Homilía: La viña que Dios confió al hombre

DOMINGO XXVII ORDINARIO CICLO A

INTRODUCCIÓN
La realidad agrícola en Paraguay está muy enraizada en la mente de nuestra gente, la gran mayoría conocen el proceso del trabajo en el campo; para que produzca sus frutos la semilla que se siembra requiere de cuidado:  tierra bien abonada, sembrío, crecimiento, cuidado, frutos y cosecha. Por  lo tanto la imagen de la plantación de una viña no es algo extraño para nuestra gente.
En los pasajes de la palabra de Dios de hoy aparecen varios personajes: el propietario, la viña, los viñadores, los frutos amargos, etc.

En la primera lectura el profeta Isaías (Is 5, 1- 7) nos habla de un viñador que  había cultivado una viña esperando buen resultado, sin embargo, la sorpresa fue grande al percibir que los frutos no eran lo deseado. “Mi amigo tenía una viña en una loma fértil, la cavó, la limpió de piedras y la plantó con cepas escogidas; edificó una torre en medio de ella y también excavó un lagar. El esperaba que diera uvas, pero dio frutos agrios”.

La segunda lectura la carta de San Pablo a los Filipenses (Flp 4, 6- 9) exhorta a los cristianos de Filipo a imitar todo aquello que han aprendido de Pablo: “Pongan en práctica lo que han aprendido y recibido, lo que han oído y visto en mí, y el Dios de la paz estará con ustedes”.

El evangelio de san Mateo (Mt 21, 33- 43) nos presenta la parábola de los viñadores homicidas; estos viñadores deseaban apropiarse de algo que no les pertenecía y para lograr sus objetivos acudieron a métodos inadecuados como la violencia y el asesinato.

1- Dios nos confió una viña
El Concilio Vaticano II en la Lumen Gentium nos recuerda que Dios en su infinita bondad tomó la iniciativa y determinó salvar a la humanidad a través de su Hijo Jesucristo. Para realizar este plan a lo largo de la historia, estableció una viña en la tierra de Israel, pueblo elegido, como adelanto de lo que se tenía que venir después, es decir como anticipo de lo que será la Iglesia peregrina en la tierra, nuevo pueblo de Dios.  Sustituyendo a las doce tribus de Israel, establece los doce apóstoles como fundamento y piedra firme de la Iglesia.
Con el bautismo entramos a formar parte de la Iglesia, nuevo pueblo elegido por Dios y con los demás sacramentos fortalecemos nuestra pertenencia a la viña del Señor. En este campo laboral todos somos viñadores, tenemos una cuota de responsabilidad:  obispos, sacerdotes, diáconos, laicos y religiosos según nuestro carisma e identidad. Cada uno estamos llamados a trabajar en la viña que se nos ha confiado; Dios es el único dueño y Señor de todo.

Cada quien según el estado de vida, la profesión que tenemos, debemos trabajar con esmero y sencillez manteniendo siempre viva la conciencia de que somos simples servidores, por tanto no hay que adueñarse de lo que no nos pertenece; “cuando hayáis hecho todo lo que les fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer» (Lc17, 7-10).

2- La gran tentación
Solemos observar un hecho curioso y es el siguiente. Alguien necesita cualquier cosa y la pide prestada al vecino más cercano o a un  amigo. Pide por ejemplo una herramienta para podar árboles u otra cosa. o tal vez incluso dinero. Hasta ahí todo va bien porque el gesto de poner al servicio del que necesita herramientas o bienes, es un gesto caritativo. Sin embargo, muchas veces las cosas no terminan tan bien. El problema suele surgir cuando el que pidió el favor ya no quiere devolver lo prestado al dueño.

Las cosas de la creación que usamos solamente nos han sido prestadas. La palabra de Dios de hoy nos presenta la imagen de una viña que es una realidad prestada temporalmente y al mismo tiempo nos confronta con la actitud agresiva de un viñador inquilino ante el reclamo del legítimo propietario. Para que nosotros como meros arrendatarios no caigamos en lo mismo es bueno cultivar siempre un espíritu de gratitud reconociendo que todo es don. Todo es gracia de Dios, dueño y señor de todo lo creado, lo visible e invisible. “Por medio de él – Cristo – creó Dios todo cuanto hay en el cielo y en la tierra, lo visible y lo invisible, y también los seres espirituales que poseen dominio, autoridad y poder. Todo fue creado por medio de él y para Él”. Por lo tanto nada ni nadie nos pertenece, todo se nos da prestado y siendo las cosas así, cuando llegue el tiempo debemos devolver todo al dueño.

Los viñadores asesinos del evangelio actuaron de forma muy impropia por su  intención de adueñarse de algo que no les pertenecía. Jesús a esta altura de la parábola hace una pregunta dirigida a las autoridades y a todos nosotros: “Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?». Le respondieron: ‘Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo’”.

CONCLUSIÓN
Hoy el Papa Francisco está presentando una nueva Carta Encíclica intitulada “Fratelli Tutti” o “Todos somos Hermanos” sobre la fraternidad y la amistad social. El Papa creyó oportuno recordarnos que toda la realidad creada, es decir toda la naturaleza son dones de Dios que necesitan ser considerados en su justa medida para no abusar de  ellos deteriorándolos irreversiblemente. Ya noslo advirtió el mismo Papa Francisco en “Laudato Si´”.

Vivamos con alegría en la viña que Dios nos confió: la familia, la parroquia, la diócesis, el grupo, el movimiento, la congregación, cualquier institución, el mismo planeta, etc… realizando generosamente la labor confiada a nosotros para que al llegar la cosecha podamos entregar al Dueño la máxima producción de uvas dulces. Así estaremos también encarnando todo lo que San Pablo nos recuerda en la segunda lectura: “En fin, mis hermanos, todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos”. Con alegría y generosidad, pongamos en práctica lo que nos enseña la Palabra de Dios.

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