Introducción
«Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,5). Esto es lo que afirma Isaías al pueblo de Dios mirando el futuro, anunciando consuelo en su angustia y oscuridad, lo mismo el Ángel anuncia a los pastores: «Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor» (Lc 2,11).
En la primera lectura el profeta Isaías presentando la situación oscura que atravesaba el pueblo, anuncia la llegada de una luz que multiplicará y acrecentará el gozo y la alegría con el niño que vendrá (Is 9, 1-6).
El Salmo se presenta como una gran expresión de júbilo porque el Señor viene a gobernar el mundo con justicia (Sal 95).
En la segunda lectura el Apóstol Pablo dirigiéndose a Tito presenta la manifestación de la gracia de Dios para todos los hombres con Jesús que viene a nuestro encuentro.
El Evangelio narra de qué manera Dios se ha hecho hombre sin dejar de ser Dios, primeramente se ha manifestado a los pastores, a quienes da una señal de sencillez: «Nada prodigioso, nada extraordinario, nada espectacular se les da como señal a los pastores. Verán solamente un niño envuelto en pañales que, como todos los niños, necesita los cuidados maternos; un niño que ha nacido en un establo y que no está acostado en una cuna, sino en un pesebre. La señal de Dios es el niño, su necesidad de ayuda y su pobreza»[1].
Dios ha mirado nuestra pobreza y se ha hecho pobre entre nosotros, hoy más que nunca el mundo necesita de una sensibilidad hacia los necesitados, estamos atravesando un momento difícil de nuestra historia, y la tendencia es preocuparse solo por las necesidades propias, «nadie quiere mirar hacia abajo, donde hay pobreza, oprobio, necesidad, aflicción y angustia»[2], sin embargo, Dios ha tomado nuestra condición de pobre, ha mirado nuestra necesidad y en cada acontecimiento de nuestra historia viene a nuestro encuentro.
Vivamos esta celebración de la navidad imitando a Dios en la sensibilidad y solidaridad con los más necesitados, así como Dios se ha solidarizado con nosotros, nosotros también debemos ser solidarios con acciones concretas que puedan favorecer a los más necesitados tendiendo las manos.
Dios con la presencia de su Hijo entre nosotros nos ha tendido las manos para levantarnos de nuestra pobreza, por eso más que nunca hagamos nuestras las palabras del Papa Francisco de la IV jornada mundial de los pobres: «tender la mano es un signo: un signo que recuerda inmediatamente la proximidad, la solidaridad, el amor. En estos meses, en los que el mundo entero ha estado como abrumado por un virus que ha traído dolor y muerte, desaliento y desconcierto, ¡cuántas manos tendidas hemos podido ver! La mano tendida del médico que se preocupa por cada paciente tratando de encontrar el remedio adecuado. La mano tendida de la enfermera y del enfermero que, mucho más allá de sus horas de trabajo, permanecen para cuidar a los enfermos. La mano tendida del que trabaja en la administración y proporciona los medios para salvar el mayor número posible de vidas. La mano tendida del farmacéutico, quién está expuesto a tantas peticiones en un contacto arriesgado con la gente. La mano tendida del sacerdote que bendice con el corazón desgarrado. La mano tendida del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los que, a pesar de tener un techo, no tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad. Y otras manos tendidas que podríamos describir hasta componer una letanía de buenas obras. Todas estas manos han desafiado el contagio y el miedo para dar apoyo y consuelo»[3].
Con todas estas acciones nos unimos al coro de los ángeles para glorificar a Dios por su bondad para con la humanidad: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por Él!» (Lc 2,14).
¡Feliz Navidad a todos!