Homilía: Bautismo del Señor

FIESTA
BAUTISMO DEL SEÑOR
La identidad de Jesús como Mesías e Hijo de Dios

Introducción
El  bautismo del Señor es la identificación de Jesús como Mesías e hijo de Dios, es la segunda epifanía, y dan testimonio Juan el Bautista, el Espíritu Santo y el Padre. Así mismo el bautismo cristiano, prefigurado en el de Jesús, y su consecuencia inmediata: nuestra adopción filial por Dios, constituyen la carta de identidad del discípulo de Cristo, es decir, nuestras raíces cristianas a las que debemos volver continuamente. Con esta fiesta del bautismo de Jesús cerramos el tiempo de navidad que empezó litúrgicamente el día 24 de diciembre.
Las lecturas de este domingo nos presentan la identidad de Jesús como Mesías e Hijo de Dios, mostrándonos varios testimonios sobre Cristo. 
En primer lugar, un profeta del AT, Isaías (Is 55, 1-11), describe los rasgos de la acción de la Palabra de Dios: “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé semilla al sembrador y el pan que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé”. La Liturgia de hoy aplica este texto a Cristo, palabra hecha carne.
En segundo lugar, el apóstol san Juan en su primera carta (1Jn 5, 1-9)  nos presenta los testigos de la identidad de Jesús: “son tres los que dan testimonio: el Espíritu, al Agua y la sangre; y los tres están de acuerdo. Si damos fe al testimonio de los hombres, con mayor razón tenemos que aceptar el testimonio de Dios. Y Dios ha dado testimonio de su hijo”.
En el Evangelio de san Marcos (Mc 1, 7- 11), el Espíritu Santo, y el Padre testifican la realidad del Hijo de Dios. Apenas bautizado Jesús por Juan el Bautista, los cielos se abren y el Espíritu Santo en forma de paloma, desciende sobre Jesús. Mientras que esto sucede se oye la voz del Padre: Éste es mi hijo, el amado, mi predilecto. Esto es testimonio más elocuente de la identidad de Jesús como Hijo de Dios. Su carta credencial, su cédula de identidad.
1- Anuncio del nuevo bautismo
Uno de los motivos de por qué la liturgia señala el bautismo de Jesús es “manifestar el misterio del nuevo bautismo”. Es una oportunidad de gracia para que podamos revisar nuestro bautismo y su proyección a la vida práctica diaria, tanto individual como comunitaria. Por el bautismo recibimos y participamos en el misterio pascual de Cristo, es decir en su muerte y resurrección que Jesús repetidas veces llamó bautismo de fuego.
Hoy es alarmante el número de cristianos que ignoran por qué y para qué han sido bautizados, y otros ven su bautismo como una carga no deseada. Partiendo del bautismo de Jesús, busquemos también el significado del nuestro, es decir, nuestra propia identidad cristiana como hijos de Dios, miembros de la comunidad eclesial.
2- Buscando nuestra propia identidad
En la dimensión humana, la psicología detecta, como una de las enfermedades más frecuentes y uno de los males hoy de nuestro tiempo, la crisis de identidad personal. Esta surge por la falta de aceptación personal de sí mismo y de las propias limitaciones por parte del individuo, y conduce a una frustración.
Las consecuencias de esto suelen ser: crisis en la convivencia familiar y comunitaria, agresividad, violencia, depresión, estrés… que pueden tener secuelas no deseados y graves.
A nivel de fe también se advierte esta falta de identidad personal en muchos bautizados que no viven como tales, porque están en paro voluntario, son cristianos jubilados. Otros ven su bautismo como una imposición y no como oferta de gracia.
En el bautismo nuestros padres nos posibilitan la vida de gracia y allí recibimos los nombres de cristianos y católicos como un regalo hermoso. Todo esto nos identifica. Recibamos este regalo libre y gozosamente; no es carga impuesta, sino don y oferta de gracia, fruto de un amor grande que nos precedió: el de nuestros padres y el de Dios.
Se cuenta que san Francisco Solano, siendo ya religioso franciscano, fue un día a visitar su pueblo natal de Montilla, en España. Y allí, entrando a la iglesia de Santiago, en donde había sido bautizado, se fue derecho a la pila bautismal, se arrodilló en el suelo con la frente apoyada sobre la piedra y rezó en voz alta el Credo para dar gracias a Dios por el don de su fe.
 
Algo casi idéntico repitió San Juan Pablo II, cuando visitó Polonia por primera vez como Papa, en el año 1979. Acudió de peregrinación a su ciudad natal de Wadowice y, entrando a la iglesia parroquial, encontró rodeada de flores la pila bautismal donde fue bautizado en 1920. Entonces se arrodilló ante ella y la besó con profunda devoción y reverencia. ¡Los santos sí saben lo que es el bautismo!
 
Conclusión
Gracias a Dios, también nosotros hemos recibido este don maravilloso. Pero, ¿cuántos de nosotros somos conscientes de este regalo tan extraordinario y nos acordamos de él con frecuencia para darle gracias al Señor, para renovar nuestra fe con el rezo del Credo y ratificar nuestro compromiso cristiano? El Vaticano II nos recuerda que, por el bautismo, todos los cristianos tenemos el deber de tender a la santidad y de ser auténticos apóstoles de Cristo en el mundo: con nuestra palabra, nuestro testimonio y nuestra acción.
“Esta es la doctrina cristiana: nadie obra bien si no es con la gracia de Cristo. Lo que el hombre obra mal es propio de él; lo que obra bien, lo obra por la gracia de Dios” (San Agustín).
¿Somos cristianos de verdad? ¿De vida y de obras, y no sólo de nombre, de cultura o tradición?