“La gratitud es fuente de salvación”
LECTURAS: 2Reyes 5, 10. 14-7. 2Timoteo 2, 8-13. Lucas 17, 11-19
Podemos empezar la reflexión preguntando ¿Qué es la gratitud? Según la definición que ofrece Wikipedia, la gratitud es: “un sentimiento, emoción o actitud de reconocimiento de un beneficio que se ha recibido o recibirá”[1]. Creo importante reiterar la palabra reconocimiento de un beneficio recibido o por recibir. Según las enseñanzas de la fe monoteísta, el creyente debe ser agradecido al buen Dios quien concede la existencia de cada uno como un don gratuito y que al mismo tiempo, cuida, asiste y acompaña constantemente con su misericordia para que ninguno se pierda en el sendero de la vida. Este don de la vida y la generosa asistencia de Dios, requiere de la gratitud del hombre por recibir muchos beneficios sin merecimientos. Es necesario reconocer que Dios gratuitamente nos da la vida y nos ofrece todo lo necesario para la subsistencia y de manera especial su perdón y los bienes futuros. Las lecturas de hoy, nos ofrecen luces que alimentan y motivan para ser siempre gratos primeramente a Dios por el don de la vida, su gracia, su misericordia, su amor infinito y al mismo tiempo al prójimo por la cercanía y los diversos servicios con que nos brinda.
La primera lectura del libro II de los Reyes, relata la gratuita curación de un leproso pagano llamado Naamán, un poderoso militar sirio quien recibió del profeta Eliseo las instrucciones de sumergirse siete veces en el Rio Jordán para curarse de su enfermedad. Naamán, una vez curado de su lepra, vuelve junto al profeta para agradecer por la curación recibida.
La segunda lectura, II Carta de Pablo a Timoteo, “afirma que, para vivir con Cristo, es necesario morir con Él. Para alcanzar la salvación, lograda por Cristo Jesús, y la Gloria eterna, es preciso pasar por dificultades y sufrimientos”[2]. “Si perseveramos reinaremos con Él”. La presencia de las dificultades casi siempre son motivos para agradecer por llevarnos hacia Dios.
El evangelio de san Lucas, trata de la acción de gracias, Jesús señala la importancia e incluso la obligación de dar gracias por los beneficios recibidos gratuitamente. La escena de la curación de los diez leprosos ilustra la gratitud de uno solo de ellos y la ingratitud de la mayoría de ellos. “Jesús les dijo: vayan a presentarse a los sacerdotes. Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos al comprobar que estaba sanado, volvió atrás alabando a Dios…se arrojó a los pies de Jesús… dándole gracias. Era un samaritano”.
1- La ingratitud como camino a la infelicidad
Da la sensación que vivimos en un ambiente donde la palabra gratitud ha perdido su importancia su jerarquía; al parecer la cultura de la idolatrización del “yo” está gestando una generación ingrata que tiene una conciencia miope de todo el esfuerzo y sacrificio que los mayores, los padres, los docentes, etc. hacen por ellos para su crecimiento. Los sistemas educativos, los medios de comunicación, la más media, los influencer, no son del todo buenos ejemplos para la gratitud; al contrario, parece ser que todo se protesta y se exige cultivando un subjetivismo radical que excluye la dimensión del compromiso comunitario y la responsabilidad de todos ante el bien común. Lo que vale es mi yo, todos deben servirme: la familia, la sociedad, los amigos, los vecinos, las instituciones, las autoridades, etc. Vivimos en una dictadura que impone una emancipación de todo lo que representa la autoridad, las normas, los principios disciplinarios, que regulan la convivencia; como consecuencia caemos en una cultura de la inmadurez que quiere depender eternamente de todo aquello que me reconoce y me sirve en mis necesidades. Por un lado se busca la emancipación de toda figura de autoridad, pero por otro lado no se quiere cortar el cordón umbilical de la dependencia en cuanto a los servicios de atención, alimentación, vestido, salud, y sin ninguna referencia a la gratitud.
Estamos en el umbral de una generación que centra la atención en sus derechos subjetivos, particulares, individuales, exigiendo que se les dé lo mejor a veces sin merecer y sin esfuerzo. Se habla y se profundiza el derecho individual y se deja de lado las obligaciones y el compromiso social comunitario. La humanidad se centra más en el sí de su ego en detrimento de la familia, la sociedad, dejando de lado los valores humanos como el respeto al otro y la aceptación de la identidad personal con el que uno ha nacido como varón o como mujer, como miembro de una familia de una comunidad nuclear base de la sociedad.
El paradigma que orienta sobre lo que vale realmente, se ha revolcado hacía lo material, lo pasajero, lo efímero. Se valora más el aspecto de la belleza física antes que el valor y la riqueza del espíritu, se valora más los derechos personales antes que las obligaciones y el deber en la relación social, familiar comunitaria. Se le da más énfasis en aparecer que en el ser, en el tener que en la dignidad de la persona. Uno vale por lo que tiene en bienes y lujos que por lo que es en realidad. Todas estas situaciones que caracterizan a la realidad, produce una humanidad fría, infeliz e ingrato ante tantos beneficios recibidos de nuestro creador. Tanto hace falta la cura de esta lepra del egoísmo personificado en la ingratitud.
