Homilía: “Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”

XXVII DOMINGO ORDINARIO CICLO B

Introducción

Después de una larga restricción sanitaria debido a la pandemia que lastimosamente se llevó a mucha gente, enlutando las familias, las cosas van retomando su curso normal porque una buena cantidad de personas ha recibido las vacunas. Nuestra sociedad poco a poco va retomando su ritmo habitual en los trabajos, los viajes, los encuentros familiares, el deporte, las reuniones y particularmente los encuentros cultuales litúrgicos –la santa misa.

En este cuadro se han dado también diversos tipos de problemas entre las parejas en el hogar caracterizados por los conflictos intrafamiliares y las separaciones. Como contrapartida a este fenómeno, las reaperturas de las iglesias dan oportunidades para que los fieles realcen el anhelado sacramento del matrimonio. El matrimonio como unión de un hombre con una mujer, es una de las primeras instituciones establecidas por Dios desde la misma creación y Jesús elevó esta unión al estado de sacramento. Sibn lugar a dudas, el matrimonio actualmente sufre una dura crisis.

La liturgia de este domingo nos ofrece enseñanzas importantes para la vida familiar. El evangelio de san Marcos (Mc 10, 2-16) nos habla de la fidelidad en el matrimonio y de la acogida de los niños. Esto viene preparado por el relato del Génesis (Gen 2, 18-24), que afirma que el hombre y la mujer forman una pareja inseparable. La segunda lectura de la carta a los Hebreos (Hbr 2, 9-11) nos recuerda la fidelidad de Jesús hasta la muerte.

1- Ya no son dos sino una sola carne

Sin ignorar las dificultades que presenta la vida familiar, Jesús nos anima a considerar el proyecto original de Dios sobre la unión de un hombre con una mujer. La primera lectura, del libro del Génesis, que nos sirve como base a la enseñanza de hoy, resalta la soledad del varón que no puede llenar sus anhelos con las cosas o el dominio de la naturaleza, sino busca la compañía de la mujer. Llegará a ser con ella una sola carne y la amará como a sí mismo.

En el evangelio, Jesús está respondiendo a los fariseos la pregunta sobre el derecho del hombre a repudiar a su mujer. Les dice claramente lo que ya se anuncia en el Génesis: “serán una sola carne; lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. Se trata de una alianza común de igual a igual entre el hombre y la mujer, de un proyecto de complementariedad y mutua entrega, al margen de toda imposición o sumisión esclavizante. Esta unión cuando es realizada desde la fe se convierte en sacramento, es decir, signo visible del amor fiel de Jesús a su Iglesia, que debe vivirse en la fidelidad, la fecundidad y la unidad de los esposos.

Significativas son las palabras de la primera lectura: “No está bien que el hombre esté solo, voy hacerle un auxiliar que le corresponde”. El hombre fue creado para vivir en compañía de la mujer, sólo al lado de otra persona vivirá en el amor. Dios que en su mismo ser es amor, crea al hombre varón y mujer parar hacerle capaz de vivir en el amor; es por eso que los crea juntos. El relato termina diciendo: “por eso el hombre abandona a su padre y a su madre, se junta a su mujer y se hace una sola carne”. Esto significa que en la unión en el amor varón y mujer forman una sola realidad: “lo que Dios ha unido no lo separe le hombre”; esto será la base estable de la familia.

La enseñanza de Jesús sobre el matrimonio es muy exigente, pero está inspirada en el amor divino y pretende defender el amor. Por desgracia se rompen  muchas uniones matrimoniales, y el divorcio se vuelve cada vez más frecuente. Jesús nos anima a defender y preservar la unión a través de un amor recíproco y generoso.

2- Las separaciones

No podemos ignorar la existencia de dolorosas situaciones intrafamiliares. Los sacerdotes reciben en sus despachos a muchas parejas en búsqueda de alivios y orientaciones ante tal realidad. Hoy el divorcio es una realidad socialmente asumida desde que en 1991 Paraguay legalizó el divorcio vincular con la ley n° 45/91. Este hecho alienta a muchos a romper el vínculo legal del matrimonio, y la legitimación civil da pie a que crezcan cada vez más los divorcios; sin embargo, desde la fe, para un católico queda en pie que la unión del sacramento matrimonial canónico es indisoluble: “lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”.

Ante la realidad de ruptura del vínculo conyugal, nuestra actitud no debería reducirse a una condena fácil. No es suficiente la defensa teórica de la indisolubilidad matrimonial y predicar solamente que dentro de la Iglesia no aceptamos la ley del divorcio. Es necesario exhortar a todos que el divorcio nunca puede poner fin a un matrimonio. Incluso aquellas parejas que no comparten la fe católica, contraen matrimonio con la intención de permanecer fieles hasta que la muerte las separe porque todo amor verdadero encierra en sí una exigencia de fidelidad y anhelo de estabilidad.

Por otro lado, la defensa de la doctrina eclesiástica sobre el matrimonio no debe impedir nunca una postura de comprensión, acogida y ayuda. Hemos de entender con más serenidad la posición de la Iglesia ante el divorcio. Cuando la Iglesia defiende la indisolubilidad del matrimonio y prohíbe el divorcio, fundamentalmente quiere decir que, aunque los separados hayan encontrado en una segunda unión un amor estable, fiel y fecundo, este nuevo amor no puede ser aceptado en la comunidad cristiana como signo y sacramento del amor indefectible de Cristo a los hombres. Pero esto no autoriza a nadie a condenar a los que viven en una nueva unión como personas excluidas de la salvación ni a adoptar una postura de desprecio o marginación. Recordemos que estos hermanos en situaciones irregulares no están excomulgados aunque tienen restringidos varios derechos como bautizados.

El Papa Francisco plantea las siguientes consideraciones en la “Amoris laetitia”: ¿Cómo mostrar a los divorciados la misericordia infinita de Dios a todo ser humano? ¿Cómo estar junto a ellos de manera cristiana? La comunidad cristiana no los debe marginar ni excluir de su seno. Al contrario, como dice San Juan Pablo II, se les ha de ayudar a “que no se consideren separados de la Iglesia pues pueden y deben, en cuanto bautizados, participar en su vida” (Familiaris Consortio, n. 84). No puede ser otra la postura de una Iglesia que proclama la misericordia divina y se sabe ella misma aceptada por su Señor a pesar de sus errores y sus pecados.

Conclusión

San Agustín, el santo del siglo V, en una de sus frases célebres dice: “El que se pasa al lado de Cristo, pasa del temor al amor y comienza a poder cumplir con el amor lo que con el temor no podía”. Que esta breve reflexión, nos anime iluminando el corazón y la mente, para adherirnos a Jesús y a su enseñanza; que Él, fiel hasta la muerte, como nos anuncia la lectura de la Carta a los Hebreos, nos capacite a todos para vivir en el amor en el que fuimos todos creados por Dios. Animando a permanecer firmes en la fe, practiquemos una misericordia acogedora a favor de aquellos hermanos que han experimentado el fracaso en su matrimonio.

Que la Sagrada Familia de Nazaret interceda por todos los hogares para superar con amor y paciencia cualquier tipo de conflictos que atentan contra la fidelidad y la perseverancia en el la familia.

Por: Pbro. Ángel Collar

Oficina de Comunicación y Prensa, Diócesis de Ciudad del Este