La liturgia hoy nos presenta el día del buen pastor, ocasión en el que se reza por los obispos y por las vocaciones sacerdotales; de ordinario se dice que el cuarto domingo de Pascua es el día del obispo buen pastor.
Oremos por todos los pastores de la Iglesia en especial por el papa y nuestro obispo, recemos por el aumento de las vocaciones sacerdotales sobre todo en los lugares donde haga mayor falta.
Las lecturas se centran en la figura de Jesús como buen pastor que conoce a sus ovejas y éstas, escuchan su voz y le siguen.
En la primera lectura que es del libro de los Hechos de los Apóstoles (13, 14.43-52), vemos como por obra del Espíritu sigue adelante el proyecto de Dios. Pablo y Bernabé son elegidos para ser pastores entre los paganos. Esto implica que el mensaje evangélico no es solo para los judíos y menos cuando algunos de ellos lo rechazan. La apertura a los no-judíos, los paganos es una mayor novedad: nadie queda excluido del mensaje de Jesús. “Así nos ha ordenado el Señor: yo te he establecido para ser luz de las naciones para llevar la salvación hasta los confines de la tierra”.
El Salmo 99 nos recuerda que somos pueblo de Dios y ovejas de su rebaño y que su misericordia permanece para siempre.
La segunda lectura, del libro de Apocalipsis 7, 9.14b-17, ilustra algo fundamental para nuestra fe; nos hace descubrir que la tribulación vivida con fe en Dios tiene su premio. “Habitaremos junto al trono del cordero y no pereceremos hambre, ni sed, ni calor.” Aquí y ahora ya podemos experimentar todo esto con Cristo resucitado.
En nuestro evangelio de hoy, un breve fragmento de san Juan (10, 27-30), Jesús se declara como el buen pastor. Jesús habla de la relación de sus ovejas con Él y explica que esto está basado en un don de Dios. “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna…”.
1- “Yo las conozco y ellas me siguen”.
El Señor nos conoce por nuestro nombre; para Él nuestra historia es familiar con sus logros y fracasos, luces y sombras, avances y retrocesos, caídas y levantadas; para Jesús somos un libro abierto en el que no hay secretos. Además, es un conocimiento que fluye en ambas direcciones: su vida, pasión, muerte y resurrección nos ha permitido conocer las intimidades de su Corazón, y Él conoce nuestras fragilidades y así nos acepta y quiere vendar nuestras heridas.
El hecho de saber que Jesús nos conoce con profundidad, debe llenarnos de alegría porque esto es fuente de nuestra seguridad. No somos unos seres insignificantes perdidos en la inmensidad del universo abandonados a su suerte. Dios está cerca de nosotros a través de su Hijo Jesús Buen Pastor.
A imagen de Jesús buen pastor que nos conoce, según nuestros compromisos y responsabilidades, fortalezas y debilidades, estamos llamados a imitarle como buenos pastores cercanos a las ovejas para conocerlas mejor y de esa manera orientar, aconsejar e iluminar la vida de los demás con la luz de la resurrección de Cristo. Esta es una exigencia para los consagrados al servicio de la Iglesia y su misión: los obispos, sacerdotes, diáconos, los catequistas, los padres de familia, los profesionales que prestan servicios profesionales en los colegios, hospitales y lugares de servicios sociales. Así como Él nos conoce, busquemos dedicar tiempo y espacio para conocer a aquellos quienes se nos encomiendan para la cura pastoral o la asistencia profesional.
2- “Yo les doy la vida eterna”
El buen pastor no solamente conoce a las ovejas, sino que al mismo tiempo las cura, les asiste y les ofrece la vida eterna.
“Para poder comprender el alcance de esta afirmación de Jesucristo, Buen Pastor, tenemos que tomar conciencia de nuestra pequeñez y de nuestra condición como creaturas. Este regalo (Yo les doy la vida eterna) sobrepasa cualquier aspiración humana. Sólo nos queda agradecer este don y pedirle que no nos apartemos del camino del bien.”
Cada sacerdote, cada obispo, cada responsable de una comunidad de fieles –ovejas- estamos comprometidos para ser ese medio, ese canal, ese instrumento por donde se transmite la corriente de la gracias de Dios cuyo fruto es la vida eterna. Se trata de una vida sin ocaso, así como nos ilustra la segunda lectura: “Habitaremos junto al trono del cordero y no pereceremos hambre, ni sed, ni calor…”. Encontramos aquí la mejor figura de una felicidad sin ocaso donde únicamente y por toda la eternidad están la vida, la luz junto al Cordero para alabar y adorarlo.
3- “No se perderán jamás; nadie las arrebatará de mis manos”
El buen pastor por excelencia, Jesús Resucitado, promete que sus ovejas a quienes Él conoce y que escucha su voz y le siguen, jamás se desperdiciarán: ““No se perderán jamás; nadie las arrebatará de mis manos”. Es una promesa muy seria que nos da seguridad firme en el camino de la vida donde hay tantas tribulaciones que atravesar.
Considerando con detenimiento estas palabras del Buen Pastor, recordemos que la tentación es compañera inseparable en el camino de la vida. Desde los albores de la humanidad tenemos la tentación de querer ser como Dios, inclinación que se ve desarrollada con mucha claridad en el libro del Génesis en ese diálogo entre Eva y la serpiente, lleno de símbolos. La ambición y el orgullo nos separan del rebaño y nos conducen al abismo. En este mundo donde la oscuridad del mal nos acecha constantemente, sintamos esa cercanía de Jesús resucitado, presente como nuestro verdadero buen pastor y actuemos en consecuencia imitando sus actos de bondad con los demás recordando que Él se pasó haciendo el bien. Como imitadores del gran Buen Pastor, seamos también pequeños buenos pastores que buscan el bien integral de la Iglesia de Cristo, pueblo de Dios peregrino con la mirada fija en la Jerusalén celestial donde habitaremos junto al trono del Cordero.
Conclusión
En esta fiesta del Buen Pastor oremos por el Papa Francisco, quien es el pastor universal de la Iglesia. Pidamos por los obispos y sacerdotes para que sean fieles a su misión y sigan el ejemplo del Buen Pastor. Oremos al Espíritu Santo para que suscite numerosas y santas vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa; jóvenes generosos, con una motivación auténtica para el servicio eclesial, y con una afectividad sana que les permita vivir la vida consagrada con alegría y paz.