Introducción
Hoy celebramos la fiesta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, conocida también por su nombre en latín “Corpus Christi”. El Papa Urbano IV, en 1264, la extendió a toda la Iglesia con el objetivo de pregonar la fe en la presencia real de Cristo en la eucaristía. Creo que hoy, este tiempo de cuarentena, es más que suficiente como oportunidad para revalorizar la Eucaristía; hace meses que los fieles no pueden ir a misa. Por lo tanto, esta solemnidad es un momento para confirmar nuestra fe en el misterio de la Eucaristía y, al mismo tiempo para profundizar su significado a la luz de las lecturas que nos propone la liturgia.
La primera lectura, del Deuteronomio, relata cómo Dios regaló a su pueblo el maná para que pudiera alimentarse durante la travesía por el desierto. El maná es como un anticipo y símbolo de lo que será más tarde el pan eucarístico, alimento de la Iglesia pueblo de Dios durante su peregrinar a través de la historia.
San Pablo, en la segunda lectura dirigiéndose a los Corintios, explica que la eucaristía es vínculo de unidad, “el pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan”
El evangelio en cambio, nos presenta la eucaristía como el alimento que nos da la vida eterna: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”.
1- La eucaristía como vínculo de unidad
“El cáliz de nuestra acción de gracias, ¿no nos une a todos en la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo?”
El pan que compartimos en la mesa del Señor nos une a todos los cristianos en el cuerpo de Cristo. El pan es uno; así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo.
Por tanto, el cuerpo eucarístico de Cristo está en relación directa con los miembros de la Iglesia, que es el cuerpo místico de Cristo. Por eso la Eucaristía nos exige la unión y amor fraterno de los que celebran con fe la cena del Señor. No tiene sentido querer celebrar con devoción la eucaristía si no existe una comunidad de amor. La eucaristía debe ser expresión de puentes que unen a los miembros de la Iglesia entre sí y con Dios. No cabe celebrar la Eucaristía si en el corazón hay odio que construye muros que separan.
Las primeras comunidades de la Iglesia apostólica, eran pequeñas, todos se conocían, en cambio nuestras celebraciones dominicales, están formadas por cientos de personas que muchas veces viven dispersas y sin conocerse.
Ante esta realidad, no podemos pretender que las personas que se reúnen en el templo para participar en la misa dominical se pueden llamar por sus nombres y tengan lazos de amistad. Pero sí es posible entrelazar una comunidad afectiva, en la que compartimos valores comunes: la fe en Cristo, el amor a la Iglesia, la solidaridad con los pobres, el compromiso con la construcción de una convivencia basada en el respeto, la tolerancia y la equidad, y el dar testimonio de todos estos valores como vivencia de la comunión con Dios y con los demás.
Aunque no nos conozcamos, es posible compartir los valores humanos y cristianos uniéndonos a través de criterios comunes como por ejemplo nuestro Plan de Pastoral Diocesano y en un proyecto de una sociedad más justa y fraterna.
2- La Eucaristía alimento que fortalece para la vida eterna
Después de reflexionar sobre la Eucaristía como fuente de unidad, contemplemos la eucaristía como pan de vida eterna.
Al instituir la eucaristía, Jesús cumplió la promesa de darnos su cuerpo como alimento y su sangre como bebida. Así lo anunció en el discurso eucarístico sobre el pan de vida, en la sinagoga de Cafarnaúm, al día siguiente de la multiplicación de los panes.
“Yo soy el pan de vida que ha bajado del cielo; el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.
Los que escucharon a Jesús no pudieron entender el alcance de sus palabras, que les parecieron muy fuertes y que incluso cuestionaban: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”
Jesús nos llama a la comunión de vida con él. Si nos abrimos a su acción en nosotros y si acogemos su palabra que inspira nuestros actos, entraremos a participar de su propia vida, de la vida eterna.
Infortunadamente, la rutina muchas veces oscurece los ojos y nos impide ver el valor hasta de las cosas más sublimes. Pues bien, como hemos asistido a tantas misas a lo largo de nuestra vida, nos hemos acostumbrado a este misterio de amor y no lo valoramos en toda su magnitud. Hoy, fiesta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, aunque no podamos asistir a la celebración en forma presencial, oremos para que tomemos conciencia de la riqueza infinita que está en alimentarnos con el pan de la vida. Recemos para que pronto tengamos nuevamente el gozo de recibir a Cristo Eucaristía, el pan eucarístico que nos provee la vida que supera los límites de la muerte.
Conclusión
En este cuadro de cuarentena que aun enfrentamos y cuyo fin es incierto aún considerando el riesgo que presenta el covid-19, que la solemnidad del Corpus Christi fortalezca nuestra unidad en esta lucha contra la pandemia y todos los males que causa. Que llevemos grabado en nuestras mentes y corazones el doble significado de la eucaristía: comunión entre hermanos y comunión con Dios, en Cristo Pan de Vida. Esto nos motivará a valorar la Santa Misa, no como una incómoda obligación impuesta, sino como el encuentro gozoso de los hermanos en la fe con el Señor de la vida, que nos invita a compartir su amor.
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