Homilía: “¿Vale la pena seguir a Jesús?”

XIII DOMINGO ORDINARIO CICLO C

Después un largo tiempo pascual marcado por la resurrección de Jesús, la Iglesia retoma hoy el tiempo ordinario del calendario litúrgico.

Con el domingo décimo tercero del tiempo ordinario arrancamos esta travesía espiritual en el que profundizaremos nuestra fe en Dios Padre Misericordioso que nos ofreció su Hijo Único para nuestra salvación y nos llama a cooperar con Él en la obra de la salvación. Podíamos arrancar este tiempo ordinario preguntándonos si vale la pena seguir a Jesús. la respuesta irá aclarándose con el correr del tiempo siempre y cuando se entiende la vida como un llamado, un regalo, para una misión en este mundo. Hoy las lecturas tienen un denominador común: el llamado que Dios hace a las personas para confiarle  una misión, podemos decir que todos tenemos en común la vocación de servir. Existimos en función a una misión que se nos confía. Dios nos llama a la vida para ser su hijo y servir con libertad.

La primera lectura del primer libro de los Reyes (1Rey 19, 16b. 19-21), nos presenta la vocación de Eliseo que fue llamado por Dios a través del profeta Elías. “El Señor dijo a Elías: A Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá, lo ungirás profeta en lugar de ti”. Elías llegó al término de su travesía como profeta, por tanto alguien debe continuar la misión profética, para esto, por indicación de Dios, unge a Eliseo para que le reemplace y continúe la obra de Dios.

La segunda lectura de la carta de Pablo a los gálatas (Gal 5, 1.13-18),  hace un llamado a vivir libres como Hijos de Dios. Proclama la libertad cristiana ante la tentación de imponer la idea de adoptar la circuncisión  según la ley de Moisés. “Ustedes hermanos, han sido llamados a vivir en libertad, pero procuren que esta libertad no sea un pretexto para satisfacer los deseos carnales”. Hemos sido llamados a responder a la vida con la auténtica libertad.

El evangelio de san Lucas (Lc 9, 51-62), nos presenta dos partes bien diferenciados: por un lado encontramos a Jesús dirigiéndose hacia Jerusalén, en esta travesía debería de pasar por Samaría donde no fue aceptado debido a la enemistad entre judíos y samaritanos. El otro aspecto de este evangelio se refiere a las exigencias del llamado que Jesús hace a sus discípulos. En este sentido nos presentan tres ejemplos que ilustran las exigencias:

Primero: uno que le dijo “Te seguiré adonde quieras que vayas. En el segundo caso Jesús dice a alguien: “Sígueme. En el tercer caso: uno le dice, “te seguiré a donde quieras que vaya”. Ante los tres casos, Jesús plantea la urgencia en responder al llamado y la dificultad que ponemos de parte nuestra para responder con prontitud.

1- La vida como Vocación radical de servicio

El evangelio de san Lucas, presenta a través de tres personajes la exigencia y la radicalidad en el seguimiento de Jesús mediante frases muy duras dirigidas a cada una de ellas:

El primer personaje que al parecer estaba muy seguro y lo tenía todo con mucha claridad, al manifestar su deseo de seguirle, Jesús le aclaró con toda sinceridad que no obtendría ningún beneficio material de confort como lo ofrecería el mundo actual. Este pobre hombre le dijo: “¡Te seguiré a donde vayas!” A lo que se le respondió con dureza, “Las zorras tienen madriguera y  los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. Seguir a Jesús no implica comodidad, ni  confort, al contrario, requiere renuncias y sacrificios, desprendimientos de todo tipo de esclavitud material, afectivo y de búsqueda de confort. Esto es bueno y necesario tenerlo bien claro para no autoengañarse. A pesar de las debilidades humanas, Dios capacita a aquel que lo sigue.

El segundo personaje que pidió  enterrar primero a su padre para después seguirle, le respondió: “deja que los muertos entierren a sus muertos”. A otro le dijo Sígueme. El respondió: Señor permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre. Pero Jesús le respondió: Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve a anunciar el reino de Dios. La prioridad para Jesús es el anuncio del Reino de Dios, para eso nos llama. Cuantas objeciones ponemos ante las exigencias y la necesidad de servir, ayudar, enseñar, colaborar en nuestra comunidad o en la misma familia. Cuantas realidades que condiciona al ser humano para decir un sí radical y definitivo a Dios.

