HOMILÍA: DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B

Por: Pbro. Ángel Collar

Al acercarnos al final del año litúrgico, las lecturas nos presentan textos relacionados con la destrucción de Jerusalén y el fin del mundo.

El evangelio afirma que el sol se hará tinieblas, que la luna no dará su resplandor, que las estrellas caerán del cielo. Pues bien, estas imágenes corresponden a un género literario propio de la Biblia, cuyo nombre técnico es género escatológico o apocalíptico. A través de este lenguaje se afirma que el mundo no es eterno y que al final de los tiempos Cristo se hará presente para reunir a los elegidos.

La primera lectura es tomada del libro del profeta Daniel (Dn 12, 1-3) y habla de tiempos difíciles como nunca antes hayan existido desde que hubo naciones hasta ahora. Con todo, el profeta anuncia un mensaje de esperanza: “entonces se salvará tu pueblo: todos los inscriptos en el libro (libro en el que Dios escribe el nombre de los elegidos). El profeta Daniel prevé así mismo la resurrección. “Muchos de los que duermen despertarán…”

La segunda lectura, de la carta a los Hebreos (Heb 10, 11-14.18) nos habla del sacrificio realizado por Jesús y de sus consecuencias para nosotros. Nuestra situación actual positiva se debe, en efecto, por completo al sacrificio de Jesús, representado en la Eucaristía para nosotros. A diferencia de los sacerdotes del Antiguo Testamento que ofrecían sacrificios de animales varias veces al año, “Cristo, en cambio, después de haber ofrecido por los pecados un único Sacrificio, se sentó para siempre a la derecha de Dios”.

El evangelio de san Marcos (Mc 13, 24-32) es un dialogo entre Jesús y sus discípulos donde plantea el tema del fin de los tiempos: “en aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria… En cuanto al día y la hora, nadie los conoce, no los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre”.

1- Un mensaje esperanzador

La primera lectura y el evangelio de hoy, nos presentan un tema común relacionado a las dificultades de la vida, pero al mismo tiempo a la temporalidad de esas realidades. El profeta Daniel habla de tiempos difíciles, de crisis, de situaciones de incertidumbres, en otras palabras, un tiempo de tribulación, sin embargo el mismo texto afirma que  en aquel tiempo será liberado el pueblo.

El evangelio que se proclama hoy presenta un tiempo de transformación: el sol y la luna dejarán de brillar, los astros se conmoverán, sin embargo, el Hijo del hombre vendrá sobre las nubes lleno de poder y de gloria.

Estas ideas nos ayudan a entender la realidad que está marcada por el tiempo de Dios en el cual llegará el momento de la verdad y todo será transformado. Es cuando Cristo será todo en todo.

Es importante recordar que ciertos grupos religiosos que hacen una interpretación literal de estos relatos, concluyen que el fin del mundo está próximo. Esta proximidad genera, en muchos de ellos, una parálisis ante cualquier proyecto futuro; descuidan el trabajo, no se preocupan por su salud, toman decisiones equivocadas porque creen que el fin está a la vuelta de la esquina. A esto se suman quienes relacionan este tiempo de la pandemia con una especie de antesala al fin del mundo.

Por eso son tan oportunas las palabras de Jesús al concluir esta conversación privada con sus discípulos: “Cuándo serán ese día y esa hora, nadie lo sabe; ni los ángeles del cielo ni el Hijo. Solamente el Padre lo sabe”. Es un llamado de atención para estar preparados; en todo caso, no sabemos cuándo nos sorprenderá la muerte y rendiremos cuentas ante Dios.

Durante estos largos meses de pandemia hemos tomado conciencia de lo vulnerables y frágiles que somos. Hemos sentido la enfermedad y la muerte muy cerca de nosotros. Sabemos que cada día es un regalo de Dios. Aprovechemos responsablemente cada oportunidad que se nos ofrece. Quizás nos parece lejana la posibilidad de una catástrofe cósmica. Pero está muy cerca una catástrofe ecológica, que podemos evitar si cambiamos nuestros hábitos de consumo. La vemos acercarse con el cambio climático. El papa Francisco nos hace un llamado en Laudato Sí y Fratelli Tutti a cuidar nuestra casa común cultivando armonía con Dios, con los demás y con la naturaleza. Y hoy, a través de la 5ª jornada mundial de los pobres, él nos alerta sobre la pobreza de muchos hermanos nuestros; es a ellos que los cambios en la naturaleza afectarán en primer lugar.

