En este día dedicado a la Vida Consagrada, la presidencia de la Conferencia Latinoamericana de religiosos (CLAR) emite el siguiente mensaje:
A LAS RELIGIOSAS Y LOS RELIGIOSOS DEL CONTINENTE
Desde la Presidencia de la CLAR, queremos unirnos en este día, a la celebración agradecida del don de nuestra vocación.
Con frecuencia nos preguntamos: ¿dónde está la Vida Consagrada? El eco de esta pregunta, tuvo una respuesta elocuente el domingo 24 de enero en la ceremonia de convocatoria a la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe.
En los minutos previos a la transmisión simultánea, las/os representantes de la Iglesia se presentaban vía zoom, resonaban nombres, misiones, el rostro plural y variopinto de nuestra Iglesia.
De pronto, una voz desde la frontera entre México y Estados Unidos, dijo: soy la hermana Dolores Palencia y creo que no podré acompañarles todo el tiempo en la celebración, porque acaba de llegar un tren cargado con 160 migrantes centroamericanos y debo ir a acogerlos.
A nosotras/os, en la Presidencia de la CLAR, esta voz, la voz de una de las nuestras, nos sonó a auténtico Evangelio. Ella se constituyó en el contexto, en la tierra en la cual la Iglesia del Continente quiere sembrar su Sí renovado.
Justo a esa hora, en el preciso momento en el que nuestras palabras se hilaban recordando la llamada a ser Pueblo de Dios, lejos de toda exclusividad, gueto o elite; justo en el momento en que nos recordábamos unos a otros la necesidad de ser un permanente plural, el compromiso de Lola, sumado al de José, Marta, Luz Eugenia, Daniel… y tantas/os otros, resonaba para recordarnos que la Vida Consagrada está llamada a abrazar la tierra, a acoger lo humano, a encarnarse solidariamente en todo contexto en el que las/os más pobres se aferran a su porción de esperanza y luchan por su dignidad.
Por eso hoy, cuando celebramos nuestra identidad y se renueva para nosotras/os la llamada, queremos recordar el lugar en el que indeclinablemente debemos estar las/os Consagradas/os:
Quedémonos ahí, donde resuena la Palabra, junto al Sagrario y lo humano; donde el Cuerpo de Cristo se nos sigue revelando urgiéndonos a una continua y decidida kénosis; allí donde se saborea el Evangelio, en esas parcelas en las que el pueblo pobre nos revela lo fundamental del Reino. Quedémonos orantes y a la escucha de nuestro Dios. Allí en el lugar de la contemplación y de la escucha; junto a todo aquello que nos abre a un horizonte mayor que el de nuestras miopías y parálisis. Quedémonos donde se expande nuestra mirada y entendemos que aquello que vemos y que se fecunda en el encuentro, se convierte en el marco de referencia de nuestra acción.
No abandonemos el lugar de lo común, la utopía de lo fraterno y sororal, la sumatoria que ensancha nuestra tienda y nos hace remar con otras y con otros, en torno a causas comunes y desde una pasión compartida. No caigamos en la tentación de los primeros puestos, ni en la idolatría del individualismo, ni en la sumisión de las masas.
Ubiquémonos ahí, en donde la relación es gratuita y se ofrece generosa para todas y todos. Donde el abrazo no invade y el don no se calcula. Quedémonos en la geografía de lo cotidiano, en nuestro sencillo Nazaret, lejos de las luces y los protagonismos que invisibilizan la gracia.
Vayamos más lejos, más a prisa; que ningún privilegio paralice nuestra vocación misionera, que ninguna impotencia justifique nuestra llamada a darnos, que ningún temor le mengue alas al Espíritu.
Quedémonos junto a tantas y tantos guardianes de la vida, del lado de los que cuidan el planeta y sus culturas, de aquellas/os que luchan por la paz y la justicia y quieren que se respeten sus derechos. Hagamos camino con todas/os los que se movilizan rasguñando posibilidades de educación, empleo, salud… Indignémonos y que la opción por Jesús nos haga capaces de parresía y profetismo.
Quedémonos donde forcejea la vida para surgir desde lo pequeño y más olvidado, donde hay niñas y niños maltratados, abusados y jóvenes desorientados y sin oportunidades, ancianas y ancianos condenados a la soledad y al olvido, madres abandonadas, familias sin fuerza para levantarse, comunidades golpeadas por las desigualdades e injusticias, instituciones manejadas por poderosos empeñados en su propio bienestar, personas desanimadas y desgastadas por tanto trajinar sin dirección cierta.
No abandonemos las Escuelas, sigamos evangelizando como educadoras/es. Conscientes de que la educación transforma, quedémonos junto a tantas niñas y niños, jóvenes; maestras/os y padres de familia, hagamos posible la lección que concientiza, que abre los ojos, que acerca el futuro. Y vayamos también por los corredores del mundo universitario y de la cultura, creemos nuevos y más significativos areópagos, en los que se discierna, se dialogue y se vislumbren nuevos caminos de solidaridad y compromiso.
Y no tengamos miedo al contagio, sigamos ahí, acompañando al enfermo, visitando al que sufre, curando las heridas que deja la guerra, proponiendo alternativas de salud y curación. No abandonemos los predios de la ternura que restaura y dignifica, de la bondad en la que se gesta lo más puro y permanente.
Acudamos al territorio en el que se deciden las políticas públicas y participemos, propongamos, vigilemos aquello que debe ser común, para que no termine como riqueza que se amontona en manos particulares. Defendamos la democracia, la libertad de expresión y de conciencia, los derechos humanos. Y hagamos nuestra morada en las fronteras.
Que, en la geografía de nuestro corazón, las/os más pobres sean las/os amigas/os con los que apuramos la hora del Reino. Que la prioridad sean las/os migrantes y refugiadas/os, las/os desplazadas/os, las personas víctimas de trata, las minorías discriminadas… Que las opciones de Jesús sean las nuestras.
Y si nos visita la enfermedad y constatamos que con el peso de los años las fuerzas disminuyen, quedémonos en el lugar del agradecimiento por el camino recorrido, vistámonos de confianza en Dios, no claudiquemos en el arte de orar e irradiemos el testimonio de una vida fecunda en la ofrenda.
Allí donde hay una religiosa o un religioso… allí está la CLAR. Todas/os somos la CLAR, esta andadura de 62 años de la que somos herederas/os, es gracia y compromiso, raíz anclada a lo profundo de la tierra, memoria martirial, sangre fecunda, horizonte repleto de posibilidades, buena noticia para el Continente.
Las/os invitamos a agradecer hoy de manera especial, la existencia de todas/os las/os religiosas/os que han ofrecido su vida en el marco de esta pandemia, de todas/os los que han muerto y de las/os que continúan peregrinando en solidaridad y compromiso, cerca de las poblaciones más afectadas. Nuestra voz de cercanía y apoyo para sus Congregaciones.
Que, al eco de la voz de Dios en nuestra historia, no cesemos de preguntarnos: ¿dónde estamos? Y pidamos al Espíritu la gracia de no acomodarnos.
Que con María podamos presentar, nuestro Sí renovado, en el deseo de enraizar nuestra consagración en el territorio de lo humano.
Un abrazo y nuestra oración.
Aquí compartimos el mensaje en pdf
Fuente: CLAR