DOMINGO XXII ORDINARIO CICLO A

El valor curativo del sacrificio

¿Qué significa sacrificio? Tiene básicamente dos sentidos:

Primeramente es la ofrenda hecha a una divinidad en señal de reconocimiento u obediencia, o para pedir un favor. Ejemplo: Jesús se sacrificó en la cruz ofreciéndose al Padre en una actitud de obediencia para la salvación de todos.

En segundo lugar, es el esfuerzo, pena, acción o trabajo que una persona se  acepta voluntariamente para conseguir o merecer algo o para beneficiar a alguien. Ejemplo: Jesús aceptó la cruz como sacrificio porque era el único camino para liberarnos de las ataduras del pecado.

Hoy las lecturas nos hablan de personas que realizan entregas muy sacrificadas y costosas y con eso al mismo tiempo nos invitan a valorar el sacrificio como camino del bien para madurar y alcanzar un premio que no se marchita.

La primera lectura en (Jr 20,7-9) presenta el sufrimiento que atraviesa el profeta Jeremías como precio de su misión profética: “la palabra de Dios se volvió para mi oprobio y desprecio todo el día”

En la segunda lectura en (Rm 12, 1-2) San Pablo exhorta a “presentar a Dios nuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable, este es vuestro culto razonable”, es decir, hacer de la propia vida un sacrificio a Dios. Descubriremos que esto nos sana, cura y libera del pecado.

El evangelio en (Mt 16, 21-27) es una invitación que hace Jesús a sus seguidores: “el que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue su cruz y me siga”. La figura de la cruz es la cumbre de todos los sacrificios; no hay mayor sacrificio que la inmolación de Jesús en la cruz porque su amor es único, no tuene como comparar, no tiene igual.

1- Ofrecer sacrificios agradables a Dios

Hablar de sacrificio o de la cruz, no es algo muy atractivo debido a la imagen demasiado negativo que tenemos de esta realidad. Al escuchar la palabra sacrificio, lo consideramos normalmente como algo desagradable, doloroso y poco atrayente; preferimos lo placentero, lo agradable, lo efímero que no exige esfuerzo ni dedicación prolongada. Al parecer estamos más habituados a aceptar lo que produce placer agradable, rápido y superficial.

Las cosas que requieren exigencias, esfuerzo, perseverancia y compromiso firme, normalmente se van diluyendo de nuestra agenda. Sin embargo, no podemos olvidar que en la vida no hay premio sin esfuerzo ni victoria sin dedicación. San Pablo nos exhorta a “presentar nuestras vidas como hostia viva, santa, agradable a Dios” y en el Evangelio Jesús nos invita “a cargar con la cruz, negarse a sí mismo y seguirle”.

Un estudiante, para adquirir un título de competencia profesional, atraviesa duras luchas renunciando a su confort, pasando largas horas nocturnas en vela estudiando, yendo contra cualquier realidad que pueda robarle su sacrificio y su ideal.

Un padre de familia o una mamá, en un hogar en el que se vive con coherencia la responsabilidad en educar, alimentar y acompañar con amor esa iglesia doméstica,  saben bien de los sacrificios que esto implica.

Un buen político que administra con justicia el bien común, aun teniendo innumerables oportunidades para faltar a sus funciones, deberá hacer no pocos esfuerzos para cumplir su misión.

Un buen cristiano que quiere vivir la santidad aquí en la tierra con la mirada puesta en la morada eterna, necesita un sacrificado esfuerzo para remar contra las corrientes del pecado que ofrece la sociedad.

Un joven que se empeña en ser disciplinado buscando su propia madurez, se enfrenta a innumerables tentaciones placenteras de todo espécimen.

Una persona que busca la paz en una sociedad convulsionada por la violencia, necesita mantener su equilibrio con una paciencia que requiere sacrificio.

Un seguidor de Cristo que necesita de espacio y silencio para la oración tiene que estar batallando en un mundo lleno de ruidos, dispersiones, voces, preocupaciones, etc.

Un médico que ejerce su profesión con profesionalismo muchas veces expone su propio bienestar y su salud al atender a los pacientes con enfermedades contagiosas. Aun así sigue adelante arriesgándose con entrega generosa.

Todas estas personas, para vivir sus compromisos según los valores humanos y cristianos, lo hacen con espíritu de sacrificio perseverando de manera firme e inalterable en la ruta de la vida establecida por Dios a través de su Hijo Jesucristo. Todas ellas ofrecen sacrificios agradables a Dios y a través de ellas somos también invitados a imitar sus ejemplos.

2- El valor curativo del sacrificio

La enfermedad requiere de medicina y el remedio para tener acierto, necesita de un buen conocedor tanto de la enfermedad como de las propiedades curativas de la medicina. La humanidad desde la caída de Adán y Eva sufre de una grave enfermedad espiritual que requiere una medicina espiritual.

Nuestra enfermedad es el pecado, una realidad mortal que afecta a lo personal, a lo social y lo estructural.

El profeta Jeremías padeció penurias por motivo de sus anuncios proféticos que consistían en advertir al pueblo de Israel sobre las consecuencias dramáticas de sus pecados; este mensaje no le agradó al pueblo y como represalia le hicieron la vida imposible al profeta.

Así como Jeremías profetizo, San Pablo nos exhorta a evitar al mundo del pecado presentando a Dios nuestros cuerpos “como hostia viva”… para poder “discernir lo que es la voluntad del Padre”. Jesús al invitarnos a cargar la cruz y seguirle, nos propone el sacrificio como camino curativo de ese mal que mata al hombre en su integridad. Por lo tanto estamos llamados a cargar la cruz de nuestros compromisos, de nuestros esfuerzos, de la perseverancia, de la sana tolerancia, del perdón, del trabajo por la paz y la justicia; cargar con la cruz de la oración y la meditación en un mundo superficial y ruidoso; la cruz del esfuerzo para transformar la sociedad superando los pecados personales de cada uno, el pecado estructural que se anidó en las instituciones y la enfermedad espiritual en el ámbito de lo social donde hay un sin número de situaciones injustas que afectan a los más vulnerables y débiles.

Conclusión

Al meditar la palabra de Dios sobre el valor curativo del sacrificio, sintamos esa luz que irradia una profunda esperanza en un ambiente hostil al evangelio. Que cada uno testimoniemos el valor del sacrificio cargando con responsabilidad la cruz que Dios nos ha confiado.

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