La Sabiduría como gracia de Dios
Al parecer la historia con sus profundos cambios nos han trasladado al tiempo de la búsqueda de la felicidad en las cosas efímeras y pasajeras. La población mundial en un altísimo porcentaje ante la pregunta ¿en qué consiste la felicidad? respondería en tener todo lo necesario para vivir bien aquí en la tierra: buen trabajo bien remunerado, seguridad social, linda casa, auto confortable para los viajes, etc.… parece ser que la felicidad se ha limitado en el tener antes que en el ser. Para lograr estos objetivos a veces se recurren en los más bajos medios como la corrupción, el robo en su más variada forma, la estafa, los asaltos, las acciones desleales para eliminar al que se pone delante dificultando el ascenso, el aprovecharse de la posición política para acrecentar los bienes al margen de toda ley. Todas estas situaciones, revelan dos realidades: por un lado una profunda injusticia que generan las diferencias sociales donde se ven pobres cada vez más pobre y ricos cada vez más ricos y por otro lado, el márquetin sobre la felicidad que supuestamente se encuentra en las cosas materiales en detrimento de los valores espirituales.
En el contexto de las lecturas de hoy, continuando con el discurso del domingo pasado, Jesús nos propone otras tres parábolas; todas ellas expresan lo que es más apreciable para nuestra vida, es decir, lo que debe ser más importante en la vida.
En la primera lectura (1Rey 3, 5-6a. 7-12), del libro primero de los Reyes, encontramos a Salomón pidiendo a Dios sabiduría para gobernar: “Por eso te pido que me concedas sabiduría de corazón, para que sepa gobernar a tu pueblo”. Salomón no pide riqueza ni salud ni larga vida, solo pide sabiduría para gobernar con acierto.
La segunda lectura la carta de San Pablo a los romanos (Rom 8, 28-30), nos habla del dinamismo del proyecto de Dios en nuestras vidas: “…Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman.”, “a los que escogió… los destinó a reproducir la imagen de su Hijo”.
El Evangelio (Mt 13, 44-52) nos presenta las tres parábolas el tesoro escondido, la perla preciosa y la red echada en el mar que recoge toda clase de peces.
1- El Reino de Dios
Las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa nos hace recordar un detalle de la historia de nuestro país –Paraguay: la famosa “plata yvyguy”. Durante la guerra grande de 1865- 1870, muchos han enterrado sus tesoros en diversos lugares para preservarlos de los asaltos organizados por las fuerzas extranjeras. Cuando había terminado la guerra, muchos de esos tesoros quedaron enterrados debido a que los dueños ya se habían muerto o se había olvidado dónde fueron escondidos.
Hoy en día muchas personas de diversos niveles sociales, considerando que los dineros enterrados podrían ser muy valiosos, se dedican a la búsqueda del oro o la plata escondidos bajo tierra y para eso invierten fuertes sumas de dinero en viajes, maquinarias detectores de metales, etc… Algo bueno de estos afanes es que las parábolas del tesoro y la perla pueden ilustrarse con esta parte de nuestra historia que tiene secuelas hasta nuestros días.
Jesús al presentar el Reino de los cielos a través de estas parábolas, nos enseña que el corazón humano siempre está en la búsqueda de algo valioso y que, una vez encontrado, cambia toda la trayectoria de la vida, a tal punto que renuncia a toda realidad, circunstancias, personas u objetos que dificultarían la adquisición de este algo muy valioso; al encontrarlo, la persona siente una inmensa alegría y satisfacción en su corazón, y por lo tanto hace todo lo posible para adquirirlo.
Ese tesoro, esa perla es en realidad la presencia de Dios en nuestras vidas, una presencia que genera una inmensa satisfacción y al mismo tiempo un gran dinamismo que transforma todo el entorno del que lo encuentra. Recordemos lo que dice la segunda lectura, de la carta de San Pablo a los romanos. Ahí se habla del dinamismo del proyecto de Dios en nuestras vidas: “a los que escogió de antemano los destinó a reproducir la imagen de su Hijo”, es decir, hacer que ese tesoro, Cristo, se refleje en nuestras vidas a partir de nuestro bautismo, hasta el punto de ser otros Cristos. Este dinamismo va a hacer que Cristo viva en nosotros para que también actúe en nosotros y a través de nosotros; va a hacer que otros también experimenten ese mismo tesoro Cristo en su vida.
