DOMINGO XXIII ORDINARIO CICLO A
Introducción
Este domingo la palabra de Dios tal vez nos llega de manera providencial. La experiencia nos muestra que en la convivencia de todos los días se presentan tensiones y conflictos. ¿Cómo enfrentar estas situaciones para resolverlas con actitud humana y evangélica? Algunos, ante los conflictos reaccionan con agresividad hasta llegar a manifestaciones de violencia en las palabras y las acciones. Pero también es posible abordar el conflicto de manera más civilizada, procurando actuar sobre las causas que lo han producido. La Palabra de Dios nos presenta hoy una excelente y necesaria enseñanza sobre el relacionamiento con los demás y la solución de los conflictos. El mensaje se refiere a la corrección fraterna ante el comportamiento inapropiado del hermano. Se trata de la discreción y delicadeza con la que hay que proceder al acompañar a un hermano con dificultades. La Sagrada Escritura pide que actuemos en un reducido grupo de personas – no más que las estrictamente necesarias -, sin filtrar algo confidencial ni poner en circulación rumores que causan un enorme daño al prójimo.
La primera lectura del libro del profeta Ezequiel (Ez 33, 7- 9) exhorta a asistir al hermano con intención de ayudarle advirtiéndole de sus actos inapropiados que van en contra de la armonía en la comunidad: “le darás la alarma de mi parte… poniéndole en guardia al malvado para que cambie de conducta…”
La segunda lectura de la carta de san Pablo a los Romanos (Rm 13, 8- 10) es un imperativo que obliga a tener una sola deuda, el del amor: “a nadie le debáis nada, más que amor, porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley…”
En el Evangelio de san Mateo (Mt 18, 15- 20) Jesús nos advierte a asistir al hermano con la corrección fraterna: “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos…” Si las cosas se agravan la reprensión “se hará en presencia de dos testigos”, y si persiste la diferencia “dilo a la comunidad”, y si con todos estos pasos la cuestión no se soluciona “considéralo como un publicano o un gentil”.
1- La discreción
En este tiempo de grave crisis que nos aqueja, es necesaria una actitud serena y equilibrada ante los conflictos que afloran por las circunstancias de la vida en el trabajo, en la familia y en las diversas relaciones con los demás. Jesús en el evangelio nos habla de la corrección fraterna como medida para resolver los conflictos. Es necesario utilizar un lenguaje prudente y discreto, evitando todo tipo de publicidad. Pongamos como ejemplo un matrimonio: las dos personas implicadas, él y ella, deben sentarse a conversar en privado para encontrar una solución; la resolución de conflictos exige continencia verbal y discreción. Solamente después del intento fallido en resolver de esta manera, hay que recurrir a buscar ayuda. “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos” con discreción y equilibrio.
Según el diccionario, la discreción tiene dos sentidos: en primer lugar es la reserva o cautela para guardar un secreto o para no contar lo que se sabe y no hay necesidad de que conozcan los demás. En segundo lugar sería la prudencia y sensatez para formar un juicio y tacto para hablar u obrar. Las diferencias o conflictos entre familiares, amigos, hermanos, etc. hay que tratarlos con discreción. “Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas; si no te hace caso, hazte acompañar de una o dos personas” – estas enseñanzas de Jesús hoy son ignoradas en una cultura globalizada por la tecnología, donde las redes sociales han invadido todos los espacios de diálogo e ignoran la privacidad. Las redes sociales ponen a circular todo tipo de rumores, mentiras con apariencia de verdad y chismes que destruyen la honra de la gente. No hay límites éticos y las normas jurídicas son impotentes ante estas nuevas realidades del mundo digital. Como hombres y mujeres de fe demos una utilidad constructiva a la tecnología a nuestro alcance como medios para cultivar la cercanía y la comunión.
2- La delicadeza
En la Carta a los Romanos (Rm 13, 8- 10), el apóstol Pablo nos exhorta: “Hermanos, no tengan con nadie otra deuda que la del amor mutuo, porque el que ama al prójimo, ha cumplido ya toda la ley”. En una sociedad donde los ánimos están tristes a raíz de las necesidades y las crisis generadas por la pandemia, necesitamos asumir una actitud de esperanza que nos traerá la gracia de la serenidad y el equilibrio necesario. De hecho la injusticia social, la impotencia ante el riesgo de contagio por el coronavirus, la crisis económica entre otros, nos tiene con los pelos de punta como para reaccionar en forma agresiva. La carta de Pablo nos anima a tener una única deuda, la del amor para cumplir todos los mandamientos; se trata de un amor activo operante que transforma la vida y la sociedad a través del testimonio de cada hombre y mujer de fe.
La primera lectura nos advierte también a no callar ante el error del hermano: “…cuando escuches una palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: ‘¡Malvado, eres reo de muerte!’, y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre; pero si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida”. Esta exhortación de Jeremías es muy necesaria y actual sobre todo para advertir al hermano de su mala conducta, sea este un familiar, un vecino, un profesional, el jefe de la empresa, el político, el sacerdote, etc. Según la palabra de Jesús hay que considerar siempre los modales para no empeorar la situación. Por ese motivo es fundamental observar la actitud de la delicadeza que significaría la actitud adecuada, acertada, oportuna de la persona. No se pueden hacer de cualquier manera y por cualquier medio las correcciones o las advertencias, es necesario evitar las innecesarias divulgaciones que pueden ser distorsionados por ejemplo por las redes sociales.
Conclusión
Al reflexionar en la palabra de Dios sobre la corrección fraterna, pedimos la gracia para testimoniar el amor vivenciando la corrección fraterna en su doble dimensión: estar disponible para recibir la corrección y al mismo tiempo para advertir al hermano ante su desvarío para enderezar el camino: “El hermano ayudado por su hermano, es como una ciudad amurallada” (Prov 18, 19). “Si lo dejas estar, peor eres tu; él ha cometido un pecado y con el pecado se ha herido a sí mismo; ¿no te importan las heridas de tu hermano? Le ves perecer o que ha perecido, ¿y te encoges de hombros? Peor eres tu callando que el faltando” (SAN AGUSTIN).
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