Misa Crismal: Obispo anima a llevar la Buena Nueva con alegría a los necesitados

Mons. Guillermo Steckling celebró esta mañana la Misa Crismal y dijo que ser ungido es un privilegio, pero esto no debe llevar a la arrogancia entre los cristianos porque puede ser peligroso, ya que Dios pedirá cuentas al respecto. Igualmente explicó que el ser un elegido implica “llevar la buena noticia a los pobres y a cambiar su ropa de luto por el óleo de la alegría”.

Asimismo, recordó que “estar al servicio de este pueblo de tan alta dignidad, ¡ésta es nuestra misión! No lo olvidemos”. También mencionó que ser un ungido del Señor es una gran responsabilidad, “pero aunque seamos clero, privilegiados y ungidos no debemos llenarnos de presunción ni caer en el clericalismo”, exhortó.

La celebración fue en la Catedral de Ciudad del Este a las 10:00 hs de la mañana, estuvieron presente sacerdotes, religiosos, seminaristas y una gran cantidad de feligreses. Durante la misa el obispo consagró el Santo Crisma y bendijo los óleos que se utilizarán durante el resto del año.


A continuación la homilía completa de Mons. Guillermo Steckling.

Queridos hermanos y hermanas, y especialmente saludo a todos los sacerdotes y diáconos presentes,

Estamos celebrando esta mañana del Jueves Santo la misa crismal, o sea la misa de los santos óleos. Es también el momento para renovar las promesas propias del sacramento del orden sagrado.
La Iglesia utiliza las unciones de varias formas: en los catecúmenos que se preparan al bautismo, en los enfermos y sobre todo usando el santo crisma que se aplica en el bautismo, la confirmación y la ordenación.

No cabe duda: La unción es un privilegio. En el Antiguo Testamento, cuando se elige a un rey como David o a un sacerdote como Aarón, éste recibe una unción que lo consagra y así los convierte para siempre en rey o sacerdote. En adelante es un ungido del Señor, es decir un Cristo según el idioma griego o un Mesías usando el hebreo.
Solemos sospechar que los privilegios son algo indebido. ¿Acaso no somos todos iguales? ¿Qué sentido positivo puede tener un privilegio como recibir la unción?


Hay varios sinónimos de privilegio que pueden incrementar todavía el sentimiento de incomodidad: prerrogativa, honor, destaque, ser escogido, apartado proclamado, consagrado, selecto… Y otro sinónimo poco conocido es “añadido al clero” – que quiere decir: a un grupo escogido que hereda un lote, un sitio.
El sentimiento de incomodidad puede resultar de malas experiencias con los privilegios que ofrece el mundo. Ahí alguien se convierte en algo especial por nacimiento, apellido, por ser muy inteligente, o gran artista, o rico, o que tendría hasta poderes y facultades especiales como en las películas.

Sí, existen estas formas de destacarse, pero como decía Jesús el Domingo de Ramos a los apóstoles que discutían sobre privilegios, entre ustedes no debe ser así.
El Señor les dice que han sido escogidos – “yo los he elegido” – pero les prohíbe la presunción y la arrogancia.
En la Sagrada Escritura la unción confiere un privilegio de otro tipo. Con la unción se recibe más bien una responsabilidad que puede resultar peligrosa. Tanto el sacerdote como el profeta y el rey reciben sus oficios para el bien de la gente, se les hace responsables de ella y se les va a pedir cuentas.
¿Qué más nos dicen las lecturas de hoy sobre la unción?

Al profeta Isaías la unción le da el oficio de anunciar buenas noticias a los pobres, los afligidos, cautivos y a darles el óleo de la alegría. El Señor me ha ungido. El me envió a llevar la buena noticia a los pobres y a cambiar su ropa de luto por el óleo de la alegría (Is 61). En el evangelio aprendemos que la unción nos viene por medio de Cristo, la cabeza. Leyendo el profeta Isaías en Nazaret proclama: Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír (Lc 4). Para usar otra imagen bíblica de un salmo – El óleo se derrama en la cabeza de Aarón, y después baja por su barba y hasta la franja de su ornamento. A nosotros la unción sólo puede llegar a través de Cristo, el Ungido.

Notemos, además, que, en el Nuevo Testamento, los sacerdotes no somos los únicos ungidos. Todos los bautizados forman un pueblo de reyes y un pueblo sacerdotal, y todo el pueblo es profeta.
Él nos amó y nos purificó de nuestros pecados, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre (Apoc 1). Estar al servicio de este pueblo de tan alta dignidad, ¡ésta es nuestra misión! No lo olvidemos. Hoy todos damos gracias al Señor porque nos ha ungido, y de forma especial nos ha ungido a los sacerdotes, que forman el clero, un grupo elegido por Jesús para una misión de servicio especial. Representar a Cristo, nuestra cabeza.
Pero aunque seamos clero, privilegiados y ungidos no debemos llenarnos de presunción ni caer en el clericalismo como siempre nos repite el Papa Francisco, por ejemplo en su última exhortación Christus vivit.

Fuimos ungidos para otra cosa, para hacernos cargo. Un capitán de navío en caso de naufragio debe ser el último en abandonar el barco, y arriesgar su vida para salvar a todos. No debe ser “capitán con plumas” que prende el vuelo para salvarse sólo a sí mismo.

Hoy damos gracias a Dios y damos gracias a ustedes, los sacerdotes, por su fidelidad sin llamar la atención, por su trabajo sacrificado, por su incansable itinerancia, por su generosidad. Dios sea su recompensa, tal como lo hemos cantado en el salmo: Misericordias Domini in aeternum cantabo; Cantaré eternamente tu amor, Señor.

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