Homilía de Mons. Pedro en la fiesta patronal del Sagrado Corazón de Jesús en Mallorquín

«Cristo en el misterio de su Corazón es la referencia siempre necesaria de nuestra vida», decía Mons. Pedro en su homilía del 21 de junio en la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús en la festividad de su santo patrono.

A continuación compartimos su homilía completa:

«Sagrado Corazón de Jesús ayúdanos a caminar juntos y con esperanza»

Hermanos y hermanas en Cristo: nos reunimos para honrar al Sagrado Corazón de Jesús, titular de esta parroquia y protector de este distrito de Juan L. Mallorquín, Kaarendy, en el contexto del año de la oración en el Paraguay y de la preparación en comunión con la Iglesia Universal para el jubileo que se iniciará el 24 de diciembre de este año conforme a la Bula spes non confundit (la esperanza no defrauda).

Una fiesta patronal es un momento de encuentro, de alegría, de gratitud, de reflexión y de esperanza. Llegue mi saludo al R. P. Lambert….a las familias, religiosas, a los jóvenes, dirigentes, autoridades…expresemos hoy nuestra alegría por pertenecer a un pueblo, por ser miembro de una comunidad parroquial cristiana…agradezcamos por nuestras raíces, nuestra identidad, nuestra fe en Dios, les invito a reflexionar la palabra de Dios que hoy nos regala la liturgia.

La primera lectura nos presenta el corazón de Dios en pleno movimiento. Múltiples verbos, acciones que expresan el amor que Dios tiene por cada persona. Destaco algunos de estos verbos: amar, llamar, criar, tomar, cuidar, atraer, alzar, inclinar, dar, estar perturbado, conmoverse… Todos ellos expresan el empeño y el amor de Dios por ti, por mí, por todos… Estos son movimientos de ternura y dedicación, para Dios no existe el tiempo perdido… existe el tiempo entregado… La profecía de Oseas nos sitúa en una memoria agradecida por todo lo que Dios nos cuida y nos regala. Esta profecía también nos cuestiona: ¿cómo cuido yo a quienes me rodean? ¿Cómo es mi entrega y mi respeto por su forma de ser y su libertad? Preguntas que siempre nos recuerdan que estamos en camino y, que de la misma manera que Dios no desiste de ninguno de nosotros porque “no se deja llevar por la ira”, siempre nos toma de la mano para cuidarnos y reiniciar el camino del amor con mis “próximos”.

Impresiona la oración que Pablo hace ante el Padre: “que os conceda ser robustecidos por medio de su Espíritu en vuestro hombre interior, mujer interior; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones”. Por un lado, se nos invita a reconocer esa fuerza que viene del Espíritu y por otro, a ser intercesores de tantas personas para que puedan vivir la fe enraizada en la experiencia personal de Cristo. El amor es fruto de una experiencia que transciende todo conocimiento. No existen palabras que expresen lo que es el amor. Existe la vida concreta y real y sus pinceladas de amor. Un amor en el que queremos crecer, un amor mucho más sencillo y real que es don y tarea para cada uno de nosotros.

El evangelio de S. Juan hoy pone a nuestra consideración la escena del Calvario. Jesús ya había muerto, nos dice el texto evangélico, no tenía sentido quebrarle las piernas, sin embargo, aquel soldado, sin saberlo, pues su intención no era sino certificar la muerte, va a realizar un gesto lleno de sentido profético: traspasarle el costado. Al abrir el costado del Señor, de él brota la fuente de la gracia, brota el agua y la sangre, brota el bautismo y la eucaristía, brota, en definitiva, el amor que llena y desposa a la Iglesia. Hoy somos invitados, queridos hermanos, a entrar en el don de la mirada, a penetrar en la belleza de lo que significa mirar a Cristo, y este crucificado; mirar su costado abierto e intuir la gracia del corazón que sigue palpitando por amor. Mirar a Cristo para descubrir el Misterio de su Corazón, entrar en él para llegar desde él a nuestro propio misterio, el de la humanidad herida y redimida, y es que el corazón humano solo se entiende desde este corazón de Jesús. “El Corazón llama. El Corazón «invita». Para esto fue abierto con la lanza del soldado”, dice S. Juan Pablo II.

Entrar en el Corazón de Cristo es también entrar en el corazón de la fe, de nuestra vida cristiana. Cristo en el misterio de su Corazón es la referencia siempre necesaria de nuestra vida. Ser como Él, vivir como Él, actual como Él, y, sobre todo, ser y existir en Él. ¿Qué me asusta de mí, de mi futuro?, ¿qué puedo perder en la vida?, ¿qué me pueden quitar?; incluso el pecado, mi pecado, me puede apartar de la gracia, pero yo nunca perderé la esperanza en la salvación de Dios, como dice S. Pablo nada podrá apartarnos del amor de Dios.

