XVI DOMINGO ORDINARIO, CICLO C
Introducción
En la época pasada, una de las cualidades practicadas por el ser humano, es la capacidad y la necesidad de la acogida, es decir, la hospitalidad que se ofrece al semejante, sin ni quiera cuestionarse por la identidad del transeúnte que aparece ante la puerta de la casa. Ejemplos lo tenemos en las lecturas de hoy donde Abrahán recibe en su tienda a tres extraños, igualmente las hermanas de Lázaro recibe a Jesús en su casa.
En el tiempo presente la hospitalidad o la acogida se vuelve cada vez más complicado y comprometedor que puede llegar a arriesgar hasta la seguridad del hogar. El estilo de vida que llevamos actualmente, debido a las múltiples actividades y el aprieto con la que nos manejamos, es dificultoso considerar como un valor necesario la hospitalidad o la acogida al semejante. Además el ambiente de inseguridad reinante en nuestro medio, dificulta aún más el gesto de la hospitalidad como algo normal y cotidiano.
La primera lectura del libro del Génesis (Gn 18, 1-10), presenta al patriarca Abrahán con la actitud propia de un hombre bondadoso y acogedor. Invita a tres viajeros que descansen en su casa ofreciéndole comida y bebida. En cuanto lo ve llegar a su tienda corre a su encuentro, se postra en tierra y les pide como un regalo que sean sus huéspedes: “Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo”
La segunda lectura de la Carta de san Pablo a los Colosenses (Col 1, 24-28), nos muestra el celo que tiene Palo por la Palabra de Dios anunciando a Cristo: “Nosotros anunciamos a Cristo, exhortando a todos los hombres e instruyéndolos en la verdadera sabiduría, a fin de que todos alcancen su madurez en cristo”.
El evangelio de san Lucas (Lc 10, 38-42), nos presenta un ejemplo de hospitalidad generosa por parte de Marta que se preocupa de servir bien a Jesús haciendo lo necesario para que se encuentre confortable en su casa: “… María que sentada a los pies del Señor escuchaba su palabra. Marta que estaba muy preocupada con los quehaceres de la casa”.
1- La hospitalidad
Si bien es cierto, en nuestro tiempo, el tema de la hospitalidad es algo difícil y hasta peligroso, sin embargo, es una constante necesidad en el actuar del ser humano. Tal vez hoy ya no se plantea como antiguamente el tema de la hospitalidad; en el pasado, cuando se ve llegar un extraño con necesidad de albergue u hospitalidad, sin ningún problema y sin mayores cuestionamientos se le recibe ofreciéndole abrigo, alimento y estadía.
Aunque tenemos dificultad en poner en práctica esta virtud debido a la desconfianza por la presencia de un desconocido y la inseguridad reinante, no obstante, es necesario seguir practicando el buen trato a las personas.
La práctica de la hospitalidad en esta época que nos toca vivir podíamos resumir con la palabra “amabilidad”. Ser amable con todos y sobre todo con el extranjero. Cuando una persona ya tuvo experiencia o la oportunidad de viajar o de vivir en países del extranjero experimentando en carne propia las limitaciones del idioma y de la cultura, valora infinitamente el apoyo recibido en esos momentos críticos. Es bueno considerar esa regla de oro como motivación para practicar la amabilidad actuando con los demás así como quisiéramos que los demás actúen con nosotros. Es hora de desterrar del corazón humano el rechazo al extranjero, al extraño, al forastero y, superar el sentimiento xenofóbico que aquejan la convivencia pacífica y sentirnos hermanos y hermanas hijos e hijas de un mismo Padre. Abandonemos estos prejuicios y procuremos sentirnos ciudadanos de un planeta donde convivimos como hermanos.
En el actual contexto socio – político de nuestro país, la vieja virtud de la hospitalidad o la amabilidad, nos exige ser solidarios primero con los de nuestra patria y después con los desplazados:
Vemos muchos indígenas, hermanos nuestros quienes aún no encuentran paz en su propia patria donde reclaman un pedazo de tierra para la pervivencia; ellos son verdaderos extranjeros en su propia patria. Otros casos reciente son los Venezolanos que huyen de la injusticia y más recientemente los croatas que huyen de la guerra, ellos, hermanos nuestros han tenido que abandonar su hogar, su país y emigrar a regiones muy lejanas buscando que se les reciba con hospitalidad y amabilidad “estuve forastero y me acogiste” dice el evangelio de san Mateo 25, 35ss.. Así haremos realidad la virtud de la hospitalidad, que acoge al forastero. Abrahán nuestro padre en la fe, invitando a los tres jóvenes les recibió en su tienda ofreciéndole pan y agua.
