Homilía: Solemnidad de Pentecostés

Con la solemnidad de Pentecostés que celebra hoy la Iglesia se cierra el tiempo litúrgico pascual; la palabra Pentecostés significa cincuenta. Cincuenta días después de la pascua, Jesús envía el Espíritu Santo sobre María y los apóstoles. Este es el tiempo que dura la fiesta de la Resurrección, la Ascensión del Señor y el don del Espíritu Santo. La presencia del Espíritu Santo en medio de la comunidad apostólica a la que comunican sus dones, es el inicio de la actividad evangelizadora de la Iglesia, que continuará hasta el final de los tiempos.
Recordemos que Jesús, antes de su Ascensión a los cielos, había prometido a los apóstoles que le enviaría al Espíritu Santo para que acompañara a la Iglesia hasta el fin de los tiempos. En Pentecostés se cumple esta promesa, y los discípulos experimentan una profunda transformación, pues los tímidos e ignorantes pescadores se convierten en elocuentes testigos de la Resurrección, capaces de debatir con los doctores y sabios de la época. En este contexto, la liturgia nos propone las lecturas para la meditación.
La primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (Hech 2, 1- 11), nos presenta con detalles impresionantes el acontecimiento pentecostés. El Espíritu se manifiesta descendiendo sobre los apóstoles que estaban reunidos con María. Se ponen a hablar en lenguas. La gente se sorprende al oír hablar a cada uno en su propia lengua.
La segunda lectura de la carta de San Pablo a los Romanos (Rm 8, 8-17), nos ofrece otros elementos para descubrir la realidad del Espíritu Santo. Pablo al dirigirse a los romanos, les habla del contraste entre el Espíritu y la carne: “los que viven sujetos a la carne, no pueden agradar a Dios”.
En el evangelio de san Juan (Jn 14, 15-16.23b-26), se expresa aspectos más interiores de la venida del Espíritu Santo. Jesús anuncia esta venida en el discurso de la última cena, y designa al Espíritu como el paráclito “otro velador”, otro defensor: “Yo pediré al Padre que le envía otro velador que esté con ustedes siempre”.


1- El Espíritu Santo establece la comunicación entre los hombres
El Espíritu Santo rompe las barreras y establece una comunicación entre los hombres. El lenguaje de por sí ya es instrumento de comunicación. Además de posibilitar esta intercomunicación entre hombres de diversas lenguas, el Espíritu Santo crea la comunión con Dios y con los hombres.
En varias ocasiones, Jesús anuncia a los apóstoles el envío del Espíritu Santo como aquel que les asistirá en todo para recordarles y hacerles entender el misterio de Dios y darles coraje para enfrentarse a los desafíos de la evangelización, asistiéndoles desde el interior con sus siete dones.
El evangelio de san Juan 14, 15-26 relata el momento en el que el Resucitado cumple lo prometido, dice: “al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: la paz esté con ustedes… sopló sobre ellos y añadió: reciban el Espíritu Santo”. El efecto inmediato de esta escena del evangelio es el inmenso deseo de ser guiados e impulsados por el Espíritu Santo, a fin de poder alabar a Dios y realizar su obra, que consiste en la comunión entre las personas y estas con Dios. La presencia del Espíritu es una presencia invisible interior y permanente en cada discípulo y misionero de Jesús, dándoles toda la fortaleza y el coraje para enfrentarse a los contratiempos que se presentan en la tarea evangelizadora.
En este tiempo de la modernidad donde al parecer todas las cosas se hace presente de forma inmediata y rápida, donde el ser humano pierde la capacidad reflexiva y de contemplación dedicándose a lo efímero e inmediato, es necesario recuperar el valor la presencia del Espíritu Santo en la vida de cada bautizado de tal manera que ilumine y asista a la Iglesia como un verdadero pueblo de Dios peregrino en la tierra dinamizado por la fuerza del Espíritu con la mirada puesta en la Jerusalén celestial.


2- El Espíritu Santo actúa en la comunidad
La escena del libro de los Hechos de los apóstoles que nos propone la liturgia de hoy, presenta al Espíritu Santo actuando en un grupo de discípulos reunidos en un mismo lugar, dice: “de pronto vino del cielo un ruido…que resonó en toda la casa donde se encontraban… todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas. Sin embargo, todos oían proclamar en sus propias lenguas las maravillas de Dios”.
Aquí vemos como en pentecostés el Espíritu Santo confirma a la comunidad de los seguidores de Jesús, disipa sus dudas, fortalece su compromiso y les da el impulso evangelizador como discípulo y misionero. La liturgia de la palabra nos testimonia la transformación lograda por la irrupción del Espíritu Santo en medio de la comunidad cristiana naciente. Por eso esta fiesta es como la celebración de un nuevo “aniversario” de la existencia de la Iglesia.
En la vida personal, cada uno recibe el don del Espíritu Santo en el Bautismo cuando el agua es derramada sobre nuestra cabeza y somos ungidos con el óleo santo; al hacerse mayor de edad recibimos el sacramento de la “Confirmación” para revalidar, como seres autónomos y libres, el compromiso personal con Jesús y nos comprometemos a realizar un proyecto de vida en coherencia con los valores del Evangelio.
En la Iglesia como comunidad de fe, vivimos nuestro Pentecostés cuando confirmamos las promesas bautismales e invocamos que el Espíritu Santo descienda sobre nosotros en este día tan especial.
Dejémonos guiar por la luz de este Espíritu para caminar juntos como Iglesia sinodal en Comunión misión y participación.


Conclusión
“Así como el cuerpo de carne es sencillamente la carne, el don del Espíritu Santo es el mismo Espíritu Santo. Es don de Dios en cuanto se da a los que se da” (San Agustín de Hipona). La segunda lectura de la carta de Pablo a los romanos nos advierte que nosotros no estamos animado por la carne sino por el Espíritu. Que esta solemnidad de pentecostés, fortalezca esa vida espiritual manifestada en la comunidad eclesial y sea ocasión para adherirnos más estrechamente al Espíritu Santo dejando que Él obre en nosotros con sus siete dones de sabiduría, ciencia, entendimiento, ciencia, consejo, fortaleza, piedad y temor de Dios.

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