“…cuidado, no se dejen engañar…”
Cada año, al ir finalizando el tiempo litúrgico, las lecturas que nos presentan la misa dominical guardan relación con el fin del mundo, es decir, el fin de los tiempos, la realidad en su dimensión escatológica. Este tema sobre el final de los últimos tiempos no es algo nuevo, en realidad la idea del fin viene atravesando toda la historia de la salvación. Ya los profetas del Antiguo Testamento anuncian el fin trágico de un reinado o de un sistema de gobierno o de una época poca propicia para servir a Dios, “se habla en distintas ocasiones del día del Señor” muchos lo veían como día de liberación y por consiguiente de alegría, de felicidad. Los profetas anunciaron que este día habría de ser un día de cólera[1]. Este es el caso de la primera lectura de hoy.
Como penúltimo domingo ordinario del año correspondiente al ciclo C, las lecturas nos hablan de los últimos tiempos, ayudándonos a preparar la mente y el corazón para cuando llegue ese momento de la verdad.
La primera lectura del profeta Malaquías (Mal 3, 9-20a), nos transmite de una manera trágica el oráculo del Señor cunado menciona el final de los tiempos: “ese día será un día de cólera”, “mirad que llega día, ardiente como horno”; “pero los que honran mi nombre los iluminará la justicia”.
La segunda carta de San Pablo a los cristianos de Tesalónica (2Tes 3, 7-12), nos presenta una situación que guarda relación con las predicciones de Jesús, pero se trata de una relación inesperada. Pablo había predicado entre los tesalonicenses que Jesús debía volver para reunir a todos los fieles e introducirlos en la gloria. Esto alguno lo entendieron mal pensando que Jesús ya está viniendo, por tanto ya no cabe ni trabajar. “me he enterado que algunos viven sin trabajar… el que no trabaja que no coma”.
El evangelio de san Lucas (Lc21, 5-19), nos presenta a Jesús y sus discípulos junto al templo de Jerusalén, que había sido reedificado y embellecido por el rey Herodes, una construcción verdaderamente magnifica. Jesús había anunciado algunos siglos antes la destrucción del templo de Salomón, a causa de la perversidad y de la obstinada resistencia de Dios del pueblo elegido.
1- Día terrible y glorioso
No es fácil comprender el evangelio de San Lucas que nos trae la liturgia de hoy. Su lenguaje literario oscila entre los escatológico – apocalíptico, cargado de imágenes violentas; el texto nos habla de guerras y revoluciones, terremotos, epidemias, hambre. Estas imágenes expresan una descripción sobre el final de los tiempos. “de todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”.
Es necesario contemplar con detenimiento esta lectura para evitar caer en simplismos al interpretarlo. La mirada rápida y superficial nos deja con un sabor amargo porque nos sentimos rodeados de muchas amenazas. Sin embargo, una lectura más pausada, con actitud contemplativa, nos permite descubrir el mensaje de esperanza y seguridad que nos quiere comunicar el Señor. En medio de voces amenazantes que genera terror y pánico, se escuchan frases de confianza y estímulo: “tengan cuidado, no se dejen engañar; no lo sigan; tengan bien presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir; ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.
Podemos considerar que Dios crea todo muy bueno para que el hombre varón y mujer tenga todo lo necesario para su realización. Ahora bien, la actitud de bondad o de maldad con que el hombre trata las cosas, tienen sus consecuencias favorable o desfavorable según como aprovecha todo lo creado. En este sentido, hay que considerar un equilibrado relacionamiento con todo lo creado, con los demás y con Dios, para que todo siga según la voluntad del creador. Con la perseverancia en el bien, salvaremos nuestras vidas.
2- El mensaje
Miremos más profundamente las lecturas teniendo como clave de lectura, no tanto el final de los tiempos, sino nuestra historia personal. ¿Qué nos quiere decir, aquí y ahora, la palabra de Dios?
La facilidad que ofrece las redes sociales para enviar y recibir informaciones de contenidos teológicos y doctrinales ha sido un bien pero con un alto riesgo de pérdida de objetivad cuando las fuentes y las ideas se plantean fuera de un contexto lógico. La proliferación de la comunicación, muchas veces dificulta la objetividad de las informaciones y los mensajes, debido a una variedad de publicaciones que en muchas ocasiones se contradicen confundiendo al que no está bien formado e informado. A través de estos medios en el mundo de hoy se levantan muchas voces engañosas que ofrecen falsas respuestas a los grandes misterios de la existencia y nos proponen caminos extraños para alcanzar la felicidad.
Gentes bien intencionadas, “aprovechando el vacío religioso que existe, han organizado un gran negocio vendiendo libros esotéricos que carecen de todo fundamento filosófico, teológico y científico, y que ofrecen recetas «light» de espiritualidad y de realización personal. Hay todo un mercado persa de amuletos, inciensos, cristales de cuarzo, bebidas, etc., que pretenden devolver la paz a tantos corazones angustiados. Explotando el inmenso dolor que nos produce la muerte de nuestros seres queridos, estos comerciantes de ilusiones ofrecen los servicios de “médium” que dicen servir de intermediarios para comunicarse con los que ya marcharon…”[2].
Esta honda cultural de nuestro tiempo ofrecen miles de recetas de una falsa espiritualidad: brujería, adivinanzas, amuletos, hechizos, supuestas oraciones, miles de imágenes de ángeles inexistentes para nuestra fe católica, etc… consideremos también las múltiples religiones, sectas y grupos esotéricos.
Jesús con mucho amor pero con autoridad pone en guardia frente a las ofertas de estos habladores: “tengan cuidado no se dejen engañar, porque muchos se presentaran en mi nombre… no los siga”.
Busquemos las respuestas a nuestras inquietudes existenciales, no a través de los “médium” ni mediante cuarzos e inciensos, sino en el consejo de personas sabias, en la lectura de obras de autores serios, meditando la Biblia. Allí sí encontraremos la luz en medio de la noche.
Conclusión
Decía san Agustín de Hipona “en mi corazón soy lo que soy”; en mi interior profundo está asentado Dios como fundamento de toda existencia. En este penúltimo domingo de tiempo ordinario, que esta reflexión nos ayude a solidificar la firme convicción que todo está en las manos de Dios: el pasado, el presente y el futuro. Él lo transformará todo para el bien y mayor gloria de Dios padre misericordioso.
Cuidado que nadie nos engañe con ideologías que contradigan la revelación del amor de Dios padre misericordioso.
[1] VANHOYE, Cardenal Albert SJ. Lecturas Bíblicas de los Domingos y Fiestas. Ciclo C. ED. Mensajero. Bilbao España, 2009. Pág. 325.
[2] http://homiletica.org/jorgehumberto/jorgehumbertopelaezdXXXIIItoc.pdf
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