Compartimos la homilía completa del Card. Adalberto Martínez en el octavo día del novenario a San Blas.
LOS LAICOS Y SU RESPONSABILIDAD COMO IGLESIA EN EL MOMENTO ACTUAL QUE VIVE LA REPÚBLICA
Hermanas y hermanos en Cristo:
Agradezco a Mons. Guillermo, mi hermano en el episcopado, por esta oportunidad de compartir con la Iglesia particular de Ciudad del Este el pan de la Palabra y de la Eucaristía en el contexto del novenario de San Blás, Obispo y Mártir, santo patrono de la diócesis de 54 años y patrono de toda la Iglesia en el Paraguay.
El tema que nos convoca hoy se refiere a los laicos como miembros plenos de la Iglesia, Pueblo de Dios.
De hecho, los laicos, junto con la jerarquía y las personas consagradas, son Iglesia. Donde haya un bautizado, allí está la Iglesia. Esto tiene consecuencias importantes para la vida de la Iglesia y del país, como sociedad nacional.
Dirigiéndose a los bautizados como a «niños recién nacidos», el apóstol Pedro escribe: «Acercándose a Él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida y preciosa ante Dios, también ustedes, cual piedras vivas, son utilizados en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo (…). Pero vosotros sois el linaje elegido, el sacerdocio real, la nación santa, el pueblo que Dios se ha adquirido para que proclame los prodigios de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz (…)» (1 P 2, 4-5. 9).
El apostolado de los laicos es la participación en la misma misión salvífica de la Iglesia. Hay lugares y circunstancias donde solamente por medio de los laicos, la Iglesia puede ser sal de la tierra. Los laicos tienen la misión de colaborar en el plan divino para que la salvación alcance a todos los hombres, de todos los tiempos y de toda la tierra.
Los laicos son la mayoría en la Iglesia, y nuestra evangelización solo puede ser eficaz con su activa participación.
La vocación propia de los laicos consiste en buscar el reino de Dios y su justicia, haciéndolo presente en la vida social y familiar cotidiana, desde todas las actividades y profesiones. Están llamados a ser levadura en la masa, para la santificación del ámbito social, político, económico, deportivo, cultural y científico, entre otros.
El laico comprometido es aquel que se juega por su fe en las condiciones ordinarias de la vida donde, con su conducta y coherencia de vida, da razón de su esperanza y anuncia la alegría del Evangelio. Para todos los miembros de la Iglesia, pero en especial para los laicos, por la multiplicidad de ámbitos donde actúa, su propia vida es el anuncio del evangelio.
Las lecturas de la liturgia de hoy nos entregan las actitudes y los valores que nos hacen ciudadanos aptos para el Reino de Dios.
San Pablo expresa: “todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos”.
El pasaje del evangelio de san Mateo es contundente: “Les aseguro que, si ustedes no cambian y no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos.”
Jesús manda hacerse como niños. Y al expresarse así no piensa en la natural inocencia de los niños. Piensa, sobre todo, en su humildad: el niño no tiene pretensiones, sabe que es niño y acepta su niñez, su impotencia frente a la vida, la necesidad que tiene de sus padres para subsistir. Viven en la humildad.
En este punto vale una aclaración: es cada vez más frecuente ver que ni siquiera los niños son hoy verdaderamente tales: al ser educados en una mentalidad mundana, pierden muy pronto la candidez y la humildad propias de la infancia; lejos de ser los «pobres» abandonados en manos de sus progenitores, se manifiestan llenos de pretensiones y llegan con frecuencia a tiranizar a los adultos… Ahora bien, ¿no son ellos las víctimas de una sociedad que se considera autosuficiente y donde los valores son relativizados? ¿No son víctimas de adultos que se desentienden de su educación en los valores humanos fundamentales y que los escandalizan con sus acciones? Volveremos sobre este tema para referirnos a la necesidad de proteger a los niños, niñas y adolescentes de todo tipo de abusos.
Dice el Señor: El que se haga pequeño como niño — que podrían ser también los descartados por la comunidad eclesial —, ése es el más grande en el reino de los cielos. En otros pasajes, Jesús expresó claramente que el que “quiera ser el primero,” ése ha de ser el “último de todos,” el “servidor de todos.” Es la gran lección cristiana sobre la ambición y los honores. Los puestos de mando, en el plan de Dios, son para servicio de la sociedad, que es el modo de servir a Dios.
Es difícil escapar de la tentación de querer ser alguien. De un modo o de otro, todos contamos con el deseo -más o menos inconfesado- de ser importantes y reconocidos. Perseguimos el éxito, el dinero, el poder, precisamente para enmascarar nuestra miseria como ser humano. Jesús nos invita a quitarnos todas las máscaras. En él encontramos la verdad que nos hace libres: no somos más que niños ante nuestro Padre, que está en el cielo.
Para hacerse como niños, no hay otro camino que la conversión. Convertirse expresa un acontecimiento revolucionario. Toda la marcha de la vida debe interrumpirse y cambiar de dirección como una persona que durante mucho tiempo avanzó por un camino, y que se detiene y se vuelve atrás. El hombre debe volverse y en cierto modo desandar el trayecto ya recorrido del sendero, debe retroceder. El objetivo de este sendero es hacerse niño. Así como el niño resulta pequeño e insignificante entre los adultos, también designa el punto final de la conversión.
El pasaje del evangelio de San Mateo proclamado hoy culmina con este versículo: “El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo.”
Esta expresión del Señor es concordante y consecuente con el capítulo 25 del evangelio de San Mateo que, en su versículo 40 dice: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” …Entonces, el rey dirá: Vengan, benditos de mi padre, tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo (Mt 25,34).