2- La Amabilidad como estilo de hospitalidad
Una forma de vivenciar la hospitalidad es practicar la virtud de la amabilidad. Virtud tan necesaria en un mundo donde la tecnología con su cercanía virtual va reemplazando la calidez de la acogida de un trato de tú a tú entre las personas.
En primer lugar en el hogar: deberíamos practicar la amabilidad con los de la casa. La misma familia en sus relaciones fraternales, paternal, maternal o de filiación, deberían de convivir practicando la amabilidad en todo momento y circunstancias.
En segundo lugar la necesidad de esta práctica está dirigida a todos los que tienen comercios u ofrecen servicios a un grupo de clientela. Ofrecer un trato preferencial humanamente hablando a toda persona que se acerca para solicitar un servicio, cualquiera que éste sea. Seguramente todos nosotros hemos tenido experiencias positivas y negativas, cuando hemos asumido el rol de clientes. El mejor márquetin para un comercio es la actitud positiva de acogida que genera vínculos de fidelidad en el cliente, el buen trato y la buena preferencia; una acogida desafinada nos hace desaprobar a la persona o al local comercial. Debemos trabajar incansablemente por crear una cultura de servicio al cliente en todos los niveles y en todos los ambientes.
En tercer lugar todas las instituciones incluyendo la Iglesia Católica, deberían hacer una seria y objetiva evaluación sobre los servicios que ofrecen, debido a muchas quejas y cuestionamientos que se escuchan por la falta de cuidado en la virtud de la amabilidad y la acogida a los que buscan servicios y buena atención ante sus necesidades. En la Iglesia el pésimo servicio que se ofrece hace que muchos se alejen de ella generando resentimientos y deserción.
Busquemos vivenciar la actitud de Abrahán que acogió con amabilidad a los tres extraños. Practiquemos la hospitalidad así como las hermanas de Lázaro, Marta y María que recibieron a Jesús en su casa. Que nuestro huésped por excelencia sea Nuestro Señor.
3- La integración de la oración en el trabajo
Otro de los temas que encontramos en la liturgia de la palabra es la cuestión relacionada con la oración y el trabajo.
Al contemplar la escena del evangelio donde Marta y María asumen actitudes diferenciadas ante la presencia de Jesús que fue a visitarles. Muchos comentaristas han querido oponer el trabajo de Marta que hacía las tareas del hogar a la contemplación de María que escuchaba con atención a Jesús. En ocasiones se supervaloraba la oración en detrimento del trabajo interpretando equivocadamente el texto.
La intención de Jesús no es plantear una oposición entre el trabajo, representado por Marta, y la contemplación, encarnada por María, y tomando partido por esta última.
“Oración y trabajo son dos momentos inseparables de la vida que deben ser integrados dentro de una auténtica espiritualidad”.
Cristo durante su vida terrenal encarno en sí la integración de estas dos dimensiones: vivía en continua comunicación con su Padre e igualmente estaba totalmente entregado al servicio de los demás; las multitudes lo asediaban porque querían escucharlo y buscaban ser curadas de sus dolencias, pero también buscaba momentos de oración prolongada.
Este equilibrio entre la vida interior y la actividad externa ha sido expresado de diversas maneras por los grandes maestros de la vida espiritual. San Benito, el gran promotor de la vida monacal en Occidente resume este modelo de espiritualidad en la expresión latina “ora et labora”, que traducimos como la oración y el trabajo, reza y trabaje.
Conclusión
“No hay que aniquilar el deseo; hay que cambiar su objeto” decía San Agustín de Hipona. Que el objeto del deseo de nuestro corazón sea siempre cumplir la voluntad de Dios testimoniando el mandamiento del amor, poniendo en práctica la hospitalidad expresada en la amabilidad. Y que esta hospitalidad esté fortalecida con la firmeza en la oración.
Que el mensaje de hospitalidad que nos trasmiten Abrahán y los amigos de Jesús Marta y María, nos ayude a renovar el estilo de vida de nuestras familias los comercios, las comunidades y las instituciones, de manera que sean lugares de encuentro y de comunicación. Que la palabra de Dios nos estimule a integrar la oración y el trabajo en la vida cotidiana, entre los momentos de silencio y la actividad productiva.