Y, ¿dónde pongo mi confianza? Muchas veces ponemos la confianza en las cosas, o en las personas, en nuestros bienes, o en las cualidades personales; otras veces, justificamos la desidia en el presente esperando que el futuro vendrá en nuestro beneficio, o nos aferramos a un pasado al que hemos de mirar con agradecimiento más que con añoranza estéril. La confianza requiere de la humildad y del desapego a lo que es pasajero. Incluso nuestra oración, las penitencias y las buenas obras deben estar al servicio de su Autor que es Dios en el que ponemos nuestra confianza.

Preciosa lección: Necesitamos la confianza en el Señor. Solo la confianza en el Señor nos dará raíces para llegar a lo más profundo de nuestro pueblo con sus riquezas, y también con las asperezas, solo la confianza nos dará alas para volar hasta todos los hombres que nos necesitan y esperan de nosotros una palabra de luz y aliento que los acerque a Dios. La confianza en el Señor nos hará actuar como lo que somos discípulos misioneros cercanos a los hombres, a las familias, a las comunidades.  Puesta nuestra confianza en el Señor seremos los agentes pastorales ilusionados e incansables que saldremos a los cruces de los caminos para anunciar la Buena Noticia del Evangelio y suscitar el encuentro con el Señor para convertir al hombre; los catequistas y líderes de comunidades sean acogedoras, misioneras y samaritana. La confianza en el Señor nos abrirá el corazón para acoger las llamadas de la Iglesia a caminar juntos, sinodalmente, para ser testigos creíbles en medio del mundo.  

Hoy hablamos mucho del corazón, de las heridas del corazón; otras veces hablamos del corazón en un contexto de frivolidad, las cosas o los programas del corazón; vivimos en la cultura del sentimiento y de la emoción, pero ¿dónde queda el verdadero corazón? Con razón algunos piensan, o pensamos, que vivimos en un mundo sin corazón. Vivimos en un contexto de violencia, de inseguridad, de corrupción, de pobreza…En este ambiente, proponer el misterio, la espiritualidad y la experiencia del Corazón de Cristo es una buena noticia para nuestro mundo. Es un servicio que la Iglesia y los cristianos hacemos al hombre de hoy a su dignidad que es infinita, es una propuesta que podemos llamar con el Papa Francisco la cultura del encuentro, del cuidado, de la ternura, del buen trato. Solo el amor es verdaderamente curativo, el amor que brota del Corazón de Cristo.

Nada más terrible que decir a una persona: “no tienes corazón”. Nada más bello que decir Esa persona sí tiene corazón. Hay corazones de “piedra” y hay corazones de “carne” Un gran corazón es un corazón que sabe amar, tiene entrañas de compasión, de ternura, de bondad. El corazón de Jesús ama con amor del que nunca lograremos abarcar “lo largo, lo ancho, lo alto, lo profundo”, en su corazón traspasado, nos invita a entrar sin miedos de ninguna clase, en él cabemos todos, somos atraídos “con lazos de amor”. El corazón si sabe amar, sabe también lo que significa ser amado y sabe también sufrir y lo duro que resulta no ser comprendido, pero nunca deja de amar porque es fiel a sí mismo. El corazón de Jesús es una síntesis de nuestra fe, nos invita a seguir el camino del amor. Lo primero es recibir su amor y reaccionar con amor. Todo lo demás viene después. No estamos simplemente ante un gran corazón. Se trata de un Corazón “Sagrado”: refleja el misterio de Dios para nosotros. Dios es como el corazón que muestra Jesús: inagotable en su misericordia con nosotros. Imposible imaginar un amor mayor, un amor tan grande, tan divino.

Hoy es día de fiesta: encuentro, alegría, gratitud. Pero también es una ocasión propicia para renovar nuestros compromisos en la misión evangelizadora. Por eso pidamos al Sagrado Corazón de Jesús que bendiga a esta hermosa y trabajadora ciudad de Juan L. Mallorquín, bendiga a  esta comunidad parroquial, a todos sus miembros: sacerdotes, religiosas, autoridades, jóvenes, catequistas, padres de familias, dirigentes, niños/as para redescubrir el amor y la misericordia de Dios y seguir caminando y anunciando juntos el reino de Dios,  construyendo una ciudad de Kaarendy  más participativa y dialogante, donde el cuidado del uno por el otro y el buen trato justo, equitativo y tierno sean actitudes permanentes en las casas, en las comunidades y en la ciudad. Un pueblo donde se conjuguen oración, servicio, trabajo y fraternidad y donde en cada familia diariamente exista la oración, el respeto y el diálogo y nunca falte el pan en la mesa de los pobres.    

«Sagrado Corazón de Jesús ayúdanos a caminar juntos y con esperanza»

Felicidades!

Mons. Pedro Collar Noguera

Obispo, Diócesis de Ciudad del Este

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