Homilía: Domingo XIV. Ordinario Ciclo B

Iniciamos el mes de julio con temperatura baja, clima frío característico del invierno en el hemisferio sur. Las gentes se visten con peculiar abrigo para protegerse del frío y de un posible resfrío que puede complicarse con el acecho de la pandemia que aqueja toda la población.

Por otro lado, una buena parte la población está expectante ante la llegada del millón de vacunas que estará disponible para los de 18 años de edad en adelante. Esto traerá gran alivio para buena cantidad de paraguayos que se disponen a vacunarse.

Un gran sector de la población está siendo arrastrada por una pesada confusión sobre la licitud de la vacuna –muchos se niegan a recibir la dosis-, otros son víctimas de la injusticia, la pobreza. La gente sigue muriendo a causa del covid-19, otros están en proceso de recuperación. Esta semana hemos perdido a otro sacerdote, el Pbro. Oscar Amarilla.  Con esto ya suman más de diez sacerdotes muertos en Paraguay a causa de la pandemia.

Ante este panorama Dios nos ofrece su palabra para alentarnos a enfrentar el desafío de la vida disponiendo todo nuestro ser en sus manos.

La primera lectura del Profeta Ezequiel (Ez 2, 2-5), es un claro reto para reconocer que toda misión es obra de Dios y que la gracia que viene de lo alto es la que hace posible el cambio del corazón. “Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, un pueblo rebelde que se ha rebelado contra mí… Te hagan caso o no te hagan caso, pues son un pueblo rebelde, reconocerán que hubo un profeta en medio de ellos”.

La siguiente lectura de la Carta de san Pablo a los Corintios (2Cor 12, 7-10), nos muestra que nada ni nadie puede ser obstáculo para que la gracia de Dios actué. “Vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.”

El evangelio proveniente de Marcos (Mc 6, 1-6), presenta la dificultad que tiene un profeta y el mismo Jesús en su propia tierra y al mismo tiempo, la superficialidad en la que podemos caer ofuscando la mente y el corazón contaminado por el fanatismo y la vanagloria. “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”.

1- La dificultad

Sin pretender dar una cátedra sobre la fe y las dificultades de la fe, propongo nada más que reconozcamos a la luz de la Palabra de Dios lo fundamental que es la fe en la vida humana. Para creer necesitamos asentir con la mente y el corazón a alguien en quien depositamos nuestra confianza y seguridad. Vemos que las variedades de ideas, enseñanzas, ideologías, diversas corrientes de espiritualidad, etc. confunden la mente de muchos fieles en nuestro medio. Ideología de lo más light hasta lo más fundamentalista y cerrado, hace que nuestra gente sencilla entren en un mundo de confusiones difícil de filtrar a tiempo, hasta quedarse con algo que parece ser la verdad que da seguridad. Esto se da en campo religiosos, político, social, y hasta sanitario con respecto a la vacuna. Hay una tremenda confusión que nos lleva a soltar el timón que orienta la vida.

La falta de fe es un obstáculo para la gracia de Dios; ésta para que la podamos recibir, necesita nuestra acogida. Si la rechazamos no puede obrar en nosotros porque Dios respeta nuestra libertad. El Evangelio de san Marcos nos dice que “Jesús no podía hacer allí ningún milagro”; se limitó a imponer las manos a algunos pocos enfermos y a curarlos.

Oremos a Dios para que estemos abiertos a su gracia, a su verdad y a su misión. Que la fuerza de su espíritu ilumine la mente y el corazón para discernir con propiedad lo verdadero de lo falso, la luz de la oscuridad. La vida se debe poner ante la muerte, la justicia ante la injusticia, la fe verdadera ante la magia y la superstición. ¡Que la gracia de Dios incline mi corazón hacía el bien que lleva a la vida y vence la muerte!

2- Te basta mi gracia

En la segunda lectura, san Pablo nos indica que él recibió una manifestación de Dios mucha más fuerte de lo que podía espectar. Pablo recibió muchas gracias, también hizo muchos milagros, predicó, enfrentó y superó muchos peligros: hambre, desnudez, desprecio, todo tipo de carencia, naufragio, dolores, etc.; todo ello lo superó, pero se lamenta por un aguijón en la carne que es como “un emisario de Satanás que me abofetea”.

Al sentirse debilitado para cumplir su misión, imploró a Dios para que lo librara de este obstáculo. Sin embargo el Señor le respondió y le dijo: “te basta mi gracia”. El Señor no necesita de nuestras capacidades, sino espera nuestra docilidad y nuestra humildad. Al faltar humildad, faltará la caridad y las buenas obras. Los soberbios no pueden recibir la gracia de Dios; no puede comunicarse la gracia de Dios a los soberbios de corazón, porque aprovecharán para ser más orgullosos, prepotentes y arrogantes.

A todo esto San Pablo respondió entonces: “así que presumiré de mis debilidades para que se aloje en mí el poder de Cristo”. En muchas ocasiones, él se sintió amenazado y débil pero ahora dice con mucha humildad, seguridad y una profunda fe “muy a gusto presumiré de mis debilidades”; en otras palabras, reconoceré tener debilidades y las consideraré como una realidad ventajosa para mí. La debilidad da ocasión para que la gracia de Dios y su poder puedan manifestarse en nosotros. En la débil naturaleza humana de Jesús muerto en la cruz, se manifestó toda la fortaleza y la grandeza de un Dios misericordioso.

Conclusión

Que las lecturas de hoy nos ayuden a recapacitar para tomar fuerza y coraje en la vida marcada dificultades que a veces llegan a ser tantas que quieren oscurecer el entusiasmo y las ganas de luchar en el día a día.

Que ni las debilidades o limitaciones físicas, ni los contratiempos de la vida, sean obstáculos para testimoniar una profunda y humilde fe que hace posible la acción de la gracia de Dios en nuestras vidas, en la familia y en la sociedad transformándolo todo para el bien.

Para llevar con fuerza a Cristo a los demás, en este tiempo tan adverso a la fe y a los valores humanos y cristianos, oremos siempre con las palabras de San Pablo: “me basta la gracia de Dios” pidiendo humildad, sabiduría evangélica y prudencia. Pidamos al Señor que nos conceda actitudes semejantes a las de Pablo que transformarán las circunstancias adversas y negativas en ocasiones de progresos en la fe y más docilidad a Dios.