DOMINIGO XXXI ORDINARIO CICLO A
(Solemnidad de todos los santos)
Introducción
En torno a las fechas de hoy y mañana, los días 1º y 2 de noviembre nos toca celebrar dos aspectos de nuestra fe católica. En primer lugar, en la solemnidad de Todos los Santos nos unimos a través de nuestra oración con todos aquellos que ya están en la gloria eterna aguardando juntos con Dios el momento del fin de los tiempos; y en segundo lugar, al día siguiente, elevamos nuestra oración en honor y a favor de los fieles difuntos sufragando por nuestros seres queridos para que en paz descansen.
En este contexto solemne, la liturgia de la palabra nos presenta hoy en el libro del Apocalipsis una visión de san Juan con relación a la realidad del más allá: “Después de esto vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos… ¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!” (Ap 7, 2-4. 9-14).
Con el salmo exclamamos: “¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos”. Es decir, para llegar a la meta es necesaria una vida de santidad (Sal 23, 1-2. 3-4ab. 5-6).
La segunda lectura de la primera carta del apóstol san Juan nos dice: “Todo el que tiene esta esperanza en Él se purifica a sí mismo, como él es puro” (1Jn 3, 1-3).
El evangelio nos presenta las ocho bienaventuranzas como programa de vida para entrar en el reino de Dios. “En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo: ‘Bienaventurados los pobres… los mansos… los que lloran… los que tienen hambre y sed de justicia… los misericordiosos… los limpios de corazón… los que trabajan por la paz… los perseguidos. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo’” (Mt 4,25-5,12).
1- Creo en la comunión de los santos
Un artículo de nuestra fe reza – en el credo – esta verdad revelada: “creo en la comunión de los santos…”. Hace pocos días atrás, el papa Francisco beatificó a un adolescente de nombre Carlos Acutis, una persona que buscó promover la santidad aprovechando los medios modernos de comunicación. Este hecho nos motiva a cultivar una vida así como la que proclamamos con el salmo:
“¿Quién puede subir al monte del Señor?, ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos. Ese recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación”.
Viviendo en un mundo donde cada vez más aflora una cultura secularizada con su secuela del enfriamiento de los valores espirituales, ambiente que se manifiesta en diversas corrientes que pululan en nuestro medio como por ejemplo las leyes antinaturales que se quiere implementar: legalizar el aborto y llamar matrimonio la unión de personas del mismo sexo, y además la corrupción casi generalizada de las instituciones responsables del bien común, la proliferación de familias disgregadas y rotas, la realidad de jóvenes arrastrados por la corriente de una sociedad erotizada y de ocio, etc… Las bienaventuranzas son la mejor propuesta que se nos presenta como medio para la santidad, «Yo soy el Señor, vuestro Dios; vosotros debéis santificaros y ser santos, porque yo soy santo; no os contaminéis con esos bichos que se arrastran por el suelo. (Levítico 11, 44)»; “bienaventurados los que tienen alma de pobre, los afligidos, los de corazón puro, los que trabajan por la paz” (Mt 5).
El llamado a la santidad es una vocación dirigida a cada hombre y a cada mujer independientemente de la edad, condición, lugar, lengua o nación; Dios nos llama a todos a ser santos, es decir, buscar afanosamente estar en sintonía con Dios a través de su gracia. Todos los santos reconocidos por la Iglesia católica han sobresalido en virtudes humanas y espirituales a pesar de sus limitaciones; han procurado siempre una vida de testimonio y entrega generosa, una vida en Dios. La exhortación apostólica Gaudete et Exsultate del Santo Padre Francisco es un llamado a la santidad dirigido a todo el mundo actual.
2- Los fieles difuntos
Al recordar a los difuntos, no celebramos la muerte, más bien celebramos la vida que ya no tiene ocaso. Es por ese motivo que la conmemoración de los fieles difuntos está ligada a la solemnidad de todos los santos. Seguramente viviremos el día de los difuntos este año de manera diferente debido a la pandemia que limita el tiempo para ir al cementerio. Además este año hemos experimentado un ambiente de amenaza a la vida en todo el mundo por el coronavirus. El recuerdo de los fallecidos nos lleva a vivir dos sentimientos:
Por un lado, habrá un sentido de melancolía y tristeza: un cementerio es triste, nos recuerda a nuestros seres queridos que se han marchado, nos recuerda también el futuro de todos los vivientes, es decir nuestro propia muerte; pero en esta tristeza, nosotros llevamos flores, como un signo de esperanza. Se podría decir, también, que existe un aspecto festivo, pero mirando no al momento actual sino más adelante, cuando seamos junto a Dios parte de “una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos”.
En segundo lugar la tristeza se mezcla con la esperanza. También esto es algo que nosotros podemos sentir el 2 de noviembre, en esta memoria de nuestros seres queridos, ante sus restos: la luz de la esperanza. Esta esperanza nos ayuda en nuestro propio camino también, para que todos podamos recorrer el curso de nuestra vida con la flor de la esperanza, asidos de ese hilo fuerte que está anclado en el más allá y que nunca puede decepcionar: la esperanza de la resurrección. Quien recorrió primero este camino es Jesús. Nosotros andaremos por el camino que trazó Él cuando nos abrió la puerta de la esperanza con su Cruz. “Yo sé que mi Redentor está vivo, y que él, el último, se levantará sobre el polvo… Yo, sí, yo mismo lo veré, mis ojos lo mirarán, no ningún otro”.
Conclusión
Al celebrar la solemnidad de todos los santos, agradecemos a Dios por brindarnos tantos intercesores que nos ayudan desde el cielo para vivir aquí en la tierra nuestra vida como verdaderos aunque desconocidos santos uniéndonos con todos ellos. Hoy y mañana encomendamos también a la infinita misericordia de Dios a todos los fieles difuntos, en especial a nuestros seres queridos para que gocen en la gloria eterna, brille para ellos la luz perpetua y después de las fatigas de la vida descansen en paz.
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