Homilía: Domingo de Resurrección

“La resurrección de Cristo es nuestra fuerza”

(Papa Francisco)

Introducción

En estos días santos, hasta hoy hemos acompañado a Jesús en su pasión, muerte y sepultura:

El Jueves Santo, Jesús lavando los pies a sus apóstoles nos dio una catedra de cómo hay que servir, y al mismo tiempo nos invitó a compartir su mesa, invitación que sigue repitiendo todos los domingos para que nos encontremos como comunidad de fe alimentándonos con el pan de la Palabra y el Pan eucarístico.

El Viernes Santo observamos impotentes cómo la injusticia destruye la vida del Justo por excelencia. “El relato de la Pasión nos cuenta que la oscuridad cubrió la ciudad santa de Jerusalén, como si la naturaleza estuviera de duelo por la muerte de Jesús”.

Una profunda tristeza invadió los corazones de las personas sencillas que se habían llenado de esperanza al escuchar sus enseñanzas y al ver sus milagros. Todo había terminado en el fracaso de la cruz.

Pero el plan de Dios no terminaba el Viernes Santo. Su aparente fracaso era, en realidad, una aplastante victoria sobre el dolor y la muerte.

Hoy, Domingo de Pascua, después de los día oscuros, celebramos la alegría de la resurrección de Jesús después de haber permanecido tres días en la oscuridad del frío y solitario sepulcro.

La Iglesia con mucha alegría celebra este acontecimiento sin precedente en la historia humana: Jesús ha resucitado de entre los muertos y ha vencido la muerte y el pecado.

En la primera lectura, que es del libro de los Hechos de apóstoles (Hch 10, 37- 43), el apóstol Pedro tomando la palabra recuerda lo que pasó con Jesús de Nazaret: “…ellos lo mataron suspendiéndole de un patíbulo, pero Dios lo resucitó al tercer día…”. Jesús después de su muerte y su sepultura, resucitó venciendo la muerte.

La segunda lectura, tomada de la carta de Pablo a los Colosenses (Col 3, 1- 4) es una exhortación recordando que nosotros ya hemos resucitado con Cristo, por tanto, hay que buscar los bienes del cielo donde está Cristo a la derecha de Dios. Es una invitación para actuar acorde a nuestra identidad como hijos de Dios.

El evangelio de san Juan (Jn 20, 1-9) es un relato sobre la tumba vacía encontrada por María Magdalena y dos de los apóstoles de Jesús, Pedro y Juan: “…María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba y les dijo, se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto…”.

1- El Domingo de Pascua es un canto a la vida

Nosotros los seguidores de Jesús no somos un club de fans que nos aferramos al recuerdo de nuestro ídolo muerto como lo hacen los admiradores de artistas o personalidades que brillaron por su fama, pero que después se apagan con la muerte y el tiempo.

Los católicos no vivimos de un recuerdo o una reminiscencia. Cristo resucitado sigue vivo, presente y actuante en medio de la Iglesia, Pueblo de Dios peregrino. Jesús vivo y presente nos acompaña en la vida diaria, en la historia de cada uno, de cada pueblo, en todo momento. Jesús sigue comunicándonos su vida a través de la Palabra, de la oración, de la participación litúrgica, de las obras de solidaridad con los pobres. Cristo resucitado está presente en cada uno de nuestros gestos de caridad a favor del que más necesita.

En esta fiesta de la vida que es la Pascua, llevemos un mensaje muy concreto de amor y esperanza a tantos hermanos nuestras, especialmente las víctimas de la pandemia y sus seres queridos, parientes, amigos, vecinos, personal médico, etc. Jesús resucitado es también motivo de esperanza para otras víctimas, las de la cultura de la muerte que genera violencia, pobreza, exclusión, desplazamiento, divisiones, guerras. 

2- Consecuencias prácticas de la resurrección

Al contemplar las tres lecturas que nos ofrece la liturgia, encontramos algunas indicaciones que son como recomendaciones a tener en cuenta para la vida práctica.

Miremos en primer lugar los Hechos de los Apóstoles. Así como los discípulos de Jesús que comieron y bebieron con Cristo resucitado fueron enviados para predicar que Cristo fue constituido juez de vivos y muertos, cada bautizado, que sacramentalmente participa de la muerte al pecado y resucita a la vida ellos hijos de Dios, estamos llamados y enviados para testimoniar la resurrección de Jesús, haciendo presente su enseñanza de amor a Dios y al Prójimo en todas partes.

En segundo lugar, podemos considerar una orientación que encontramos en la carta de Pablo a los cristianos de Colosas: a tener los pensamientos puestos en las cosas celestiales y no en los de la tierra. Todos nuestros planes y actos nacen en el pensamiento del ser humano. Si nuestro pensamiento se empeña en ocuparse de las cosas celestiales, evidentemente nuestros planes y acciones serán inspirados siempre por las realidades que nos santifican. Busquemos tener la mente, el corazón, y los pensamientos en las realidades eternas mientras vivimos entre las realidades pasajeras terrenales.

Por último, en el evangelio de san Juan, meditando las actitudes de María Magdalena y los apóstoles Pedro y Juan, estamos invitados a ser partícipes de esta fe y esta misión: testimoniar la resurrección de Jesús, llevando mucha esperanza a todos quienes atraviesan situaciones de dolor, necesidad, importancia, y diversos sufrimientos. Si nuestra fe y esperanza están puestas en Cristo que venció la muerte y el pecado resucitando de entre los muertos, al final de todo siempre triunfará la vida, la justicia, la salud, el bienestar, al final del túnel brillará la luz, la paz y la felicidad.

Conclusión

“La resurrección de Cristo es nuestra fuerza”. Dejemos que el espíritu de la Pascua impregne nuestro mundo interior, nuestras relaciones familiares y nuestro trabajo, y así estemos transformando la sociedad con la luz de la resurrección.

Que la paz del Resucitado cure nuestras heridas y nos convierta en hombres y mujeres conscientes y responsables, constructores de vida, unión, comunión, reconciliación y alegría, llevando el buen olor de Cristo resucitado por todas partes.