“Felices los que creen sin haber visto”

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

Homilía

Estamos en el tiempo pascual, el tiempo para celebrar con alegría la resurrección de Jesús. Podemos decir  que la Iglesia está en la modalidad de resurrección. El cirio pascual, las flores, la música y el color blanco de los ornamentos nos transmiten un ambiente festivo. Ya hemos superado la desesperación causada por la crueldad de la cruz. El Padre ha resucitado a Jesucristo de entre los muertos. Ha triunfado la vida sobre la muerte.

Las lecturas que seguiremos escuchando durante el tiempo litúrgico de Pascua nos relatan la realidad de la primera comunidad cristiana que empieza germinar por la predicación de los apóstoles, y el testimonio de vida que la iba acompañado de diversos milagros de curaciones.

La primera lectura de Hechos de los Apóstoles 5, 12-16, nos describe una Iglesia joven, vigorosa, llena de entusiasmo. Nos dice el texto que “por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios. La gente sacaba los enfermos a las plazas, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno”.

El Salmo 117 refleja el clima espiritual de la Iglesia pascual, que era de entusiasta acción de gracias: “Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Los seguidores de Jesús habían pasado del dolor de la cruz al gozo de la resurrección.

La segunda lectura del libro del Apocalipsis 1, 9-11ª. 12-13. 17-19, presenta al Viviente que se dirige a las Iglesias y se revela como Señor de la Historia y Juez de la Humanidad. Él tiene las llaves que representan el poder sobre la muerte. El anuncia a sus fieles lo que va a suceder.

En el evangelio de Juan 20, 19-31se nos describe un tiempo muy especial de la Iglesia naciente. Inmediatamente después de la tragedia de la cruz, nos aparece un cuadro muy deprimente, en el que notamos unos discípulos acobardados y atemorizados.: “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. Mientras comparten entre ellos su estado de ánimo Jesús se hace presente en medio de ellos con el saludo de la paz.

1- La resurrección de Jesús nos impulsa a la fe

El mundo cada vez más se quiere fiar de la ciencia positiva como fuente única de verdad, es decir, todo del que puede demostrarse con evidencia física su existencia, es lo que verdaderamente existe. Todas aquellas consideraciones que no están al alcance de este tipo de ciencia se consideran como no validas, no deben existir.

Aunque la ciencia tiene su valor en muchos ámbitos de la vida humana, no es la única vía para acceder a la realidad.

La resurrección de Jesús es un hecho que nadie pudo observar, sin embargo, los apóstoles fueron testigos de su resurrección, ellos experimentaron el encuentro real y gozoso con el Resucitado. La Iglesia católica, cree y enseña a creer con fe en la resurrección de Jesús que fue crucificado, muerto y sepultado, pero que al tercer día resucitó de entre los muertos para no morir más y para ser Señor de vivos y de muertos. Esto es lo que testifican las escrituras sagradas. Durante este tiempo de pascua seguiremos fortaleciéndonos con este testimonio de los apóstoles y la comunidad primitiva asegurando firmemente la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

Hoy vemos en las lecturas el camino de la fe de los apóstoles y de Tomás. Percibimos también la fecundidad de la resurrección de Jesús, porque los apóstoles obraron milagros y prodigios con su fe en el Resucitado. Estos hechos nos llenan de alegría y nos impulsan a la fe en la vida eterna, prometida a todos quienes buscan el Reino de Dios y su justicia.

2- “Den gracias al Señor, porque es eterna su misericordia”

Jesús que ha resucitado lleva a los discípulos la paz, la alegría y la fortaleza misionera. La primera palabra del Resucitado es el saludo de la paz: “paz a ustedes…” Jesús trae verdaderamente la paz porque lleva a cabo en su humanidad la reconciliación entre los hombres y Dios, venciendo al pecado y a la muerte.

En esta escena, Jesús da a los apóstoles el poder de perdonar y retener los pecados. Con ello les hace participar en su poder de juzgar. Lo que se propone a los hombres es el perdón de Dios, pero este no puede llegar a quienes se cierran a la gracia de Dios. Esta es la clave del mensaje: que Jesús murió y resucitó para el perdón de los pecados venciendo la desgracia de la muerte eterna. Para nosotros no hay motivo más grande de alegría que la resurrección de Jesús. Él ha vencido a todas las fuerzas hostiles y negativas y de esta manera nuestra vida queda única y exclusivamente en manos del Dios de la vida y de la misericordia.

Tomás, uno de los doce, no estaba presente cuando Jesús apareció saludando con la paz. Los discípulos les dicen: “hemos visto al Señor”, pero él no quiere creer, por tanto pone una condición para creer: “si no veo el rostro de Jesús… si no veo en sus manos la señal de los clavos… no lo creo”.

Ocho días después tiene lugar otra aparición en el cenáculo, estando las puertas cerradas y esta vez con Tomás presente. Jesús resucitado invita a Tomás a poner el dedo en sus manos, a extender la mano y meterla en su costado y a no ser incrédulo, sino creyente.

Tomás reconoce la victoria y la divinidad de Jesús resucitado y le dice: “Señor mío y Dios mío”, a lo que responde el Señor: “¿Porque has visto has creído? Felices los que creen sin haber visto”. De esta manera se pone de relieve la bienaventuranza del que cree si haber visto. Todos nosotros quienes formamos la comunidad del nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia peregrina en la tierra y avanzamos con la mirada puesta en la Iglesia triunfante y gloriosa, somos de este grupo selecto que creemos sin haber visto, por lo tanto, somos los bienaventurados por la fe en Jesús resucitado.

Conclusión

San Ignacio de Loyola decía: “alcanza la excelencia y compártela”. La excelencia para un discípulo y misionero de Jesús es la alegría de la fe en la resurrección, y el dinamismo interior para transmitir testimoniando con la vida esta verdad como la razón última de nuestra vida. Dice san Pablo en su 1ª carta a los Corintios. “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe… pero Cristo ha resucitado de entre los muertos” (1Cor 15, 14.20).