La vigilancia como fuente de alegría y paz

Por: Pbro. Ángel Collar

Homilía

Introducción

La Iglesia inicia un nuevo año litúrgico con el tiempo de Adviento. La palabra significa advenimiento, es el primer período del año litúrgico cristiano, y consiste en un tiempo de preparación espiritual para la celebración del nacimiento de Cristo en el portal de Belén.

El año civil y el año litúrgico no coinciden. El año civil empieza el 1 de enero y el año litúrgico se inicia hoy, primer Domingo de Adviento. Este domingo y los tres siguientes se caracterizan por la atmósfera de expectativa ante la próxima venida de Jesús y nos invita a prepararnos para este acontecimiento.

Las lecturas nos ayudan a abrir  la puerta de esta primera semana de adviento:

La primera lectura del libro del profeta Isaías (Is 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7), expresa el deseo del pueblo escogido y su ansiosa espera de la venida del Señor: “Vuélvete, por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad”. “Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero: todos somos obra de tu mano…”.

La segunda lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1Cor 1, 3-9), es un llamado a estar en gracia mientras esperamos la venida de Cristo. “…porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo, de modo que no carecéis de ningún don gratuito, mientras aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final…”.

El evangelio de san Marcos (Mc 13, 33-37) presenta a Jesús que advierte a estar alerta: “Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.” “Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos”.

1-La peligrosa actitud de estar dormido

El evangelio que hoy nos propone la liturgia habla de un hombre que se va de viaje; en este hombre podemos ver a Cristo resucitado que está glorioso junto a su Padre, pero volverá. Deja su casa que es la Iglesia, al cuidado de sus servidores. Cada uno de nosotros tiene una tarea que nos ha sido asignada y de la cual debemos dar cuenta.

Los sacerdotes y los laicos tenemos cada uno una tarea que el Señor nos encomendó. A todos los creyentes nos toca estar atentos y vigilantes porque el Señor nos llamará a rendir cuentas en cualquier momento. El evangelio nos presenta dos verbos muy llamativos que pueden determinar la buena o mala suerte de cada uno: velar y dormir.

Los que están dormidos son aquellas personas que viven distraídas en múltiples actividades y que no atienden los asuntos que les han sido confiados.  Por ejemplo, se podría tratar de un sacerdote que descuida su misión de atender a los fieles con amor, disponibilidad, ternura y paz, transmitiendo seguridad, esperanza y alegría ante las dificultades de la vida, recordando que, en este tiempo de pandemia, la humanidad atraviesa una profunda sensibilidad ante las necesidades de las familias, los jóvenes, los niños y los ancianos, los enfermos, etc. Estar dormido significa olvidar o descuidar la responsabilidad que se ha confiado a cada uno. Lo mismo se puede decir de un médico, un abogado, un obrero, los padres de familia, los maestros, las autoridades; a todos estos se les llamaría dormidos si descuidan sus responsabilidades a favor del bien común. En cualquier momento vendrá el Señor, por lo tanto, hay que estar preparados.

2- El gozo de estar vigilantes como signo de responsabilidad

Por el contrario, estar despiertos es una manera de referirse a los que cumplen sus responsabilidades, están focalizados en los asuntos realmente importantes sin dejarse distraer por las cosas secundarias, y que en cualquier momento pueden rendir cuentas de lo que se les ha confiado porque están al día en todo.

Es bueno mencionar que el tiempo de Adviento con las lecturas que propone la liturgia, no busca que obremos movidos por el miedo o el temor que produce la incertidumbre del futuro. No se trata de que entremos en una ansiedad que nos quite la paz, sino recibimos aquí una llamada al compromiso, a tener todos nuestros asuntos al día, a evitar las improvisaciones en el último minuto que desembocan al desespero angustiante. Y esto es válido para los asuntos materiales, así como para los del espíritu. Debemos tener la casa en orden. Estar vigilante trae consigo la gracia de la paz, el don de la serenidad y una inquebrantable alegría.

Conclusión

Al iniciar el tiempo litúrgico del adviento revisemos nuestra actitud frente a los compromisos que hemos asumidos cono discípulos y misioneros de Jesús. Que la presencia de la pandemia no nos robe la alegría de prepararnos con miras a la Navidad. Que los símbolos propios de este tiempo (árbol, pesebre, luces, etc.) nos lleven a agradecer ese hecho maravilloso que dividió en dos épocas la historia de la humanidad al hacerse visible la infinita misericordia de Dios que hizo el milagro de la encarnación. En la debilidad de un niño se manifestó nuestra salvación. Que a pesar de la manera atípica de relacionarnos debido al covid-19, vivamos este tiempo de adviento con un profundo espíritu de familia; sin consumismo, sin farras desenfrenadas, sin exceder en nada; demos precedencia más bien una vida de familia con más ternura, y más solidaridad con los pobres en quien Jesús está presente.