Homilía: Quinto Domingo de Pascua

“Unidos a Jesús, unidos como Iglesia”

            Estamos ya en el quinto domingo de pascua y nos acercamos al final del tiempo litúrgico pascual; en un par de semanas más ya entraremos en el tiempo ordinario. Hoy el evangelio nos presenta a Jesús como como la vid verdadera, al Padre como labrador, y nosotros somos los sarmientos. Si permanecemos en la vid tendremos vida y daremos fruto, si no permanecemos, pereceremos sin remedio. Permaneceremos en la vid estando unidos a Jesús y permaneciendo en la Iglesia, el Pueblo de Dios.

La primera lectura del libro de los hechos de los Apóstoles (Hch 9, 26-31) nos describe la situación de Pablo en la ciudad de Jerusalén, poco después de su conversión.

La segunda lectura es de la primera carta de San Juan (1Jn 3, 18-24). Allí encontramos una interesante visión de la vida cristiana, tanto sobre la actitud interior del creyente y como sobre la manifestación externa de sus convicciones: “Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras”.

El evangelio de san Juan (Jn 15, 1-8) ilustra en qué consiste la vida cristiana que permaneciendo en la vid se fortalece produciendo frutos abundantes.

1- Permanecer en Jesús

Para adentrarnos en el mensaje del Evangelio de hoy hagamos estas dos preguntas: ¿qué significa permanecer en Jesús? y ¿cómo permanecer en él?

La respuesta a la primera pregunta la encontramos en la segunda lectura de hoy (1Jn 3, 18- 24): “Quien cumple los mandamientos permanece en Dios y Dios en Él. En esto conocemos que Él permanece en nosotros, por el Espíritu que Él nos ha dado”. No se trata de un cumplimiento formal y legalista de una larga lista de preceptos, como exigían los doctores de la Ley a los judíos devotos. La propuesta de Jesús es totalmente diferente y muy simple: “Este es su mandamiento: que creamos en la persona de Jesucristo, su Hijo, y nos amemos los unos a los otros, conforme al precepto que nos dio”. Por lo tanto, el verbo “permanecer” propone un estilo de vida que se construye sobre la fe y el amor, y que afecta todas las dimensiones de la vida de cada discípulo y misionero en su integridad, en otras palabras en su totalidad.

El sarmiento – nosotros – para permanecer en la verdadera vid que es Jesús tiene necesidad de avanzar por los caminos de la espiritualidad. Los sarmientos debemos nutrirnos de la vida de gracia que nos ofrece Cristo resucitado. Nos alimentamos de la savia de la vid participando asiduamente de los sacramentos de la Iglesia, en particular la Eucaristía, donde somos invitados a alimentarnos con Cristo Eucaristía; es el lugar por excelencia para cimentar la vida cristiana dentro de una comunidad eclesial.

Nos alimentamos con la savia a través de la lectura y meditación asidua de la palabra de Dios formulada en las Sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, que ilumina la vida de la toda la Iglesia.

Nos alimentamos con la savia de la vid verdadera cuando las obras y acciones se inspiran y son motivadas por el amor y la infinita misericordia de Dios.

El que permanece en Jesús tendrá vida en abundancia y producirá muchos frutos. El hombre será feliz en la medida  que ama y sirve a los demás. Al igual que san Francisco de Asís, sembremos amor donde haya odio, perdón donde haya injuria, fe donde haya duda, alegría donde haya tristeza.

2- Producir frutos en abundancia

Es muy necesario que el evangelio de la vid y los sarmientos sea meditado constantemente por todos los discípulos y misioneros de Jesús. Los sacerdotes no son funcionarios que cumplen una tarea laboral, más bien son servidores de Cristo resucitado que tienen la función de enseñar, gobernar y santificar a la grey manteniéndose unidos a la vid verdadera para seguir el buen sendero del evangelio, anunciando con alegría la resurrección de Jesús, fortaleciendo la vida de la comunidad eclesial. La Iglesia no es un club o una ONG que ofrece diversos servicios. En la Iglesia recibimos la vida de gracia. Por lo tanto, los sacerdotes deben estar íntimamente unidos a Jesucristo que es la vid verdadera y fuente de la gracia. Los sacerdotes enseñan sembrando la Buena Nueva de la Palabra de Dios; santifican absolviendo los pecados en nombre de Jesucristo, presidiendo la Eucaristía y administrando los demás sacramentos. Si no están íntimamente unidos al Señor, se convertirán en funcionarios que se vaciarán y se cansarán en el camino. Los sacerdotes gobiernan la comunidad eclesial con la autoridad del servicio, esforzándose que la grey camine iluminada por la verdad revelada en Cristo. Por eso cuidan la sana doctrina y la disciplina de la vida comunitaria.

Conclusión

Dice San Agustín: “La unión con Cristo en su Iglesia es la condición esencial de toda la eficacia apostólica”. Es Cristo quien nos confía a cada uno su misión, una misión que, sin embargo, está coordinada dentro de la unidad de su cuerpo mediante los pastores de la Iglesia. Esto explica el gran valor que tiene una amorosa comunión de fe y disciplina con los obispos quienes, como dice la Carta a los Hebreos, “velan sobre vuestras almas, como quien ha de dar cuenta de ellas” (He 13,17).

Todos los discípulos y misioneros de Jesús estamos llamados a estar unidos a la vid verdadera permaneciendo unidos a los legítimos pastores dentro de la Iglesia. Que Dios Padre el Labrador nos ayude a estar siempre unidos a su Hijo Jesucristo para que podamos dar abundantes buenos frutos.