DOMINGO XXXII ORDINARIO CICLO C

“Creo en la resurrección…”

Desde el inicio de la historia, la humanidad se plantea un tema de difícil explicación que guarda relación con la vida y la muerte. Todos fuimos llamados a la vida y todos seremos llamados a la hora de nuestra muerte. Ante este enigma de difícil explicación, la liturgia de la palabra nos ofrecen las luces para una mayor comprensión de nuestra propia naturaleza humana finito y al mismo tiempo eterno. La revelación nos habla de la resurrección como realidad después de esta vida terrenal.

La primera lectura del segundo libro de los Macabeos (2Mac 6, 1; 7, 1-2. 9-14), relata la trágica muerte de siete hermanos que fueron ejecutados por el rey Antíoco IV Apianes en el siglo II antes de Cristo, ellos respondieron con mucha convicción en la vida futura: “estamos dispuestos a morir, antes que violar las leyes de nuestros padres… Es preferible morir a manos de los hombres, con la esperanza puesta en Dios de ser resucitado por él”.

La segunda lectura, unacarta de San Pablo a los cristianos de tesalónica (2Tes 2, 16 –3, 5), no tiene una relación directa con la resurrección, pero revela implícitamente una relación de la vida cristiana con ella. “el Señor es fiel: él los fortalecerá y los preservará del maligno”, podíamos entender que Dios nos preservará del mal de exterminio.

El evangelio de san Lucas (Lc 20, 27- 38) nos habla de los saduceos, que presentan a Jesús un caso complicado, a fin de poner en duda la resurrección, pero Jesús con precisión y claridad, demuestra que se equivocan al dudar de ella: “que los muertos van a resucitar, Moisés, lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza ardiente, cuando llama al Señor el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven en él”.

1- Nuestra finitud –la muerte-

Para nosotros que experimentamos la vida en nuestro ser y al mismo tiempo sufrimos la muerte de los seres queridos, mientras esperamos la nuestra, es conveniente primeramente abordar el tema de la muerte para después reflexionar sobre la resurrección.

Según explica las ciencias biológicas, la muerte es el fin natural de un ser vivo. “Pero una cosa es la muerte como una consecuencia de los procesos biológicos y otra muy diferente es su impacto existencial”. Por eso la muerte es el mayor misterio que se plantea a los seres humanos.

“Ante la realidad inevitable de la muerte surgen muchas preguntas: ¿qué hay inmediatamente después? ¿Termina todo allí o hay una realidad después de ella?, ¿existen un premio y un castigo por los actos humanos?, ¿da lo mismo haber sido seres que se esfuerzan por ser honestos y justos que haber atropellado los derechos y la dignidad del prójimo? ¿Da lo mismo ser ateo o agnostico o ser indiferente ante Dios? Estas y muchas otras preguntas se nos vienen a la mente cuando pensamos en la muerte…”

Básicamente podemos diferenciar dos palabras cuyos significados son totalmente diferenciados. Por un lado tenemos a los antiguos griego que llamaban al lugar donde lo entierran a los muertos como la necrópolis, esto significa: la ciudad de los muertos, en cambio para los cristianos el nombre donde entierran los muertos es el cementerio, es decir, el dormitorio. Para las tres grandes religiones históricas el Judaísmo, el Cristianismo y el Islán, los seres humanos vivimos una sola vez esta existencia terrena, una vez abandonado “este valle de lágrimas”, ya nunca más volvemos en ella. Aquí no hay lugar para las teorías de la reencarnación ni la metempsicosis, nuestra fe cristiana no admite estas ideas de supuestas purificaciones a través de la reencarnación.

La encarnación de Jesús Hijo de Dios nos da la clave para entender correctamente en que consiste el sentido de la vida y de la muerte. Él que murió y resucitó glorificando su cuerpo, nos abre el camino hacia la resurrección a partir de nuestro bautismo.

2- La resurrección de los muertos

Los judíos que aún no descubrieron la idea de la resurrección, creían al igual que los otros pueblos como por ejemplo los griegos, pensaban que los hombres, tras la muerte continuaban su existencia en el sheol, es decir,  en el infierno con una existencia miserable, la muerte se presentaban como una ruptura irreparable.

Sin embargo algunos recibieron la inspiración que les llevó a la creencia que la intimidad mantenida con Dios durante la vida no se podía perder de ninguna manera. Algunos salmos lo expresa diciendo: “no me entregarás a la muerte, ni dejaras a tu fiel conocer la corrupción” (Sal 15, 10), antes de ir al sheol, tiene la esperanza que el Señor lo llevará consigo. Así poco a poco fue naciendo la esperanza en la resurrección. Los judíos estaban convencidos de que para tener una vida plena junto a Dios también debía resucitar su cuerpo. Esta fe se reveló en la actitud de estos hermanos macabeos de la primera lectura. Estos hermanos sabían que debían morir, pero tenían la convicción de que Dios les habría de recompensar con su resurrección gloriosa.

Jesús profesó esta certeza de la resurrección; más aún anunció su propia resurrección. En tiempos de Jesús, los fariseos estaban convencidos de la resurrección, mientras que los saduceos negaban esta posibilidad. Por eso le plantean a Jesús en el pasaje del evangelio de hoy donde presentan la historia de siete humanos que se casan con una sola viuda “cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer?

Jesús explica que los saduceos están errados en su idea; la resurrección no es el retorno a la vida terrena. Sino una resurrección que inaugura una vida completamente nueva de relación con Dios. En esta vida ya no hay necesidad de casarse, ya no hay relaciones sexuales. Hay amor pero no vida sexual: “en esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y der la resurrección de entre los muertos, no se casaran” Jesús afirma que después de la resurrección, los seres humanos serán como ángeles, son hijos de Dios, tienen una existencia espiritual con un cuerpo glorificado.

Conclusión

“Pues si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos; por tanto, ya sea que vivamos o que muramos, del Señor somos” (Rom 14, 8). “Dios es nuestra posesión y nosotros somos posesión de Dios”[1]; por eso creo en la resurrección de los muertos y en la vida eterna.

Que estas reflexiones sobre la resurrección de los muertos, tema central de la liturgia de este domingo, contribuyan a cambiar nuestra manera de ver la muerte y nos consuelen ante la ausencia de nuestros seres queridos.


[1] San Agustín de Hipona

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