Dios es un padre misericordioso
Introducción
Alguna vez en la vida de pequeño o de grande, hemos sido víctima en perder algo valioso que nos gustaría recuperar o volver a encontrarlo cuanto antes: una moneda, un juguete, una joya, algún objeto de valor sentimental, etc. ante una situación así, hacemos todo lo que está al alcance para recuperar lo perdido. De la misma manera Dios Padre misericordioso, al vernos perdidos por el pecado o la idolatría, él hace de todo por recuperarnos, así como nos presentan las tres lecturas de hoy.
La primera lectura del libro de Éxodo (Ex 32, 7-11. 13-14), presenta a Moisés pidiendo al Señor que se muestre misericordioso, y el Señor asiente. El pueblo cayó en el pecado de la idolatría fabricando un toro de metal al que adoran: “se han hecho un toro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios…”. Dios propone destruir al pueblo, pero Moisés suplica al Señor a favor de Israel; el Señor entonces abandona su propósito de destruirlo.
La segunda lectura de la 1ª carta de san Pablo a Timoteo (1Tim 1, 12-17), es un relato donde Pablo recuerda agradecido su vocación. Reconoce que no merecía ser apóstol porque era un blasfemo, un perseguidor, un violento. Sin embargo, “el Señor lo rescató: “el Señor tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente… Dios derrochó su gracia en mí dándome la fe y el amor cristiano”.
El evangelio de san Lucas (Lc 15, 1- 32), nos presenta tres parábolas que ilustran el amor misericordioso de Dios que espera reencontrar al hijo perdido por el pecado, e invita a aquellos que se creen con derecho y favorecidos por la promesa, a reconocer la necesidad de un cambio integral para entrar en el Reino.
La primera parábola relata al pastor que deja las 99 ovejas y va en busca de la perdida. La segunda parábola presenta a una mujer que tiene diez dracmas, se le pierde una; para buscar enciende una lámpara, barre la casa y cuando la encuentra, llena de alegría celebra una fiesta con sus amigas. La tercera parábola nos habla del padre misericordioso dolido por perder a su hijo menor que abandonó la casa; después de un tiempo, éste regresa a la casa, el Padre lleno de alegría realiza una gran fiesta: “Este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
1- Debilidad y traición
Después de la visión de conjunto de las lecturas que nos habla de la infinita bondad de Dios, contemplemos más detalladamente la primera lectura donde nos sorprende la superficialidad del pueblo de Israel que, habiendo experimentado el inmenso poder y amor de Dios que lo sacó de Egipto y le regaló los diez mandamientos como guía en su actuación; poco tiempo bastó para olvidar todo lo que recibió como hijo predilecto del creador. Al poco tiempo de haber sido testigo del poder de Dios, en la sima del Sinaí, olvida totalmente que es objeto del amor misericordioso del Padre, cayéndose en la idolatría de los antepasados. Construye un becerro de oro al que lo adoran como dios: “veo que este pueblo es testarudo… voy a descargar mi furor contra ellos y a exterminarlos”.
Cuantas veces en la vida personal, familiar y comunitaria experimentamos la infinita misericordia y el amor de Dios padre, sin embargo una y otra vez nos seduce las diversas idolatrías personificados en la ambición desmedida del placer, el poder, el dinero. Reflejo de ello está en las injusticias, la violencia, las ideologías que cercena la integridad del hombre creado a imagen y semejanza de Dios, reduciéndole en un objeto que se pueda manipular y manosear de cualquier manera, violando su dignidad y sus derechos fundamentales como la vida, la libertad, la justicia, la caridad, etc.
Esta historia de las infidelidades e incoherencias de Israel nos ilustra nuestras debilidades y traiciones. Cuantas traiciones comete el ser humano ante su misma identidad: criatura creada a imagen y semejanza de Dios, con facultades intelectuales, espirituales, morales y, que goza de una libertad y voluntad con capacidad de transformar la naturaleza para un mayor servicio a favor del bien común. Con todas estas facultades que nos capacita para obrar el bien, sin embargo, todavía existen las injusticias, la deshonestidad, el deseo de construir la vida la familia y la sociedad al margen de Dios dando culto a los ídolos. Ante esta realidad, al igual que Moisés que intercedió por el pueblo ante la ira de Dios, todos estamos llamados a interceder por la humanidad buscando todo aquello que nos encamine hacia una mejor relación con Dios, con los demás y con los cosas creadas donde cada uno ocupa su lugar y Dios como Rey y Señor gobierna el corazón de cada hijo suyo con amor y misericordia, entonces el Señor se conmoverá favorablemente: “entonces el Señor se conmovió y no le aplicó a su pueblo el castigo”.
2- La misericordia del Padre
Nuestra vida está marcada por una historia de fidelidad mesclada con infidelidades e incoherencias, de luces y de sombras, así como el pueblo de Israel o el hijo menor de la parábola del evangelio. Aunque nos hemos apartados muchas veces de Dios, Él siempre está firme, no nos abandona, por lo tanto estamos a un paso, a un arrepentimiento para volver a él. San Pablo en la segunda lectura, testimonia la misericordia de Jesucristo que lo transformó de perseguidor a anunciador de la buena noticia del resucitado en medio de los gentiles, “Nuestro Señor tuvo compasión de mí… Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores, empezando por mí, que soy el primero”.
El evangelio de san Lucas presenta un buen resumen del amor y la misericordia de Dios a través de tres parábolas donde la iniciativa de buscar y esperar le corresponde al pastor, a la mujer y al padre, esto significa que la misericordia de Dios antecede a toda iniciativa humana, en otras palabras, Él nos amó primero.
Un rasgo sobresaliente en las tres parábolas es la alegría: el pastor se alegra con la oveja perdida y encontrada, la mujer se alegra con la dracma perdida y encontrada, el padre se alegra con el retorno del Hijo menor.
En particular, el relato del hijo pródigo del evangelio, resalta el amor misericordioso del Padre. En este sentido, el reencuentro de un pecador arrepentido con Dios, es motivo de alegría y fiesta. Esto se debe a la exclusiva iniciativa del amor divino. Esta realidad nos plantea también la necesidad de formar la conciencia moral de los fieles para aprender a reconocer las debilidades personales como causa de los males tanto personal y social y a expresar el deseo de cambio emprendiendo un nuevo camino con alegría y paz.
Conclusión
“La confesión de tus pecados se debe a la gracia de Dios. Confiesa tu iniquidad, confiesa la gracia de Dios”. Con esta frase San Agustín comprende que la gracia de Dios precede al arrepentimiento, por tanto, estamos llamados a retornar a la casa del Padre que ya nos espera anticipadamente con su infinita misericordia. Hemos sido perdidos como la oveja o el dracma y Él nos busca y nos encuentra; hemos abandonado la casa alejándonos con nuestras infidelidades haciendo alianza con los ídolos al igual que el hijo menor o tal vez somos absorbidos por la soberbia del hijo mayor, sin embargo, el Padre de igual manera ya nos espera con amor y misericordia.