La confianza absoluta en Dios
Este domingo XIX del tiempo ordinario el mensaje central que nos ofrece la liturgia de la palabra consiste en la confianza en Dios. Decía el Papa Francisco “todos estamos en una misma barca” que está siendo amenazada por varias tormentas: vertiginosos cambios, guerras en diversos lugares, injusticias sociales, agresiones a la naturaleza, violencias de toda clase, etc. En este tiempo de profundo cambios y convulsiones culturales donde se cuestiona todo lo relacionado con los valores humanos y cristianos que proporcionaba seguridad una moral y doctrinal tan convincente e inamovible desde hace un buen tiempo. Aunque reconocemos la existencia de verdades absolutas como por ejemplo las verdades reveladas, a esta ahora todo está bajo los ásperos cuestionamientos y una preocupante persecución que en no pocas ocasiones confunde y oscurece la mente y el corazón de muchos hombres y mujeres. Esta tormenta afecta a toda la humanidad; esta ola de crisis generados por una fuerte contra cultura cristiana no respeta ni considera a nadie, a ninguna de las clases ni condición social, y para más preocupación, en nuestro país ha aumentado las personas partidarios del relativismo, de la permisividad, del secularismo, las indiferencias religiosas. Ante esta nebulosa tormenta que genera el miedo y la inseguridad, la confianza en nuestro Dios padre misericordioso que asiste a los Apóstoles en la barca diciéndoles: animo no tengáis miedo, soy yo, «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» sigue diciéndonos a cada uno “no tengan miedo…”.
La primera lectura nos presenta al profeta Elías en el Horeb donde tuvo una rica experiencia de la presencia de Dios que se hizo presente a través de una brisa suave. Es decir, Dios esta vez se hace presente en un perfil bajo sin ruidos. Esto representa la serenidad y la calma en la oración. (Re19, 9a.11-13ª).
En la segunda lectura, San Pablo en la carta a los Romanos manifiesta su dolor profundo por motivo de la incredulidad de sus hermanos judíos. Muchos de ellos no creían en Jesús, esto le provoca inmenso dolor a Pablo. La incredulidad exhibida hoy en día en la indiferencia, en el agnosticismo, el ateísmo práctico, que desencadena toda una realidad de desobediencia a Dios, hace que la Iglesia pueblo de Dios sienta un inmenso dolor por la falta de fe y confianza en Dios (Rm 9, 1-5).
El Evangelio a través de este pasaje nos presenta a Jesús caminando sobre las aguas, nos invita a confiar en él con exclusividad (Mt14, 22-33).
La fe como confianza en Dios
En el evangelio de hoy, Jesús se muestra como Señor de las tempestades.
En su diálogo con los temerosos discípulos: “Yo soy, no teman”, Jesús nos anima y se hace sentir cercano. Así se manifiesta Dios en su Hijo Jesús para enseñarnos que la fe auténtica transforma a los discípulos y a todos los que creen en Él; transforma de hombres dubitativos a discípulos con fe firmes. La manifestación de Jesús ocasiona un cambio sustancial: se pasa de una tempestad a una situación de calma; y, en ese nuevo clima, los discípulos pueden confesar: “¡Verdaderamente eres el Hijo de Dios!”
La primera lectura vemos que a Dios no le encontramos en la tempestad, ni en el terremoto… sino, en la calma. Recordemos la experiencia vivida por el profeta Elías: “Antes del Señor vino un huracán tan violento que descuajaba las montañas y agrietaba las rocas. Pero en el huracán no estaba el Señor. Después del huracán vino un terremoto. Pero en el terremoto tampoco estaba el Señor. Después del terremoto cayó fuego. Pero en el fuego tampoco estaba el Señor. Y después del fuego vinieron la calma y el silencio”. Entonces Elías sí pudo encontrarse con Dios. El encuentro con Dios sólo es posible en una atmósfera silenciosa, de recogimiento, cuando no estamos distraídos por otras preocupaciones.
Aquellas personas que viven una vida muy agitada por el trabajo, las preocupaciones, la publicidad triunfalista, buscando protagonismo por las fotos y las redes sociales, tienen dificultades serias para encontrarse a sí misma y para dialogar con Dios. Es necesario cultivar la confianza en Dios a través de la oración serena y sosegada como lo hizo Jesús después de la multiplicación de los panes, y como lo hizo el Profeta Elías en el monte Horeb. Jesús se manifiesta a sus discípulos en la oscuridad de la noche, sin espectadores algunos, en secreto y silenciosamente. Nuestro mundo agitado por muchas cosas necesita tiempo de sosiego y calma para redescubrir a Dios misericordioso.
El Miedo de Pedro
La barca de los discípulos, golpeada por las olas y después conducida a puerto seguro por Jesús, ha sido un símbolo de la Iglesia.
Pedro al ver a Jesús después de oír su voz, tuvo la osadía de ir hacia Él caminando sobre las aguas, pero el miedo le venció y se hundió.
La Iglesia como una barca guiada por Cristo a través del Papa, ha tenido que enfrentar muchas tormentas a lo largo de la historia, fruto de las persecuciones y de sus propias infidelidades y pecados. Hoy estamos todos enfrentados a una realidad que amenaza a todos incluyendo la misma Iglesia, sin embargo Jesús nos dice “Animo, soy Yo, no tengan miedo”.
Los discípulos después de superar el miedo, son más sobrios en la fe, tienen mayor reciedumbre para enfrentarse a cualquier tipo de tormenta posible, todo ha cambiado en ellos. Así como los discípulos se sintieron impotentes ante las fuerzas desatadas de la naturaleza, también nosotros sentimos miedo. Ante las amenazas que se viene con la indiferencia religiosa, la dictadura del relativismo, el agnosticismo moderno y el secularismo que sacude la Barca Ecclesia, Jesús nos dice: “Animo, soy Yo, no tengan miedo”.
Existen muchas cosas que nos da miedo como por ejemplo, la fragilidad de nuestra salud ante la enfermedad, la incertidumbre del mañana, los peligros que amenazan nuestra integridad física, la inestabilidad de la economía. Al mismo tiempo las lecturas de hoy nos llena de paz en medio de esta tempestad, Jesús con su palabra en medio de las crisis que nos angustian, nos dice: «¡Calma, soy yo; no tengan miedo!”
Conclusión
Que estas lectura de la palabra de Dios, fortalezca nuestra fe, nos ayude a madurar en la confianza en Dios, así como la segunda lectura del domingo anterior la carta de Pablo a los romanos, todo lo vencemos fácilmente en Cristo Jesús (Rm 8,35.37-39), y en filipense nos dice: Todo lo puedo en aquel que me fortalece (Fil 4, 13). Estemos seguros, con la fe puesta en Dios que esta tormenta y todas las tempestades lo superaremos y seremos más fuertes que nunca.
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