«La oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre»

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

Hoy parece que la crisis sanitaria y económica que trajo el covid-19 finalmente se está diluyendo poco a poco; esperamos que siga en descenso los contagios y llegue a su fin cuanto antes. Sin embargo, la humanidad está enfrentando un nuevo problema de carácter mundial. Estamos ante un conflicto entre dos países que está afectando profundamente a todo el planeta. Esta guerra podía compararse con David contra Goliat. Entre el Goliat Rusia y el David Ucrania se desata hace pocos días una lucha que quebranta la armonía a nivel mundial.
Ninguna guerra ha traído cosas buenas, lo único que se gana es un orgullo que no justifica nada. Todas las guerras han traído mucho dolor, mucha miseria, mucha enfermedad, refugiados y víctimas inocentes. En ninguna guerra se gana, siempre se pierde mucho. Por eso repito el pedido del Papa Francisco sobre la oración y el ayuno por la paz.
En este contexto de crisis internacional, la liturgia nos presenta el tema de la transfiguración. En una manifestación de la gloria de Dios; Jesús acompañado por Moisés y Elías se transfigura ante la atenta mirada de Pedro, Santiago y Juan.
La liturgia nos propone en la primera lectura (Gn 15, 5-12.17-18) el relato de la alianza de Dios con Abrahán.
La segunda lectura de la carta de Pablo a los Filipenses (Fil 3, 17—4,1), nos habla de la espera de Jesucristo como nuestro salvador.
El evangelio de san Lucas (Lc 9, 28b-36) presenta la escena de la transfiguración de Jesús.
1- El valor de la oración
La cuaresma es una época de recogimiento y encuentro con nosotros mismos. Por eso es importante que dediquemos un tiempo a la oración y a la reflexión con el fin de reconocer lo positivo de nuestras vidas y dar gracias a Dios por los beneficios recibidos; y también reconocer las decisiones equivocadas que hemos tomado y pedir perdón a Dios y a las personas que hemos ofendido. Este camino interior que recorremos durante la Cuaresma nos debe conducir a una conversión del corazón, como preparación a la celebración de los misterios pascuales.
“En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestiduras brillaban de blancas…”. Esta experiencia donde se manifiesta la gloria de Dios en su Hijo Jesús hace que Pedro quisiera permanecer allí por mucho tiempo: hagamos tres chozas aquí.
Cuando experimentamos la presencia de Dios en nuestra vida: en un retiro, en una oración, contemplando el santísimo, rezando el rosario, asistiendo a una misa de entierro, siempre uno quiere permanecer allí por mucho tiempo. Pedro al contemplar a Jesús transfigurado y viendo a Moisés y Elías, quiso hacer las tres tiendas, una para cada uno, de tal manera que todos se quedaran allí “Maestro, que hermoso es estar aquí”.
Jesús nos invita a subir a la montaña del espíritu cuaresmal para que nuestro ser esté en condiciones a la hora de celebrar la Pascua aquí en la tierra como anticipo de lo que será el cielo. Nuestros problemas, decepciones, fatigas, tristezas, crisis, depresiones, no deben abatirnos como si nuestra existencia fuera solo eso. Cuando se piensa solo en lo negativo, en el sufrimiento, y las dificultades, se corre el riesgo de olvidar que estamos llamados a transfigurarnos, transformar todo para el bien, incluso los peores momentos de la vida. Desde la fe nada nunca puede perderse, todo tiene su sentido y su luz. La cuaresma es ese período de gracia que invita a reforzar el tiempo dedicado a la oración. En la medida de nuestra sintonía con Dios a través de la oración, se transformará la propia realidad en ocasión e instrumento de gracia para muchos.
2- La oración que lleva a la acción
La vida es más hermosa de lo que parece. Justo en los momentos de oscuridad, de crisis o de tensión excesiva, encontraremos fuerzas y motivos suficientes para llevar la cruz de cada día si cultivamos los aspectos positivos de la vida; esto nos dinamizará para no estancarnos en la vida, para seguir más bien caminando hacia delante a pesar de todo el peso de la historia.
Una crisis personal, comunitaria o internacional no debe paralizarnos, muy por el contrario, debe llevarnos a una profunda reflexión, con suficiente tiempo dedicado a la oración para encontrar luz en el camino. De tal forma que nadie se quede petrificado en sus problemas o dificultades.
La tentación de Pedro después de la crisis que había generado, días antes, el anuncio de la pasión de Jesús era quedarse en el instante de la transfiguración: “vamos a quedarnos aquí que se está muy bien…”. Al parecer ya no quería afrontar la realidad de cada día. El evangelista Lucas comenta: “no sabía lo que decía”. La experiencia de la vida nos puede llevar naturalmente a ser optimistas o pesimistas, corajosos o miedosos ante las dificultades. El que mira sólo las dificultades quiere únicamente orar, el que mira sólo lo esperanzador ve únicamente la acción. Cada uno debe tomar conciencia de su deseo: permanecer muy arriba en el monte orando, o muy abajo ocupándose únicamente de las realidades terrenales olvidando su destino final. Lo ideal está en el equilibrio entre la oración y la acción. Toda buena experiencia espiritual, debe llevar a una buena acción caritativa.
Conclusión
Decía san Agustín de Hipona: “La oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre”. Que esta sencilla reflexión donde hemos contemplado la transfiguración del Señor nos ayude llevar a la práctica nuestra oración acompañada por las buenas obras.
Que este tiempo de cuaresma caracterizado por la oración, la caridad y el ayuno nos motive para rezar por la paz entre Rusia y Ucrania y al mismo tiempo buscar las obras que transfiguran al hombre y a la sociedad hasta que Dios sea todo en todo.