Homilía: “La ley de la libertad es la ley de la caridad”

XXVIII DOMINGO ORDINARIO CICLO B

El evangelio de hoy nos indica que el seguimiento de Jesús se realiza de dos maneras: una de ellas es el cumplimiento de los mandamientos; otra, el desprendimiento de los bienes terrenales.

Existen tantos ejemplos en la historia humana que nos dicen que el apego a las riquezas terrenales trae consigo los mayores ídolos que corroen el corazón del hombre; detrás del dinero se busca el poder y el placer. Estos ídolos, a su vez, provocan grandes desgracias que hacen sufrir injustamente a muchos inocentes. Por el dinero los hombres trafican de todo, y luego se matan, se traicionan, se roban, se envidian y se odian. Reconozcamos también, que a la par existen autoridades y personas generosas y desprendidas que hacen posible el buen funcionamiento de las instituciones e incluso crean organizaciones que se dedican a la caridad, favoreciendo a los más necesitados de la sociedad.

Las manifestaciones de los profesionales médicos y docentes en reclamo de salarios justos hablan de la mezquindad de las instituciones que pueden conceder ajustes o aumentos. En este escenario nacional, actualmente todos podemos mostrar nuestra responsabilidad estando en plenas elecciones municipales; seamos conscientes y objetivos a la hora de votar para no lamentarnos durante los próximos cinco años. Los obispos recientemente nos alientan a botar con los votos a los que no son dignos de estar en puestos del gobierno.

En este contexto escuchamos la Palabra de Dios que nos ilustra para así descubrir lo más importante en la vida.

La primera lectura, del libro de la Sabiduría (Sab 7, 7-11), es un relato donde el autor, frente a las riquezas del mundo, le da mayor valor a la prudencia y la sabiduría: “preferí a los cetros y a los tronos y tuve por nada las riquezas en comparación con la sabiduría y la prudencia”.

El salmo 89 es un canto al amor de Dios: “Señor, sácianos con tu amor”.

La segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos (Heb 4, 12-13), presenta la Palabra de Dios como más incisiva que una espada de dos filos: “la Palabra de Dios es viva y eficaz… ninguna cosa creada escapa a su vista, todo está desnudo y descubierto  a los ojos de Aquel a quien debemos rendir cuentas”.

El evangelio de san Marcos (Mc 10, 17-30) nos invita a considerar dos aspectos del seguimiento de Jesús: por un lado, está el cumplimiento de los mandamientos que ya nos propone el Antiguo Testamento y, por otro lado, la renuncia radical ante el peligro del apego desordenado a la riqueza; en otras palabras, nos propone el desprendimiento de los bienes terrenales: “qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios”.

1- El valor de la riqueza material

Es necesario recordar que Dios al crear todas las cosas lo hizo todo muy bien bendiciéndolas. “Y vio Dios cuanto había hecho y todo estaba muy bien y los bendijo…” (Gen 1, 31ss) . Con esta premisa podemos afirmar que la riqueza en sí es buena, lo malo está en darle un lugar que no corresponde. La riqueza en el Antiguo Testamento es signo de bendición y de hecho lo es, pero es necesario ubicarla en su justo lugar.

En el Evangelio encontramos un hombre rico que buscaba ser perfecto: “Un hombre corrió hacia Jesús, y arrodillándose le preguntó: Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?… Jesús le dijo, cumple los mandamientos…”, y el hombre le responde: “todo esto le he cumplido desde mi juventud”. Parece ser que este joven ya se ganó el premio mayor porque hasta ahora cumple todo lo prescrito en la ley de Moisés. Jesús conociendo el corazón del hombre le responde: “solo te falta una cosa, vende cuanto tienes dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después ven y sígueme”. Al escuchar estas palabras de Jesús el joven se marcha muy triste porque tenía muchos bienes.

El joven como muchos de los hombres de hoy, está apegado a sus bienes y no acepta la sabiduría de Dios que, como indica la primera lectura, es más preciosa que el oro y la plata. “Todo oro a su lado es un poco de arena y junto a ella, la plata vale lo que el barro”.  La sabiduría divina consiste en renunciar a las cosas materiales para tener un tesoro en el cielo, que es de un orden muy diferente al terreno, pero que es lo único que puede colmar el corazón de un hombre, lo único que va a quedar para siempre. El apego a las cosas materiales trae consigo todo tipo de injusticia. Jesús invita a llenar el corazón de los bienes del Reino de Dios.

2- Un corazón libre

El apego a las cosas materiales parece llenar el corazón del hombre pero éste quedará vacío y sin la alegría que sólo Dios puede dar. Es necesario desprenderse de los bienes materiales colocándolos en su lugar adecuado. Las cosas espirituales deben tener prioridad y lo material debe estar en segundo plano.

Jesús insiste que los ricos difícilmente podrán salvarse: “Qué difícil es entrar en el Reino de Dios, es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios”. Este dicho de Jesús expresa la dificultad que representan las cosas materiales cuando el corazón de hombre se les apega.

El corazón, al tener las ataduras y el apego por lo material, no deja espacio para el amor oblativo y generoso. Para entrar en el Reino es necesario tenerlo libre. Debemos liberarnos de nuestro apego al dinero y a las riquezas.

Es necesario reconocer con propiedad el valor de otras cosas, las que son verdaderamente esenciales para la vida: la relación con Dios y la relación de amor con los demás. Sólo al estar libre de egoísmo y de ataduras a los bienes materiales podremos formar parte del Reino de Dios. Solo así podremos vencer a tantas injusticias generadas por la avaricia y la mezquindad del hombre o la mujer.

Concusión

San Agustín decía: “La ley de la libertad es la ley de la caridad, no la del temor”. Tomar conciencia del por qué y para qué vivimos sería la clave de la existencia. Si vivimos para seguir acumulando bienes materiales, nunca encontraremos sosiego en el corazón, siempre nos faltará algo al parecer importante, en realidad estaremos cada vez más esclavizados. Si vivimos para acoger el amor de Dios con actitud de desprendimiento, poniéndonos al servicio de los demás, viviremos más plenamente ubicando lo material en su justo lugar como medio para nuestra santificación a través de la oración y las buenas obras.

Que el Señor nos conceda la gracia de hacernos avanzar según el Evangelio de este domingo creciendo en “libertad del corazón”. Que cada día hagamos un paso hacia el desprendimiento de  lo material adhiriéndonos al Señor y prestando servicio generoso a los hermanos.

Por: Pbro. Ángel Collar