Homilía: Quinto Domingo de Cuaresma. Ciclo B

“El discípulo: instrumentos de la gracia de Dios”

Se le atribuye a San Francisco de Asís el Cántico de la Paz “hazme un instrumento de tu paz” donde el autor pide ser instrumento de paz, de amor, perdón, de fe, etc. En este quinto domingo de cuaresma, la liturgia de la palabra nos invita a anunciar a Cristo como salvador de la humanidad, es decir, nos pide que cada uno sea instrumento transmisor del mensaje de Jesús. Este es como el hilo conductor de las tres lecturas. La difusión de la fe en Cristo cuyo efecto alcanza hasta a los gentiles requiere de la disponibilidad del discípulo y misionero de Jesús. Que nuestros actos sean medios de encuentro con Jesús y testimonios vivos de la salvación que Cristo nos trae con su entrega generosa y obediente a la voluntad del Padre.

En la primera lectura, el libro del profeta Jeremías (Jr 31, 31- 34) nos presenta el deseo profundo que tiene Dios de establecer una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá: “pondré mi ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo… todos me conocerán, del más pequeño al más grande”.

En la segunda lectura, la carta a los Hebreos (Heb 5, 7- 9) describe la pasión de Jesús como causa de la salvación para todos los hombres. “Aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen”.

El Evangelio de san Juan (Jn 12, 20- 33) nos refiere un episodio del último periodo de la vida pública de Jesús. Se encuentra en Jerusalén para la fiesta de la Pascua, que será su pascua de muerte y resurrección, y unos griegos han subido a Jerusalén para el culto durante esta fiesta. Seguramente son hombres religiosos, atraídos por la fe de los judíos en el único Dios, y que han oído hablar de Jesús. Ahora desean verle. “…Señor queremos ver a Jesús. Felipe fue a decírselo a Andrés y ambos se lo dijeron a Jesús”.

La voz de los gentiles

Queremos ver a Jesús fue la súplica de estos griegos que subieron a Jerusalén. Su pedido llega a Jesús a través de los apóstoles Felipe y Andrés. Llama la atención que gente que son paganos quiera ver a Jesús. Los griegos desarrollaban las habilidades mentales con la filosofía que les ayuda a pensar de manera reflexiva sobre la realidad y la vida. Si los conocimientos de estos griegos no fueron suficientes para encontrar sentido pleno a la vida, es razonable que busquen algo más, y en este caso esperan encontrar en Jesús una respuesta a sus inquietudes.

Tal vez nosotros mismos estamos aún en esta etapa previa de buscar un conocimiento más profundo de la persona de Jesús. Analizando la escena del evangelio de hoy encontramos a los griegos, a los discípulos y a Jesús a quien finalmente llega la petición. ¿Quiénes pueden ser estos griegos hoy aquí y ahora? ¿Quiénes deben ser estos discípulos que median ante Jesús?

En nuestro ambiente vemos a muchas personas que buscan a Dios por diversos caminos, las sectas, las diversas religiones, las corrientes esotéricas o espiritistas, las meditaciones trascendentales, etc. En el ámbito del catolicismo buscamos a Dios en la oración, en el servicio caritativo al necesitado (reza un refrán “las manos que ayudan son más sagradas que los labios que rezan”), en la participación activa de la vida comunitaria eclesial, y en la familia que ora y vive los valores de la fe. En el ambiente se ve que hay una sed de Dios que se manifiesta por diversos medios y con mayor fuerza en este tiempo de la pandemia donde se restringen los espacios de culto debido al decreto presidencial que establece el protocolo sanitario.

El Concilio del Vaticano II nos recuerda que todos aquellos que buscan a Dios con sincero corazón a través de las buenas obras, lo hacen movido por la gracia de Dios y son los predilectos de Cristo podrán participar en su glorificación: “Pues quienes… buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna” (LG 16).

Los Felipe y Andrés del presente

Felipe y Andrés fueron los intermediarios entre los griegos y Jesús a quien solicitaban ver: “Señor, queremos ver a Jesús”. Los dos discípulos buscaron con prontitud la forma de decírselo a Jesús.

En este tiempo que vivimos y se caracteriza por una gran crisis que atraviesa la humanidad, estamos invitados a ser mediadores de Cristo para que todos conozcan a Jesús. ¿Nosotros mismos ya le conocemos bien? Este tiempo de cuaresma es propicio para cultivar la riqueza interior que consiste en esa experiencia personal con Jesús en actitud de oración y meditación. Ante tantas convulsiones en la sociedad, el discípulo y misionero está llamado a un profundo silencio que tendrá su eco propio tarde o temprano. Así como Felipe y Andrés podemos ser llamados en cualquier momento a servir como mediación de cercanía para que los demás se aproximen a Jesús y tengan ese encuentro con Él.

¿Cuántos desean ver a Jesús al igual que esos griegos? Pensemos en jóvenes desencantados por las drogas o el desengaño de la vida, padres desesperados por la crisis económica, madres desconsoladas ante la pérdida de sus hijos, profesionales médicos que experimentan su impotencia ante el colapso sanitario, autoridades que se pierden en la corrupción en vez de responder a los desafíos de un servicio desinteresado para conducir con justicia y buena administración los bienes públicos. Ante estas y otras situaciones, el discípulo y misionero de Jesús tiene la responsabilidad de ser el agente que activa y efectivamente conduce a las personas a Jesús, acercándoles así al Reino de Dios aquí y ahora, con la mirada puesta en la patria celestial.

Conclusión

“Solo anhela a Dios y tu corazón siempre estará completo.” Esta frase corresponde a San Agustín y expresa la mayor preocupación que debe tener el hombre. Los griegos del evangelio anhelaron conocer al Hijo de Dios.

Que este quinto domingo de cuaresma nos acerque cada vez más a Jesús preparándonos para celebrar las fiestas pascuales. Que nuestros actos sean el reflejo de nuestra amistad con el Hijo de Dios, amistad que nos llevará a morir a toda corrupción y pecado tanto personal como social y estructural, y a resucitar a una vida nueva donde la única ley es el amor y la justicia en el que Dios reina sobre todos y en todo.