2- La sabiduría como gracia de Dios
“El Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: «Pídeme lo que quieras.» Respondió Salomón: «Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Por eso te pido que me concedas sabiduría de corazón, para que sepa gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?»
En esta época en que la humanidad necesita la sapiencia que viene de lo alto para cimentar su ser y su actuar sobre algo valioso para todos; en este sentido, las autoridades, los profesionales, los campesinos, los ricos y los pobres, los científicos y toda las gentes de buena voluntad estamos llamados a construir una sociedad más justa y fraterna viviendo los valores humanos y cristianos donde se respetan los derechos y la dignidad de todos y donde el bien común está al alcance de todos, especialmente de los más vulnerables ante las injusticias. La Iglesia llamada a ser sinodal en comunión, participación y misión debe ser el artífice y custodio de esa humanidad querida por Dios. Imaginemos la alegría que provocaría en el mundo entero la implementación de esa justicia tan anhelada. De igual manera debe generar un inmenso gozo la presencia del Reino de Dios entre nosotros. La justicia y la equidad nos dará un alivio importante en el aquí y ahora pero temporal, en cambio el tesoro del Reino de Dios nos dará el alivio eterno a todas nuestras dolencias provocado por el pecado.
Por lo tanto, pidamos al Espíritu Santo, con humildad y perseverancia, que nos conceda las gracias de su Reino con el don de la sabiduría:
Pidamos la sabiduría para las autoridades; que su motivación principal sea la búsqueda del bien común y la construcción de una sociedad más incluyente, y no la simple conquista del poder; que comprendan que la política es ante todo una oportunidad para servir y no un negocio.
Pidamos la sabiduría para los científicos, médicos y todos quienes se dedican día y noche en la búsqueda del antídoto contra todo mal que atenta contra la salud, que Dios les conceda la luz y el acierto para encontrar el tesoro ante el cual la humanidad está siempre expectante. Que actúen siempre con sabiduría evangélica protegiendo la vida y la salud desde del nacimiento hasta la muerte natural.
Pidamos la sabiduría para los líderes empresariales, de manera que todas sus decisiones lleven la impronta de la responsabilidad social a través de una gestión ética como mejor garantía para permanecer a largo plazo en el competido mundo de los negocios, el trabajo y el servicio.
Pidamos la sabiduría para los padres de familia y educadores, quienes tienen la enorme responsabilidad de orientar a los ciudadanos en medio de una sociedad cambiante que ofrece, simultáneamente, oportunidades y amenazas. Ellos pueden apropiarse de la petición de Salomón: “Te pido que me concedas la sabiduría de corazón para que sepa orientar y distinguir entre el bien y el mal”. La familia tan contestada por la cuestión del “gender” necesita sabiduría para enfrentar a los desafíos con aciertos.
Pidamos la sabiduría para nuestros pastores de la Iglesia sacerdotes, obispos, laicos, religiosos/as comprometidos por la causa del evangelio, para que puedan enseñar, santificar y dirigir la porción de la Iglesia, Pueblo de Dios a ellos encomendado, de manera especial al Papa para que gobierne la barca de Pedro con la luz de la sabiduría de lo alto.
Conclusión
Al enriquecernos con la Palabra de Dios, sabiduría eterna, y al participar de la Eucaristía, volvamos a nuestros quehaceres cotidianos llevando la alegría de habernos encontrado con Jesús, nuestro mayor tesoro. Reproduciendo a Cristo con nuestras obras, testimoniemos el Reino que Dios sembró en nuestro corazón para buscar siempre los valores espirituales y la sabiduría para administrar los bienes pasajeros como medios para llegar a los eternos.
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