El tercer personaje dijo: “Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos, al que Jesús respondió reaccionando con dureza: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”. Seguir a Jesús implica una actitud de prontitud y radicalidad. Prontitud para responder sin demora, y radicalidad para desprenderse renunciando todas aquellas realidades que pueda dificultar la libertad: familia, apegos, cosas materiales, placeres, poder, personas, lugares, etc.

Esta actitud y posición con duras palabras de Jesús, puede parecernos inapropiadas, pues parecen inconciliables con los sentimientos manifestados por Él ante diversas expresiones del dolor humano. ¿Qué transmite Jesús a través de esta posición tajante?

En estas tres intervenciones de Jesús hay un elemento común: está afirmando que en la vida cristiana, la vida de fe y de respuesta a Dios, existen unas prioridades  que no son negociables, pues el Reino de Dios ocupa el  primer lugar; las agendas personales deben subordinarse a este objetivo prioritario. “tu ve a anunciar el Reino de Dios”, esta es la clave del llamado de Jesús. por lo tanto, la existencia del ser humano, la vida, es un llamado a responder con radicalidad ante las exigencias de nuestra condición de bautizados, discípulos y misionero de Jesús.

2- El desafío de la llamada

Al observar el comportamiento personal y colectivo de las gentes, nos damos cuenta que en nuestra sociedad lo más importante es la comodidad de cada uno, sentirse bien, lograr las metas trazadas sin importar los medios. Hay que llegar  la meta propuesta no importando quién o qué se atraviese en el camino, lo importante es mi deseo mis intereses, mis derechos; los otros no cuentan, lo que cuenta soy yo. Es la expresión de un subjetivismo e individualismo a ultranza. Se anestesió la dimensión social del comportamiento.

Esta manera de entender la vida, demuestra que la sociedad en la que vivimos está muy lejos del evangelio de hoy, ya que la cultura postmoderna establece el primado de la subjetividad, que es la que decide lo que está bien o mal y lo que debe hacerse. Aquí no cabe sino mi interés, mi idea, mi bienestar personal. Aquí no cabe ningún proyecto de vida como compromisos a largo plazo y menos un proyecto comunitario; se piensa que la fidelidad es algo pasado de moda que cierra las oportunidades de futuro.

El llamado que hace Dios a cada uno y en particular al discípulo de Jesús, exige respuestas claras y posiciones definidas; en consecuencia, uno no puede ser más o menos honesto, más o menos decente pero sólo hasta cierto punto, aquí no cabe la diplomacia donde uno puede jugar a doble. “La fe debe generar unos comportamientos coherentes y debe inspirar todas las acciones del ser humano en lo privado y en lo público, en la intimidad del hogar y en el desempeño profesional, en la iglesia y en la empresa, o en el club social”, en otras palabras, hay que ser coherentes con nuestro bautismo en lo público y en lo privado sin necesidad de tener espectadores.

En la línea de la segunda lectura donde San Pablo advierte a los gálatas a vivir con libertad de hijos de Dios, “esta radicalidad del seguimiento de Jesús, en lugar de limitar nuestras posibilidades como seres humanos, nos hace inmensamente libres: “Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Hermanos, nuestra vocación es la libertad”.

En concreto, las palabras de san Pablo significan que cuando asumimos con seriedad el llamado al seguimiento de Jesús como la prioridad de la vida, relativizamos muchos de los bienes que enloquecen a la mayoría de los seres humanos: el poder, el dinero, el éxito, el sexo, la fama, etc…. “Estos bienes, convertidos en fines, generan adicciones y dependencias, esclavizan porque condiciona a las personas robándole su libertad haciéndole creer que tiene que  estar dispuesto a todo con tal de obtener sus intereses”.

Conclusión

Fuimos llamados libremente por Dios a la existencia para vivir en la libertad. Una de las frases célebres de san Agustín de Hipona dice: “No abuses, pues, de la libertad para pecar libremente, sino usa de ella para no pecar”. Dios nos llama a ser libres ante cualquier posible atadura. La libertad a la que somos llamados consiste en responder afirmativamente a este llamado de Jesús para anunciar el Reino de Dios. Únicamente seremos libres adhiriéndonos en aquel que superó la mayor esclavitud que es el pecado y su consecuencia la muerte; por Él, con Él y en Él, encontraremos la auténtica libertad del discípulo y misionera de Jesús. La auténtica libertad no se puede encontrar al margen del Hijo de Dios que llama a seguirle.