2- El fin de los tiempos

Es necesario recordar que la Biblia no puede ser leída en forma literal, como lo hacen los grupos fundamentalistas que se aferran a las expresiones literales sin tener en cuenta el género literario en que fueron escritas.

 Cada tanto, aparecen los famosos profetas de la desgracia y aquellos quienes creen en  los presagios y supersticiones manipulando inapropiadamente por ejemplo el pasaje evangélico de san Marcos anunciando la inminencia del fin catastrófico del mundo haciendo una lectura simplista y literal del texto.

El sentimiento relacionado al fin de los tiempos siempre ha estado presente en la historia de la humanidad. Para recordar algunos de esos momentos mencionemos como ejemplos: En el año 70 de nuestra era, cuando se produjo la destrucción de la ciudad santa de Jerusalén, muchos pensaron que había llegado el fin. Lo mismo creyeron los habitantes de Roma, la orgullosa capital del Imperio, cuando los bárbaros provenientes del norte de Europa la saquearon. El pánico se apoderó de la Europa medieval cuando se acercaba el año 1000. Muchos profetizaron toda suerte de desgracias. Estos mismos temores milenaristas se volvieron a manifestar cuando se aproximaba el año 2000. Y se produjeron algunos suicidios colectivos en grupos religiosos  que habían desarrollado  una patológica relación de dependencia con sus líderes. El desespero se apoderó de muchos durante la cuarentena estricta del año 2020 al iniciar el boom de la pandemia[1].

Estos  ejemplos ponen suficientemente de manifiesto la sensibilidad de la gente a este tipo de discursos apocalípticos manoseados de una manera superficial e irresponsable.

La historia es sabia maestra y nos enseña cómo hay que considerar los hechos. Encontramos hechos que parecían anunciar el fin del mundo. Sin embargo no se trataba del fin del mundo, sino del fin de un mundo particular, de un sistema, de una cultura, y la aparición de realidades  nuevas: La caída del Imperio Romano significó el derrumbamiento de un mundo, el de la antigüedad clásica. Y nació la Edad Media. Se ha fijado la fecha del descubrimiento de América, en 1492, como el corte entre dos épocas. La revolución francesa, en 1789, marcó el fin de una época, el llamado “régimen antiguo” y la inauguración de una nueva forma de organización social y política.

La finalización de la I Guerra Mundial significó la desaparición de poderosos imperios: el imperio zarista, el imperio austro-húngaro, el imperio otomano, y empezó el ocaso del imperio británico.

Hace 30 años, cayó el muro de Berlín, y con él se derrumbó el imperio soviético. No fue necesario disparar un solo tiro: la ineficiencia del sistema y el clamor de libertad le dieron jaque-mate.

En Paraguay, hace 30 años con el golpe al Estado se vino la era democrática que significó el fin de la dictadura militar dando inicio a una nueva época de mayor libertad.

Estos ejemplos son argumentos para no interpretar la Biblia como lo hacen los grupos fundamentalistas que se aferran a las expresiones literales sin tener en cuenta el género literario en que fueron escritas. La historia nos muestra que han ido desapareciendo mundos particulares y que han ido naciendo mundos nuevos y culturas diferentes.

Para el bautizado que ha muerto y resucitado con Cristo sacramentalmente, el encuentro definitivo con Jesús, constituido Señor del universo, no puede ser una experiencia aterradora sino el abrazo definitivo que siempre soñamos; entonces viviremos en plenitud lo que habíamos sospechado entre la niebla del espacio y del tiempo. Este encuentro definitivo con Jesús es la bienvenida a la casa de nuestro Padre común[2].

Conclusión

Dios nos ha dado la existencia con amor de Padre para que estemos capacitados a vivir en el amor. Las lecturas de hoy nos invitan a asumir esta existencia con responsabilidad y espíritu laborioso haciendo uso de la naturaleza en función del bienestar de la humanidad.

Que esta reflexión ilumine la mente y el corazón para comprender adecuadamente el mensaje del pasaje bíblico de hoy, buscando siempre vivir como Iglesia Peregrina en camino hacia la Jerusalén celestial construyendo un mundo armonioso con Dios, el prójimo y con toda la naturaleza creada, colaborando con el creador en la transformación de nuestra sociedad para que sea más humana, fraterna y solidaria mientras “esperamos la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo”.

[1] http://homiletica.org/jorgehumberto/Jorgehumbertopelaez149.htm

[2] Padre Jorge Humberto Peláez S.J XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B.