2- La gratitud como fuente de felicidad
El evangelio de hoy nos presenta a diez leprosos curados por Jesús. Contemplemos con humildad esta escena para penetrarnos en su espíritu, iluminar la mente y el corazón para cultivar la gratitud como actitud propia del discípulo de Jesús.
En primer lugar los leprosos son excluidos de la sociedad, en segundo lugar éstos se acercan a Jesús y les hace un pedido, que los cure de su enfermedad, en tercer lugar, uno solo volvió para agradecer.
1º. La enfermedad de la lepra: En la época de Jesús, los leprosos eran considerados impuros atribuyendo a la enfermedad como un castigo de Dios, por tanto nadie podía entrar en contacto con ellos por el riesgo de quedarse impuro y excluidos también de la vida social. Imaginemos que estos enfermos sufren la peor exclusión de su familia, y de la sociedad. Están condenados a morir en la soledad en el valle de los leprosos, que es u lugar especial para esta clase de gentes. Podemos comparar esta situación con tantos seres humanos que no tienen cabida en lo más mínimo beneficio económico para su digno sustento, los que se dedican a mendigar, juntando latitas y cartones para vender, los campesinos e indígenas que son víctimas de una injusta distribución de la tierra, las grandes periferias de las grandes ciudades que viven en el cinturón de la pobreza, ellos no tienen acceso a los beneficios de una vida digna, un hogar adecuado, medios necesarios para el sustento y el mantenimiento de la familia. Ellos están condenados a vivir en el valle del cinturón de la pobreza como los “insignificantes”
2º. El acercamiento: los diez leprosos se acercan a Jesús pidiéndoles que los cure de su desgracia y de su dolor. Diez leprosos se dirigen a Jesús y le piden: “Maestro, ten compasión de nosotros”. Para dirigirse a Jesús con esta petición, era necesario reconocer que ellos están enfermos; de lo contrario, nunca se hubieran acercado a Jesús.
La aceptación de la realidad de uno mismo, es condición esencial para emprender un camino de superación del problema: es imposible salir de la droga, del alcoholismo, si no se reconoce que se es drogadicto o alcohólico; es imposible reconstruir una buena comunicación familiar si no se reconoce el error del egoísmo.
Que esta misa sirva para llenarnos de valor para reconocer cuál es la principal enfermedad que está afectando nuestras relaciones de pareja, con los hijos, en el trabajo, y le digamos a Jesús: «Maestro, ten compasión de nosotros”. Los leprosos al reconocer su enfermedad, también asumieron una actitud activa haciendo lo que Jesús le pedía: “vayan a presentarse a los sacerdotes”.
3º. Uno volvió para agradecer: Jesús al parecer, extrañado y medio dolido reclama que solo uno haya vuelto para agradecer: “¿Cómo, no quedaron purificados los diez. Los otros nueve, dónde están?”
Nuestra costumbre está en pedir, pedir y pedir: pedimos a Dios que nos ayude, pedimos dinero a nuestros padres, pedimos dinero prestado y nunca devolvemos, pedimos a los profesores que postergue en otra fecha el examen o las entregas de los trabajos prácticos. Pedimos y exigimos demasiado, en cambio, no somos capaces de agradecer.
Que el ejemplo de este buen hombre que regresó para agradecer a Jesús impulse en nosotros esa virtud del agradecimiento hacia tantas personas que nos han dado su amor y su tiempo. Que este evangelio de san Lucas produzca en nosotros el agradecimiento hacia el buen Dios que ha tenido con nosotros innumerables muestras de afecto. En cada momento de nuestra vida está presente la mano amorosa de Dios que nos protege, que nos orienta, que nos llama a su intimidad.
Conclusión:
Considerando que la humanidad necesita cultivar la gratitud como fuente de felicidad, busquemos testimoniar con nuestra vida esta actitud, reconociendo que es justo y necesario darle gracias a Dios, como camino de la verdadera felicidad. “Cuando nos entrega su cuerpo y su sangre, nos entrega su humildad”[3]
La máxima expresión de la gratitud es la celebración Eucarística. La palabra eucaristía viene del griego y significa acción de gracias. Celebrar la eucaristía es entrar en sintonía con Jesús que nos ofrece la salud integral, superando el egoísmo, el individualismo, nos lleva a sentirnos comunidad de fe que juntos somos agradecidos a Dios por todos los beneficios recibidos.
La escena de la curación de los diez leprosos ilustra la gratitud de uno solo de ellos y la ingratitud de la mayoría de ellos ¿A cuál de estas dos categorías nos parecemos? A los que fueron curados y ya no volvieron o al único extranjero que volvió para agradecer?
[1] https://es.wikipedia.org/wiki/Gratitud
[2] VANHOYE, Cardenal Albert SJ. Lecturas Bíblicas de los Domingos y Fiestas. Ciclo C. ED. Mensajero. Bilbao España, 2009. Pág. 304.
San Agustín de Hipona
Leave a Reply