“Un mandamiento tan antiguo y tan nuevo”
La fe cristiana centra su atención en la persona del Dios revelado por Jesucristo y que glorifica a su Hijo resucitándole de entre los muertos. Un Dios cercano y misericordioso, “lento para enojarse y rico en piedad”.
En este tiempo pascual que nos ofrece la liturgia, contemplamos las lecturas en clave de la glorificación de Jesús, el Hijo de Dios y de la acción misionera de los apóstoles quienes confiaron en el Maestro sin reserva.
La primera lectura que es del libro de los Hechos de los Apóstoles (Hech 14, 21b-27), nos presenta un modo particular de glorificación de Jesús: por medio del apostolado y sus frutos. Pablo y Bernabé concluyendo su primer viaje apostólico por Asia Menor, vuelven a las ciudades ya visitadas y animan a los discípulos, exhortándoles a permanecer firmes en la fe. “En cada comunidad, establecieron presbíteros, y con oración y ayuno, los encomendaron al Señor en el que habían creído”.
El salmo 144 nos recuerda que el Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia.
La segunda lectura, del libro de Apocalipsis (Ap 21, 1-5a), ilustra el resultado final de la resurrección de Jesús, que es, “la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo y venía de Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo”. El objeto de nuestra esperanza es llegar a reunirnos todos en el amor de Cristo, en el amor reciproco, para gloria de Cristo y de Dios.
El evangelio de san Juan (Jn 13, 31-33a. 34-35), es breve pero muy profundo y significativo. Jesús habla de la glorificación del Hijo del hombre; después anuncia su partida y da un mandamiento nuevo: el amor reciproco, tal como él lo vivió y practicó: “Les doy un mandamiento nuevo, ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado”.
1- El mandamiento antiguo y nuevo del amor
En el evangelio de hoy, Jesús anuncia a sus discípulos su partida: “hijos míos, me queda poco tiempo de estar con ustedes”. Y como para continuar de un modo nuevo su presencia entre ellos, les da un mandamiento: “doy un mandamiento nuevo que se amen unos a otros como yo les he amado”.
Si nos amamos unos a otros, Jesús sigue estando presenta entre nosotros de una manera concreta y real. Jesús está presente en el mundo de diversas formas: en su Palabra, en los sacramentos, en la Eucaristía, en el prójimo, pero también en el amor que une a los cristianos, si lo practican con docilidad a su gracia.
¿Por qué este mandamiento es nuevo? El mandamiento del amor en la sagrada escritura no es algo novedoso debido a que ya en el Antiguo Testamento se nos recuerda como el mandamiento principal: amar a Dios sobre todas las cosas. El mandamiento del amor ya existía antes de Cristo, pero se ha vuelto nuevo a partir de Jesús al aportarle un elemento nuevo muy importante: el amor hace referencia a Él. “Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan unos a otros”.
Amar al prójimo como a uno mismo era lo que los judíos habían aprendido. Jesús trae la novedad advirtiendo amar unos a otros como Él nos ha amado. He ahí la novedad del Nuevo Testamento.
2- El amor que impulsa a la misión
Jesús aclara que la señal identificadora del discípulo es el amor “así como yo les he amado”. “La señal por la que conocerán que ustedes son mis discípulos será el amor que se tienen unos a otros”. La marca distintiva del cristiano es el amor fraterno, vivido a ejemplo de Jesús y con su gracia.
Para ser discípulo y misionero no basta ser bautizado. Es necesario imitar el ejemplo de generosidad de Jesús siguiendo la inspiración de la gracia y con la fuerza que recibimos de su amor.
Los paganos se maravillaban de los apóstoles por el amor que se tenían entre ellos: “Mirad cómo se aman”. Éste amor que viene de la gracia de Dios, no es apático ni desganado; al contrario, es un amor oblativo, operativo en la acción. Nosotros debemos tener el anhelo de poder suscitar también hoy entre la gente esa admiración: con nuestro amor reciproco en la familia, en la parroquia, en el grupo, en el movimiento, en la diócesis, en el presbiterio, en el episcopado, en el lugar de trabajo, etc.
El mandamiento nuevo del amor que nos trae Cristo resucitado generó en la Iglesia primitiva esa fuerza incontenible de la misión apostólica. Vemos en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles como se nos presenta un modo particular de glorificación de Jesús por medio del apostolado y sus frutos. Pablo y Bernabé al concluir su primer viaje apostólico por Asia Menor, vuelven a las ciudades ya visitadas y animan a los discípulos a permanecer firmes en la fe en medio de todas las dificultades, porque, como ellos dicen, “hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios”.
Fue el amor universal de Cristo resucitado el que motivó a los apóstoles a difundir sin miedo la palabra de Dios entre los paganos. De esta manera, a través de ellos, Dios quiso manifestar grandes cosas. En especial, manifestó la fuerza universal del amor de Cristo abriendo a los paganos la puerta de la fe.
El libro del Apocalipsis nos recuerda que el objeto de nuestra esperanza es llegar a reunirnos todos en el amor de Cristo. Se trata de un amor sumamente feliz porque Dios “enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor… Ahora hago nueva todas las cosas”.
Conclusión
Parafraseando a san Agustín de Hipona “Si se enfría nuestro amor, se paraliza nuestra acción”, “el que no ama no vive, no sirve, no saborea la vida” podemos resumir nuestra reflexión diciendo: el fundamento de todo es el amor: por amor Dios creó el mundo, por amor Dios nos llama a la existencia para amar, por amor los apóstoles siguen a Jesús y predican el evangelio, por amor respondemos a nuestra vocación; por tanto nada ni nadie está fuera del alcance del amor de Dios. Jesucristo nos trae el mandamiento tan antiguo y nuevo del amor a Dios y al prójimo como Él nos ha amado. Dios le ha glorificado a su Hijo Jesucristo resucitándole de entre los muertos. Jesús nos ha dejado el mandato de este amor.