecto. La parte de la transfiguración que nos toca a nosotros es superar todo aquello que entorpece la escucha atenta de su palabra. Dios hoy nos inculca: “Este es mi Hijo muy querido, e quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. Que este tiempo de cuaresma nos ayude a eliminar todo aquello que obstaculiza nuestra sintonía con Dios. Cultivemos el silencio para estar en sintonía con la gracia de Dios.
Conclusión
Demos gracias a Dios por la transfiguración de Jesús que en medio de nuestras luchas nos ayuda a contemplar con alegría a Cristo glorificado. Como preparación de cara a la pascua, cultivemos todavía más la oración, transformando como primer paso nuestro entorno en un ambiente más propicio para la escucha, en la familia, en el trabajo, en la comunidad.
[1] VANHOYE, Cardenal Albert SJ. Lecturas Bíblicas de los Domingos y Fiestas. Ciclo A. ED. Mensajero. Bilbao España, 2003. Pág. 71.
[2] http://homiletica.org/jorgehumberto/jorgehumbertopelaez112.pdf