Acceder al reino de Dios y ocupar un lugar importante en la presencia del Padre implica no solo hacerse pequeños, sino recibir, atender, cuidar de los pequeños, porque en ellos y con ellos se identifica Jesús mismo.
El Señor se identifica con los pequeños, los vulnerables, entre los que destacan los niños, niñas y adolescentes; por esa razón, en ningún caso se puede tolerar el abuso de cualquier tipo contra ellos.
En tal sentido, la Iglesia promueve la protección y el cuidado de los pequeños, de los vulnerables, frente a los abusos y adopta todas las medidas que se requieren para que las instituciones y ámbitos eclesiales sean lugares seguros para ellos. Avergüenza a la Iglesia, por lo que ha pedido y pedimos perdón a las víctimas, que en su seno se hayan cometido y se cometan abusos contra los menores, vulnerables e indefensos, precisamente cuando con ellos se identifica el Señor.
Somos conscientes que el abuso contra los menores y personas vulnerables tiene su origen en el abuso de poder. Por ello, y en consecuencia del evangelio proclamado, que nos pide hacernos como niños para ser tenidos en cuenta en el reino de Dios, los cargos y funciones de autoridad, tanto en el Iglesia como en el ámbito civil, se deben ejercer como servicio y no como poder para atropellar la dignidad de otros, en especial de los débiles, de los pequeños, entre los que se encuentran preferencialmente los niños y los ancianos.
En el ámbito civil y político, acoger a los niños significa el cuidado y la protección de la familia, como núcleo fundamental de la sociedad, cuna de la vida, defensora y protectora del vientre, y principal espacio para el aprendizaje de valores como la honestidad, la integridad, el respeto al otro, el cuidado mutuo, la colaboración, la solidaridad, la tolerancia; así también, en la familia se aprende a vivir las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad; se aprende a recibir y a dar misericordia. Todos estos valores son fundamentales para que la sociedad, la nación, tenga cohesión y que el logro del bien común sea el horizonte que guía las acciones ciudadanas.
Por todo lo expresado y reflexionado precedentemente, la cabal comprensión de la misión del laico, miembro pleno de la Iglesia, es la que contribuirá para que la evangelización sea eficaz y logre la renovación eclesial, la conversión pastoral y las transformaciones que la sociedad, la política y la economía necesitan.
La Iglesia y la sociedad paraguaya requieren que los laicos se sacudan; que cambien de camino, de mentalidad y de actitud frente a la realidad. Los laicos deben convertirse en auténticos discípulos misioneros de Jesucristo, en buenos ciudadanos y en verdaderos cristianos, para ser la sal que cura el cuerpo social de la corrupción y de la impunidad, que impiden la realización del bien común y el logro de la Patria Soñada.
En el 2015 el Papa Francisco en Paraguay en el encuentro con los laicos, con la sociedad civil nos decía: “la corrupción es la gangrena de un pueblo. Ningún político puede cumplir su trabajo si está chantajeado por la corrupcion (..) si un pueblo quiere mantener su dignidad tiene que desterrarla.”
La corrupción y la impunidad en Paraguay son de larga data. Ya en 1979 la Iglesia en el país denunciaba esta situación. Hoy todavía vivimos momentos delicados que requieren la pronta reacción y acción de los órganos
constitucionales competentes en ese sentido para investigar y aclarar las graves denuncias de corrupción, impunidad y asociación criminal emergentes.
La lenta reacción y acción u omisión de la justicia en estos hechos denunciados, exponen la debilidad de las instituciones de la República y del sistema democrático, siendo responsables de esta situación muchos bautizados católicos que ocupan cargos de relevancia en las estructuras de gobierno y de los Poderes del Estado.
Debemos involucrarnos todos por los dignificación de la justicia y las leyes, por el bien común, por la ecología humana y el desarrollo integral de todos los ciudadanos de nuestra bendita y heroica nación paraguaya.
Hoy más que nunca es urgente impulsar una campaña nacional por el saneamiento moral de la nación. Esta debe ser una causa nacional que involucre a todos los actores sociales y políticos de buena voluntad, en especial a los laicos comprometidos con su fe, para constituir una mayoría significativa en torno a algunos valores y objetivos centrales que permitan consensos sobre un proyecto país coherente: que transforme las condiciones actuales de inequidad estructural, que recupere y fortalezca la institucionalidad republicana y que concrete el mandato constitucional de que el Paraguay es un Estado Social de Derecho.
También exhortamos a todos para trabajar por la cultura de la paz, del diálogo, para contrarrestar la creciente violencia que va de contramano a la pacífica convivencia entre ciudadanos, entre hermanos. Lamentamos la pérdida de vidas humanas en estas semanas, de civiles, policías, militares, tragedias que nos enlutan a todos. También lamentamos y podremos lamentar mas todavía las discordias en ciertos sectores que pueden afectar la paz social en el Paraguay. Ya recomendaba Don Bosco cómo camino para disipar la violencia: Caridad , paciencia , dulzura , nunca reproches humillantes , nunca castigos. Hacer el bien a todos los que se pueda , y a ninguno el mal.
Encomendamos estas intenciones a los patronos del Paraguay: Nuestra Señora de la Asunción, San Juan Bosco Sacerdote y San Blas Obispo y Mártir.
Dios, en su infinita misericordia, nos bendiga y nos acompañe.
Así sea.
Ciudad del Este, 31 de enero de 2023.
Adalberto Card. Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de la Santísima Asunción
Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya
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